Evangelio de hoy – Martes, 30 de abril de 2024 – Juan 14,27-31a – Biblia Católica

Primera Lectura (Hechos 14,19-28)

Lectura de los Hechos de los Apóstoles.

En aquellos días llegaron judíos de Antioquía y de Iconio y convencieron a la multitud. Luego apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, pensando que estaba muerto. Pero cuando los discípulos lo rodearon, Pablo se levantó y entró en la ciudad. Al día siguiente partió hacia Derbe con Bernabé. Después de predicar el Evangelio en aquella ciudad y hacer muchos discípulos, regresaron a Listra, Iconio y Antioquía. Animando a los discípulos, los exhortaron a permanecer firmes en la fe, diciéndoles: “Es necesario pasar por muchos sufrimientos para entrar en el Reino de Dios”. Los apóstoles nombraron ancianos para cada comunidad. Con oraciones y ayunos los encomendaron al Señor en quien habían creído. Luego, cruzando Pisidia, llegaron a Panfilia. Anunciaron la noticia en Perge y luego bajaron a Atália. De allí se embarcaron hacia Antioquía, de donde habían partido, entregados a la gracia de Dios, por la obra que habían cumplido. Al llegar allí reunieron a la comunidad. Le contaron todo lo que Dios había hecho a través de ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los paganos. Y luego pasaron un tiempo con los discípulos.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Juan 14,27-31a)

— Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Juan.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “La paz os dejo, mi paz os doy; pero yo no la doy como el mundo. No dejéis que vuestro corazón se turbe ni se intimide. Oísteis que dije a vosotros: ‘Me voy, pero vendré a vosotros. Si me amáis, seríais felices porque voy al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Esto os lo he dicho ahora, antes. sucede, para que cuando suceda, ya no creáis con vosotros, porque la cabeza de este mundo no tiene poder sobre mí, pero para que el mundo reconozca que amo al Padre, hago como el Padre. me ordenó.”

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Que la paz de nuestro Señor Jesucristo esté con todos ustedes en este día bendito. Es con gran alegría que nos reunimos hoy para reflexionar sobre las Sagradas Escrituras y buscar la guía divina para nuestras vidas. Permítanme comenzar nuestra homilía con un gancho cautivador que nos conecta directamente con nuestras experiencias diarias.

Imagínate caminando por una ciudad ajetreada, rodeado de gente apresurada y distraída. Observas las expresiones cansadas y preocupadas en sus rostros. Por un momento te sientes fuera de lugar y te preguntas: “¿Qué falta en esta escena? ¿Qué buscan estas personas?”.

Queridos míos, la respuesta está en las palabras del evangelio proclamado hoy. Jesús nos dice: “El que acoge mis mandamientos y los observa, me ama. Y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él” (Juan 14, 21). ¡Qué mensaje tan poderoso! En medio del caos y las preocupaciones de la vida cotidiana, Jesús nos llama a amarlo y guardar sus mandamientos. Pero ¿cómo podemos hacer esto? ¿Cómo podemos experimentar la manifestación del amor de Dios en nuestras vidas?

Recordemos la historia de los apóstoles Pablo y Bernabé, narrada en los Hechos de los Apóstoles. Estaban en Listra, predicando el evangelio con gran fervor, cuando un hombre cojo de nacimiento fue sanado por medio de Pablo. El pueblo, asombrado, comenzó a adorar a Pablo y Bernabé como si fueran dioses. Pero los apóstoles, llenos del Espíritu Santo, interrumpieron este culto, diciendo: “Hombres, ¿por qué hacéis esto? También nosotros somos hombres como vosotros, y os anunciamos que debéis abandonar estas cosas vanas para volveros al Dios vivo” (Hechos 14, 15).

Este pasaje nos enseña una valiosa lección. Como Pablo y Bernabé, estamos llamados a dirigir la adoración y la devoción al Dios vivo. A menudo nos encontramos buscando satisfacción y significado en las cosas vanas de este mundo: riquezas, poder, éxito, placeres temporales. Sin embargo, estas cosas no pueden llenar el vacío de nuestros corazones. Sólo Dios puede hacerlo.

Queridos míos, debemos abandonar estas falsas ilusiones y convertir nuestros corazones al Dios vivo. Cuando damos la bienvenida a los mandamientos de Jesús en nuestras vidas, estamos dejando espacio para que Dios actúe en nosotros y a través de nosotros. Amar a Dios y guardar Sus mandamientos no es una tarea fácil, pero es la clave para experimentar la plenitud del amor divino.

