Evangelio de hoy – Domingo 4 de febrero de 2024 – Marcos 1,29-39 – Biblia católica

Primera Lectura (Job 7,1-4.6-7)

Lectura del Libro de Job:

Job dijo: “¿Acaso no es una lucha la vida del hombre sobre la tierra? ¿No son sus días como los días de un jornalero?

Como el esclavo suspira por la sombra, como el jornalero espera su paga, así he tenido por ganancia meses de decepción, y me han correspondido noches de sufrimiento. Si me acuesto, pienso: ‘¿Cuándo podré levantarme?’ Y al amanecer, espero de nuevo la tarde y me lleno de sufrimiento hasta la noche.

Mis días pasan más rápido que la lanzadera del telar y se consumen sin esperanza.

Recuerda que mi vida es solo un soplo y mis ojos no volverán a ver la felicidad.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Segunda lectura (1Cor 9,16-19.22-23)

Lectura de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios:

Hermanos: Predicar el evangelio no es para mí motivo de gloria. Es más bien una necesidad para mí, una imposición. ¡Ay de mí si no predico el evangelio!

Si ejerciera mi función de predicador por iniciativa propia, tendría derecho a salario. Pero, como la iniciativa no es mía, se trata de un encargo que me fue confiado. ¿En qué consiste entonces mi salario? En predicar el evangelio, ofreciéndolo gratuitamente, sin usar los derechos que el evangelio me da. Así, libre en relación con todos, me hice esclavo de todos, para ganar el mayor número posible.

Con los débiles, me hice débil, para ganar a los débiles. Con todos, me hice todo, para salvar ciertamente a algunos. Por causa del evangelio hago todo, para tener parte en él.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Mc 1,29-39)

— Lectura del Santo Evangelio según San Marcos.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús salió de la sinagoga y fue, con Santiago y Juan, a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y enseguida le hablaron de ella a Jesús. Él se le acercó, la tomó de la mano y la levantó. Entonces, la fiebre la dejó, y ella comenzó a servirles.

Al atardecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. Toda la ciudad estaba congregada a la puerta de la casa. Jesús curó a muchos enfermos de diversas enfermedades y expulsó a muchos demonios. Pero él no dejaba hablar a los demonios, porque sabían quién era él.

De madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó y se fue a un lugar desierto para orar. Simón y sus compañeros salieron a buscarlo, y cuando lo encontraron, le dijeron: “Todos te buscan”.

Jesús les respondió: “Vámonos a otros lugares, a las aldeas cercanas, para que también allí predique; porque para eso he venido”. Y predicaba en las sinagogas de toda Galilea, y expulsaba demonios.

— Palabra del Señor.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Hoy les traigo un mensaje inspirado en las lecturas de hoy, que nos invitan a reflexionar sobre la importancia de nuestra misión como discípulos de Jesucristo. Nuestras vidas están marcadas por desafíos, luchas y fatigas, pero es precisamente en estos momentos que estamos llamados a mantenernos firmes en la fe y dedicarnos al servicio del Reino de Dios.

Imaginen un día típico en nuestras vidas agitadas, llenas de obligaciones y responsabilidades. Desde que nos despertamos hasta que nos vamos a dormir, estamos constantemente tratando de cumplir nuestras tareas, enfrentando problemas y adversidades. Parece una jornada interminable, ¿verdad?

En este contexto, el pasaje del libro de Job nos habla directamente al corazón. Job, un hombre justo y temeroso de Dios, experimentó profundamente el dolor y el sufrimiento. Cuestiona a Dios sobre el sentido de la vida, sobre por qué enfrentaba todas esas tribulaciones. ¡Y cuántas veces nosotros mismos nos encontramos en esa misma situación, cuestionando a Dios sobre los problemas que surgen en nuestro camino!

Pero, queridos hermanos y hermanas, al igual que Job, también estamos invitados a perseverar en la fe, confiando en el amor y la providencia divina. Porque, como nos dice la lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios, “¡Ay de mí si no evangelizo!” (1 Corintios 9,16). Esta es nuestra misión, la misión de llevar la Buena Nueva de Jesucristo a todos los rincones del mundo.

El Evangelio de Marcos nos presenta el vivo ejemplo de Jesús, que dedicó su vida al servicio del prójimo. Justo después de enseñar en la sinagoga, Jesús va a la casa de Simón Pedro, donde encuentra a la suegra de Pedro enferma con fiebre. No duda en curarla, porque su corazón está lleno de compasión y amor por los necesitados.

