Evangelio de hoy – Lunes 12 de agosto de 2024 – Mateo 17,22-27 – Biblia Católica

Primera Lectura (Ezequiel 1,2-5.24-28c)

Lectura de la profecía de Ezequiel.

El quinto día del mes, que era el quinto año del destierro del rey Joaquín, vino palabra del Señor a Ezequiel, hijo del sacerdote Buzi, en la tierra de los caldeos, junto al río Quebar. Fue allí que la mano del Señor estuvo sobre él. Vi que venía del norte un viento fuerte, una gran nube envuelta en luz y relámpagos; En el medio algo brillaba como si fuera oro incandescente. En el centro aparecía la figura de cuatro seres vivos. Esta era su apariencia: cada uno tenía figura de hombre. Y oí el sonido de sus alas: era como el ruido de muchas aguas, como la voz del Poderoso. Cuando se movían, su ruido era como ruido de campamento; cuando se detuvieron, dejaron colgar las alas. El ruido venía de arriba del firmamento que estaba sobre sus cabezas. Sobre el firmamento que estaba sobre las cabezas, había algo como zafiro, una especie de trono, y sobre esta especie de trono, en lo alto, una figura con apariencia humana. Y vi como un resplandor de oro incandescente, envolviendo esta figura como si fuera fuego, por encima de lo que parecía ser la cintura; debajo de lo que parecía ser la cintura, vi algo como fuego y, alrededor de él, un círculo luminoso. Este círculo luminoso tenía la misma apariencia que el arco iris, que se forma en las nubes en un día lluvioso. Tal fue la apariencia visible de la gloria del Señor. Cuando la vi, caí boca abajo al suelo.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Mateo 17,22-27)

Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Mateo.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, cuando Jesús y sus discípulos estaban reunidos en Galilea, les dijo: “El Hijo del Hombre será entregado en manos de los hombres. Lo matarán, pero al tercer día resucitará”. Y los discípulos estaban muy tristes. Cuando llegaron a Capernaúm, los recaudadores de impuestos del templo se acercaron a Pedro y le preguntaron: “¿No paga tu señor el impuesto del templo?” Pedro respondió: “Sí, paga”. Al entrar en la casa, Jesús se adelantó y preguntó: “Simón, ¿qué te parece? ¿De quién cobran los reyes de la tierra impuestos o tasas: a sus hijos o a los extraños?” Peter respondió: “¡De extraños!” Entonces Jesús dijo: “Pronto los niños estarán libres. Pero, para no escandalizar a esta gente, ve al mar, echa el anzuelo y abre la boca del primer pez que pesques. Allí encontrarás una moneda; luego toma la moneda y ve a entregársela, por mí y por ti”.

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Imaginemos por un momento que caminamos por un camino polvoriento bajo el abrasador sol galileo. El aire está denso, no sólo por el calor, sino también por la tensión palpable entre Jesús y sus discípulos. Las palabras de nuestro Señor resuenan en nuestros oídos: “El Hijo del Hombre será entregado en manos de los hombres. Lo matarán, pero al tercer día resucitará”.

Podemos sentir el peso de estas palabras, la confusión y la tristeza que traen al corazón de los discípulos. ¿Cómo reaccionaríamos si estuviéramos allí, escuchando esta oscura profecía de labios de nuestro amado Maestro?

Esta escena del Evangelio de Mateo nos sitúa ante una de las mayores paradojas de la fe cristiana: la gloria de Dios manifestada a través del sufrimiento y la humillación. Jesús, el Hijo de Dios, se somete voluntariamente a la crueldad humana para cumplir el plan divino de salvación. ¡Qué profundo misterio!

Pero antes de profundizar en esta paradoja, dirijamos nuestra atención a la extraordinaria visión del profeta Ezequiel que escuchamos en la primera lectura. Ezequiel nos presenta una imagen de Dios tan majestuosa, tan trascendente, que apenas podemos entenderla. Habla de criaturas misteriosas, de ruedas dentro de ruedas, de un firmamento que brilla como el cristal. Y sobre todo esto, un trono de zafiro y una figura “con apariencia de hombre”.

¡Qué contraste tan sorprendente! Por un lado, tenemos la gloria indescriptible de Dios revelada a Ezequiel. Por el otro, tenemos a Jesús, el Verbo Encarnado, caminando en el polvo de Galilea, hablando de su muerte inminente. ¿Cómo conciliamos estas dos imágenes?

La respuesta, queridos hermanos y hermanas, está en el corazón del misterio de la Encarnación. El Dios todopoderoso, cuya gloria hace caer a Ezequiel boca abajo, elige revelarse a nosotros de la manera más inesperada: a través de la vulnerabilidad de un ser humano. Jesús, plenamente divino y plenamente humano, nos muestra el rostro de Dios no sólo en los momentos de gloria, sino también -y quizás especialmente- en los momentos de debilidad y sufrimiento.