Imagínese un árbol sano y frondoso. Sus raíces se arraigan profundamente en el suelo fértil, absorbiendo los nutrientes necesarios para su crecimiento. De la misma manera, cuando amamos a Dios y guardamos Sus mandamientos, nuestra vida es como ese árbol, sostenida por la gracia divina. Así como el árbol da frutos generosos, también nosotros daremos frutos en nuestra vida: frutos de amor, compasión, perdón, humildad y generosidad.

Pero ¿cómo podemos acoger los mandamientos de Jesús en nuestra vida diaria? Permítanme compartir una historia para ilustrar esto. Había un hombre que vivía en un pueblo remoto. Era conocido por su bondad y sabiduría. Un día, una persona del pueblo preguntó: “Maestro, ¿cómo puedo amar a Dios y guardar Sus mandamientos en mi vida?”

El hombre sonrió y respondió: “Amigo mío, la respuesta está en tus acciones diarias. Cuando te encuentres con alguien en problemas, acércate y ayúdalo. Cuando te encuentres con alguien que se siente solo, ofrécele compañía. Cuando veas a alguien que está solo, ofrécele compañía. heridos, cuidad de vuestras heridas, ante la injusticia, defended a los oprimidos y cuando surja la tentación de actuar en contra del amor y de los mandamientos de Dios, optad por resistir y hacer lo correcto.

Queridos hermanos y hermanas, esta historia nos recuerda que amar a Dios y guardar Sus mandamientos es un llamado a actuar con amor y servicio a los demás en nuestra vida diaria. Aquí es donde la fe se vuelve tangible y aplicable. Es a través de nuestras acciones concretas que el amor de Dios se manifiesta en el mundo.

No podemos contentarnos con ser meros oyentes de la Palabra, sino que debemos ser hacedores de ella. La fe sin obras está muerta, como nos recuerda la carta de Santiago. Por tanto, seamos personas de acción, poniendo en práctica las enseñanzas de Jesús en nuestras vidas.

Imagínese una lámpara brillante en una habitación oscura. Ilumina el entorno que lo rodea, disipando la oscuridad. De la misma manera, cuando amamos a Dios y guardamos Sus mandamientos, llegamos a ser luz en el mundo. Iluminamos las vidas de quienes nos rodean, trayendo esperanza, alegría y paz.

Queridos míos, no olviden que estamos llamados no sólo a amar y guardar los mandamientos de Dios en nuestra vida personal, sino también a proclamar Su mensaje al mundo. Así como Pablo y Bernabé fueron enviados a una misión, también nosotros somos enviados a compartir el amor de Dios con aquellos que aún no lo conocen.

Involucraos en actividades comunitarias, sed testigos del amor de Dios en vuestros ambientes laborales, en vuestras familias y en vuestros círculos sociales. Esté dispuesto a compartir su fe e invitar a otros a experimentar el amor transformador de Dios.

Antes de concluir, quiero recordarles que este camino de amar a Dios y guardar Sus mandamientos no es fácil. En el camino enfrentaremos desafíos, tentaciones y momentos de debilidad. Pero no desesperes, porque no estamos solos. Dios está con nosotros en cada paso del camino, fortaleciéndonos, guiándonos y capacitándonos.

Por lo tanto, oremos unos por otros, buscando guía divina y apoyo mutuo en nuestro camino de fe. Cultivemos una vida de oración e intimidad con Dios, para que podamos ser fortalecidos en nuestro compromiso de amarlo y guardar Sus mandamientos.

Queridos hermanos y hermanas, el llamado a amar a Dios y guardar Sus mandamientos es una invitación a una vida plena y significativa. Es una invitación a experimentar la gracia, el amor y la esperanza divinos. Que este mensaje resuene en nuestros corazones y nos motive a vivir según las enseñanzas de las Escrituras.

Que seamos testigos vivos del amor de Dios en nuestra vida diaria, iluminando al mundo con la luz del Evangelio. Que nuestras acciones hablen más que nuestras palabras, para que todos puedan ver y experimentar el amor de Dios a través de nosotros.

Que el Espíritu Santo nos guíe y nos capacite en este camino de fe. Que Él nos dé valor, sabiduría y discernimiento para amar a Dios y guardar Sus mandamientos en todas las circunstancias. Que cada paso que demos sea una expresión de nuestro amor y devoción a nuestro Dios vivo.

Que así sea. Amén.

wcp

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