Evangelio de hoy – Jueves, 11 de abril de 2024 – Juan 3,31-36 – Biblia Católica

Primera Lectura (Hechos 5,27-33)

Lectura de los Hechos de los Apóstoles.

En aquellos días tomaron a los apóstoles y los presentaron al Sanedrín. El sumo sacerdote comenzó a interrogarlos, diciendo: “Os habíamos prohibido expresamente enseñar en el nombre de Jesús. A pesar de esto, llenaste la ciudad de Jerusalén con tu doctrina. ¡Y todavía quieres hacernos responsables de la muerte de ese hombre!

Entonces Pedro y los demás apóstoles respondieron: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, clavándolo en la cruz. Dios, con su poder, lo exaltó, convirtiéndolo en Guía Supremo y Salvador, para dar al pueblo de Israel la conversión y el perdón de sus pecados. Y de esto somos testigos nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que le obedecen”. Cuando oyeron esto, se enojaron y quisieron matarlos.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Juan 3,31-36)

— Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Juan.

— Gloria a ti, Señor.

“El que viene de arriba está por encima de todos. Lo que es de la tierra, es de la tierra y habla de las cosas de la tierra. El que viene del cielo está sobre todos. Da testimonio de lo que vio y oyó, pero nadie acepta su testimonio. Quien acepta su testimonio da fe de que Dios es veraz. En verdad, el que Dios envió habla las palabras de Dios, porque Dios le da el espíritu sin medida.

El Padre ama al Hijo y lo ha entregado todo en sus manos. El que cree en el Hijo posee la vida eterna. Pero el que rechaza al Hijo no verá la vida, porque la ira de Dios permanece sobre él”.

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Mis hermanos y hermanas en Cristo,

Hoy reflexionaremos sobre las inspiradoras palabras de las Sagradas Escrituras, que nos invitan a profundizar en las profundidades del amor divino y descubrir la verdad que transforma nuestras vidas. Nuestras lecturas de hoy, extraídas de los Hechos de los Apóstoles y el Evangelio según Juan, nos llevan a un viaje espiritual que resuena con nuestras experiencias diarias, revelándonos la presencia constante de Dios en nuestras vidas.

Imagínese, por un momento, caminar por las concurridas calles de una ciudad. El ajetreo y las preocupaciones de la vida cotidiana consumen nuestros pensamientos y, a menudo, es fácil perder de vista la verdad esencial que nos sostiene. Pero incluso en medio de esta agitación, estamos llamados a buscar la verdad que trasciende las preocupaciones mundanas.

En la primera lectura, encontramos a los apóstoles confrontados por autoridades religiosas, que se sienten amenazadas por el poder transformador de las enseñanzas de Jesús. Los apóstoles son arrestados y llevados ante el Sanedrín, el tribunal supremo de la época. Sin embargo, permanecen firmes en su fe y confianza en Dios, dando testimonio valientemente de su mensaje de amor y salvación.

Este pasaje nos recuerda que incluso en medio de la persecución y la adversidad, no estamos solos. Dios está a nuestro lado, fortaleciéndonos y capacitándonos para enfrentar los desafíos de la vida. Nos da el valor de ser testigos fieles y valientes, independientemente de las circunstancias que nos rodean.

En el Evangelio de Juan encontramos uno de los pasajes más queridos y poderosos de las Escrituras: “El que viene de arriba está sobre todos. El que es de la tierra, de la tierra es y habla las cosas de la tierra; el que viene del cielo está por encima de todo. Lo que vio y oyó, esto es lo que testifica; y nadie acepta su testimonio” (Juan 3,31-32).

Estas palabras de Juan Bautista nos invitan a levantar la mirada más allá de las preocupaciones terrenales y fijarla en el Reino de los Cielos. Nos recuerdan que la verdadera sabiduría y el discernimiento vienen de arriba, de Dios mismo. Mientras nos esforzamos por comprender las cosas de este mundo, debemos recordar que hay una realidad mayor y más profunda que está más allá de nuestro alcance.

A veces podemos quedar atrapados en nuestras propias limitaciones y perspectivas limitadas. Pero Dios, en su infinita misericordia, nos invita a abrir nuestro corazón y nuestra mente para recibir la verdad que viene de lo alto. Nos invita a abandonar la arrogancia y buscar humildemente Su guía y sabiduría.