Este pasaje nos muestra que Jesús no vino solo para enseñar, sino también para actuar. No se queda confinado en un lugar, sino que va al encuentro de las personas, tocando sus vidas y trayendo sanación y liberación. Y eso es exactamente a lo que estamos llamados como discípulos de Cristo.

Imaginen, por un momento, la importancia de ir más allá de nuestras propias preocupaciones y voltearnos hacia los demás. ¿Cuántas personas a nuestro alrededor necesitan una palabra de consuelo, un gesto de solidaridad, una acción concreta de amor? La respuesta está en nuestras manos. Al igual que Jesús, estamos llamados a ser instrumentos de sanación y esperanza para quienes nos rodean.

Cuando nos ponemos al servicio de los demás, le estamos diciendo al mundo que el amor de Dios es real, que se manifiesta en nuestras acciones y palabras. Estamos llamados a ser portadores de la Buena Nueva, testigos vivos del Evangelio de Jesucristo.

Para esto, es importante recordar que no estamos solos en esta misión. Dios nos otorga la gracia y el don del Espíritu Santo para fortalecernos y capacitarnos para el servicio. Es Él quien nos guía, nos anima y nos sostiene en todo nuestro camino.

Queridos hermanos y hermanas, frente a todo esto, los invito a cada uno de ustedes a reflexionar sobre cómo podemos poner en práctica las lecciones de estos pasajes bíblicos en nuestra vida cotidiana. ¿Cómo podemos ser señales visibles del amor de Dios en medio de nuestras ocupaciones diarias?

Podemos empezar mirando a nuestro alrededor e identificando las necesidades de quienes nos rodean. Tal vez sea un vecino que necesita ayuda con las tareas domésticas, un compañero de trabajo que necesita apoyo emocional, un miembro de la familia que necesita una palabra de aliento.

Además, podemos comprometernos en acciones de caridad y justicia social, apoyando proyectos que promuevan la dignidad humana y el bien común. Podemos dedicar tiempo a la oración y profundizar nuestra relación con Dios, buscando su orientación y sabiduría.

Como discípulos de Cristo, estamos llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo. Cada uno de nosotros tiene un papel único e importante que desempeñar en la construcción del Reino de Dios. Que podamos inspirarnos en las palabras de San Pablo, quien nos dice: “Me he hecho todo para todos, para salvar a todos. Hago todo esto por el Evangelio, para ser copartícipe de él” (1 Corintios 9,22-23).

Por lo tanto, queridos hermanos y hermanas, que hoy podamos renovar nuestro compromiso de ser verdaderos discípulos de Jesucristo. Que podamos permanecer firmes en la fe, incluso frente a las adversidades. Que podamos ser instrumentos de sanación y esperanza para quienes nos rodean. Y que nuestras acciones hablen más alto que nuestras palabras, dando testimonio del amor de Dios a todos.

Que el Espíritu Santo nos guíe y nos fortalezca en nuestro camino. Que nos capacite para ser verdaderos discípulos misioneros en todos los aspectos de nuestras vidas. Y que, al final de nuestro camino, podamos escuchar las palabras de Jesús: “Muy temprano, antes del amanecer, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar desierto, y allí se puso a orar” (Marcos 1,35).

Que así como Jesús, podamos encontrar tiempo para la oración y la intimidad con Dios, para que seamos renovados y revigorizados en nuestra misión. Que podamos ser verdaderos canales de gracia, amor y esperanza para el mundo.

Que Dios nos bendiga y nos guíe en nuestro camino. Que nos dé coraje y fortaleza para enfrentar los desafíos de la vida. Y que podamos vivir de acuerdo con las enseñanzas de las Sagradas Escrituras, dando testimonio del amor de Dios en todo lo que hacemos.

Que María, la Madre de Jesús y nuestra Madre, interceda por nosotros y nos ayude a seguir fielmente los pasos de su Hijo. Que nos enseñe a amar incondicionalmente y a servir con humildad. Que nos acompañe en nuestra misión, guiándonos por el camino de la santidad.

Que esta homilía sea una invitación para todos nosotros a reflexionar sobre nuestra misión como discípulos de Cristo y a comprometernos a vivir de acuerdo con los principios de las Sagradas Escrituras. Que podamos ser testigos vivos del amor de Dios, llevando la Buena Nueva a todos los rincones del mundo.

Que así sea, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.