Evangelio de hoy – Sábado, 29 de junio de 2024 – Mateo 8:5-17 – Biblia Católica

Primera Lectura (Lamentaciones 2,2.10-14.18-19)

Lectura del Libro de las Lamentaciones.

El Señor destruyó sin piedad todos los campos de Jacob; en su ira derribó las fortificaciones de la ciudad de Judá; arrojólo al suelo, degradó a la realeza y a sus príncipes. Sentados en el suelo en silencio, los ancianos de la ciudad de Sión se rociaron la cabeza con ceniza y se vistieron de cilicio; Las jóvenes de Jerusalén inclinaron sus cabezas hasta el suelo. Mis ojos están amoratados por las lágrimas, mis entrañas hierven; Mi hiel se derrama por el suelo frente a la ciudad en ruinas de mi pueblo, al ver tantos niños desmayándose en las calles de la ciudad. Preguntan a sus madres: “El trigo y el vino, ¿dónde están?”. Y caen como muertos en las calles de la ciudad, hasta expirar en el regazo de sus madres. ¿Con quién puedo compararte, o con quién puedo compararte, oh ciudad de Jerusalén? ¿A quién te haré igual para consolarte, oh ciudad de Sión? Grande como el mar es tu aflicción; ¿Quién puede curarte? Tus profetas te hicieron ver imágenes falsas y necias, no expusieron tu malicia, para intentar cambiar tu suerte; al contrario, os dieron oráculos mentirosos y atractivos. Que tu corazón clame al Señor por los muros de la ciudad de Sión; Deja que fluya un torrente de lágrimas, día y noche. No te des descanso, no impidas que las pupilas de tus ojos lloren. Levántate, clama en mitad de la noche, al comienzo de las vigilias, derrama tu corazón, como agua, delante del Señor; Alzad vuestras manos hacia él, por la vida de vuestros pequeños, que desfallecen de hambre en cada encrucijada.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Mateo 8,5-17)

Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Mateo.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, cuando Jesús entró en Cafarnaúm, se le acercó un oficial romano, suplicándole: “Señor, mi siervo está en cama en casa, sufriendo terriblemente de parálisis”. Jesús respondió: “Yo lo sanaré”. El oficial dijo: “Señor, no soy digno de que usted entre en mi casa. Sólo diga una palabra y mi siervo será sanado. Porque yo también soy un subordinado y tengo soldados bajo mi mando. Y le digo a uno: ‘Ve ! ‘, y va; y a otro: ‘¡Ven!’, y él viene; y yo le digo a mi esclavo: ‘¡Haz esto!’, y lo hace.” Cuando Jesús oyó esto, quedó asombrado, y dijo a los que le seguían: En verdad os digo que nunca he encontrado en Israel nadie que tenga tanta fe. Os digo que vendrán muchos del Oriente y del Oriente. Occidente, y se sentará a la mesa en el Reino de los Cielos, junto con Abraham, Isaac y Jacob, mientras que los herederos del Reino serán arrojados a las tinieblas, donde será el llanto y el crujir de dientes.” Entonces Jesús dijo al oficial: “¡Ve! Y hágase como creíste”. Y en aquella misma hora el criado quedó sano. Cuando Jesús entró en casa de Pedro, vio a su suegra acostada con fiebre. Él le tocó la mano y la fiebre la abandonó. Ella se levantó y empezó a servirle. Al caer la tarde, trajeron a Jesús muchos endemoniados. Expulsó los espíritus, con su palabra, y sanó a todos los enfermos, para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: “Él tomó nuestros dolores y llevó nuestras enfermedades”.

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Cristo, al reunirnos hoy, estamos invitados a reflexionar sobre el dolor y la esperanza que emerge de lo más profundo de nuestro ser. Las lecturas de hoy nos llevan en un viaje a través del sufrimiento humano, pero también nos señalan la luz de la compasión y la sanación que encontramos en nuestro Señor Jesucristo.

La Primera Lectura, extraída del libro de Lamentaciones, nos presenta un cuadro sombrío de sufrimiento y desesperación. El autor describe la ciudad de Jerusalén devastada, sus murallas destruidas, sus líderes sentados en el suelo en silencio, cubiertos de polvo y ceniza. “El Señor ha arrasado sin piedad todas las moradas de Jacob”, escuchamos, y más tarde, “Los ancianos de la hija de Sión se sientan en silencio en el suelo; se echan polvo sobre la cabeza y se visten de cilicio”.

Esta poderosa imagen nos recuerda que el sufrimiento es una realidad ineludible en la vida humana. Todos nosotros, en algún momento, enfrentamos momentos de dolor, pérdida y desesperación. Podría ser la pérdida de un ser querido, una enfermedad grave, dificultades económicas o crisis personales. En medio de estos momentos, es fácil sentirse como los habitantes de Jerusalén: desolados, desesperanzados, perdidos.