Para ilustrar esta verdad, permítanme compartir una historia con ustedes. Había un maestro sabio que vivía en un pequeño pueblo. Venía gente de todas partes en busca de sus enseñanzas. Una vez, un académico famoso se acercó a él y comenzó a hacerle preguntas complejas y elaboradas. El maestro escuchó pacientemente y luego tomó una taza vacía y comenzó a llenarla de agua.

Cuando el agua desbordó la copa, el erudito dijo: “Maestro, la copa está llena. No puede contener más agua”. El maestro sonrió y dijo: “Eres como esta copa, llena de tus propias ideas y opiniones, incapaz de recibir nuevas enseñanzas. Y si quieres aprender, primero debes vaciarte”.

Esta historia nos recuerda que para recibir la verdad de Dios, debemos vaciarnos de nuestras propias concepciones limitadas y estar dispuestos a abrir nuestro corazón y nuestra mente. Sólo cuando reconocemos nuestra necesidad de Dios y nos humillamos ante Él podemos experimentar la plenitud de la verdad y el amor divinos.

Queridos hermanos y hermanas, el mensaje central de la Palabra de Dios hoy es claro: debemos buscar la verdad que nos hace libres, incluso cuando el mundo que nos rodea nos distrae y nos desvía de ese camino. Debemos recordar que estamos llamados a vivir en un nivel más profundo, conectados con la realidad divina que trasciende las preocupaciones temporales.

Para comprender plenamente este mensaje, podemos recurrir a una poderosa imagen visual: un árbol. Un árbol tiene raíces profundas que lo sostienen y lo anclan en el suelo. Es a través de estas raíces que el árbol se conecta con los nutrientes y el agua que necesita para crecer y florecer. Asimismo, nosotros, como personas de fe, debemos tener raíces espirituales profundas que nos conecten con la verdad y el amor de Dios.

Estas raíces espirituales se nutren de la oración, la lectura de las Escrituras y la participación en los sacramentos de la Iglesia. Cuando nos conectamos con estas fuentes de gracia, permitimos que la verdad de Dios penetre en cada aspecto de nuestras vidas. Así como un árbol se acerca al sol para obtener la luz que necesita, nosotros debemos acercarnos a Dios para recibir Su verdad que ilumina nuestros caminos.

Pero, así como un árbol necesita ser podado para crecer y fortalecerse, también necesitamos hacer una poda espiritual en nuestras vidas. Debemos estar dispuestos a dejar de lado las cosas que nos alejan de la verdad de Dios (pecados, malos hábitos, influencias negativas) y permitir que la gracia divina nos transforme.

Una forma práctica de hacerlo es dedicar tiempo diariamente a la reflexión y la autoevaluación. Reserva unos momentos de tranquilidad cada mañana o al final del día para examinar tu vida a la luz de la Palabra de Dios. Di una oración sincera, pidiéndole a Dios que te revele las áreas en las que necesitas crecer y cambiar. Y luego, con la gracia de Dios, toma medidas concretas para corregir estas áreas y busca la verdad en tu vida diaria.

Queridos hermanos y hermanas, la verdad de Dios está viva y activa en nuestras vidas. Nos llama más allá de las preocupaciones mundanas y nos invita a vivir en una dimensión más profunda, en comunión con el amor divino. Que seamos como árboles plantados junto a corrientes de agua, arraigados en la verdad de Dios y dando abundantes frutos de amor, generosidad y compasión.

Que la Palabra de Dios, que escuchamos hoy, no sea sólo una hermosa historia, sino un llamado a la acción en nuestras vidas. Que la verdad que encontramos en las Sagradas Escrituras se vuelva tangible y aplicable en nuestras experiencias diarias. Y, sobre todo, que seamos testigos vivos del amor y la esperanza divinos en un mundo que anhela estas verdades eternas.

Que Dios, en su infinita misericordia, nos conceda la gracia de buscar y vivir la verdad en nuestras vidas. Que Él nos fortalezca para afrontar los desafíos y adversidades que encontremos en nuestro camino. Y que Él, en su bondad, nos guíe hacia la plenitud de vida en comunión con Él.

Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con nosotros. Amén.