Sin embargo, Lamentaciones no nos deja en la oscuridad. El autor clama al Señor: “¡Levántate, grita en la noche, al comienzo de las vigilias! Derrama tu corazón como agua delante del Señor; alza tus manos a él por la vida de tus pequeños”. Aquí estamos llamados a derramar nuestro corazón ante Dios, a levantar nuestras manos en oración y súplica. Este es el primer paso para encontrar esperanza en medio de la desesperación: llevar nuestro dolor a Dios, confiar en Su misericordia y buscar Su consuelo.

Cuando volvemos nuestra mirada al Evangelio de Mateo, encontramos una respuesta a nuestra petición. Jesús entra en Cafarnaúm y se le acerca un centurión que le suplica: “Señor, mi siervo está en cama, paralítico, sufriendo terriblemente”. La respuesta de Jesús es inmediata: “Yo lo sanaré”. Este sencillo diálogo revela la profundidad de la compasión de Jesús. No duda en responder a la llamada de auxilio, incluso de un centurión romano, un extranjero, un hombre de otra fe.

El centurión, a su vez, muestra una fe increíble. “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero di la palabra y mi siervo será sanado”. Esta declaración de fe impresiona tanto a Jesús que dice: “En verdad os digo que nunca he hallado en nadie tal fe en Israel”. Y como resultado, el sirviente del centurión es sanado en ese mismo momento.

Este pasaje nos muestra que la fe en Jesús, la confianza en su poder y misericordia, es la clave para la curación y la esperanza. No importa cuán grande sea nuestro dolor o cuán profundas sean nuestras heridas, cuando presentamos nuestros sufrimientos a Jesús con fe, Él está listo para sanarnos. Jesús no sólo sana físicamente, sino que también ofrece la curación espiritual y emocional que tanto necesitamos.

Además, el Evangelio de hoy continúa mostrando a Jesús sanando a muchos otros. Sana a la suegra de Pedro, toca y sana a muchos enfermos y expulsa demonios con su palabra. Estas acciones de Jesús cumplen lo dicho por el profeta Isaías: “Él tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias”.

El mensaje aquí es claro: Jesús es nuestro verdadero médico, nuestro sanador. Él tomó sobre sí nuestro dolor y sufrimiento para que podamos encontrar sanación y redención en Él. En nuestro caminar cristiano, estamos llamados a confiar en Jesús, a llevarle nuestras cargas y a permitir que su amor y poder transformen nuestras vidas.

Al reflexionar sobre estas lecturas, tenemos el desafío de mirar nuestras propias vidas y las vidas de quienes nos rodean. ¿Cómo podemos ser portadores de esperanza y sanación en un mundo tan lleno de sufrimiento? Aquí hay algunas formas prácticas de aplicar estas lecciones a nuestra vida diaria:

Primero, seamos compasivos y atentos a las necesidades de los demás. Así como Jesús respondió al pedido del centurión, seamos rápidos en responder a los llamados de ayuda que nos rodean. Podría ser un amigo que necesita un hombro sobre el que llorar, un vecino que necesita comida o un extraño que necesita un acto de bondad.

En segundo lugar, cultivemos una fe inquebrantable en Jesús. Así como el centurión creyó en el poder de Jesús sin dudarlo, así también nosotros seamos firmes en nuestra fe. En tiempos de dificultad, recordemos que Jesús está con nosotros, dispuesto a ayudarnos y sanarnos.

En tercer lugar, llevemos nuestros dolores y sufrimientos a Dios en oración. La lectura de Lamentaciones nos recuerda que es a través de la oración y la súplica sinceras que encontramos consuelo y esperanza. No guardemos nuestras cargas para nosotros mismos; en cambio, entreguémoslas al Señor y confiemos en su providencia.

Finalmente, seamos agentes de curación en nuestro mundo. Cada uno de nosotros tiene la capacidad de marcar una diferencia en la vida de alguien. Puede ser a través de una palabra amable, un acto de servicio o simplemente estar ahí para ayudar a alguien que lo necesita. Recordemos que al hacer esto, estamos reflejando el amor y la compasión de Cristo.

En conclusión, las lecturas de hoy nos llaman a reconocer la realidad del sufrimiento, pero también a encontrar esperanza y sanación en Jesús. Que cuando dejemos este lugar, llevemos con nosotros la certeza de que no estamos solos en nuestros dolores. Jesús está con nosotros, listo para sanarnos y darnos esperanza. Que seamos luz en medio de la oscuridad, llevando la compasión y la sanación de Cristo a todos los que conocemos. Amén.