Reflexionemos por un momento sobre nuestra propia vida. ¿Cuántas veces buscamos a Dios sólo en momentos de alegría y triunfo? ¿Con qué frecuencia nos olvidamos de buscarlo cuando enfrentamos dificultades, dolor o fracaso? El Evangelio de hoy nos recuerda que Dios está presente en todos los aspectos de nuestra existencia, incluso -y quizás especialmente- en los momentos más oscuros.

Volvamos al escenario evangélico. Jesús acaba de hablar de su muerte inminente, ¿y qué pasa después? Se le acerca el pago del impuesto del templo. ¡Qué transición tan abrupta! De lo sublime a lo mundano en cuestión de instantes. ¿Pero no es así como funciona la vida? En un momento estamos contemplando los misterios más profundos de la existencia, al siguiente nos preocupamos por las facturas que pagar y las tareas cotidianas.

La respuesta de Jesús a esta situación es fascinante. Podría simplemente haber pagado el impuesto o negarse a hacerlo. En cambio, crea un momento de enseñanza al indicarle a Peter que pesque un pez que milagrosamente contendría una moneda en su boca. ¿Qué nos muestra Jesús aquí?

Primero, demuestra su poder divino sobre la creación. El mismo Dios cuya gloria Ezequiel apenas pudo describir está ahora orquestando los movimientos de un pez en el mar de Galilea. ¡Qué poderoso recordatorio de que al Dios del universo le importan hasta los detalles más mínimos de nuestras vidas!

En segundo lugar, Jesús nos está enseñando acerca de la libertad y la responsabilidad. Afirma que, como Hijo de Dios, está técnicamente exento de este impuesto. Sin embargo, opta por pagarlo “para no escandalizarles”. ¡Qué profunda lección acerca de usar nuestra libertad no para nuestro propio beneficio, sino para el bien de los demás!

Finalmente, al ordenar a Pedro que pagara el impuesto tanto por él como por Jesús, nuestro Señor está señalando sutilmente la unidad entre él y sus seguidores. Nosotros, como Pedro, estamos llamados a participar en la misión de Cristo, a compartir tanto su gloria como su sufrimiento.

Queridos hermanos y hermanas, ¿qué lecciones podemos aprender de estas lecturas para nuestras vidas hoy?

Primero, estamos invitados a reconocer la majestad y trascendencia de Dios, tal como lo hizo Ezequiel. Tomémonos un momento para maravillarnos ante la grandeza del Creador. Mirar las estrellas por la noche, contemplar la belleza de una flor, maravillarse ante la complejidad del cuerpo humano. A lo largo de la creación, vemos reflejos de la gloria de Dios.

Al mismo tiempo, estamos llamados a reconocer a Dios en los lugares más inesperados: en el rostro de los pobres, en el abrazo de un amigo, en la quietud de nuestro corazón. El Dios cuya gloria hizo que Ezequiel cayera de bruces es el mismo Dios que camina con nosotros en nuestras luchas diarias.

En segundo lugar, tenemos el desafío de abrazar tanto la gloria como el sufrimiento en nuestra vida espiritual. Como Jesús, que habló de su muerte inminente y aun así continuó su ministerio, estamos llamados a afrontar las difíciles realidades de nuestras vidas sin perder la esperanza ni la fe. Recuerde, después de hablar de su muerte, Jesús también habló de su resurrección. La cruz siempre apunta a una nueva vida.

En tercer lugar, se nos invita a usar nuestra libertad de manera responsable, como lo hizo Jesús al pagar impuestos. En un mundo que a menudo equipara la libertad con el egoísmo, estamos llamados a mostrar un camino diferente: el camino del amor sacrificial y del servicio a los demás.

Finalmente, se nos recuerda que Dios se preocupa por cada aspecto de nuestras vidas, desde el más sublime hasta el más mundano. No hay ningún área de nuestras vidas que sea demasiado insignificante para presentarla ante Dios en oración.

Mis queridos hermanos y hermanas, al salir hoy de aquí, llevemos estas verdades con nosotros. Que podamos ver la gloria de Dios en la majestuosidad de la creación y en la sencillez de la vida cotidiana. Que encontremos fuerza para enfrentar nuestras propias “copas de sufrimiento”, sabiendo que la resurrección siempre sigue a la cruz. Y que usemos nuestra libertad no para servirnos a nosotros mismos, sino para servir a los demás, siguiendo el ejemplo de Cristo.

Que el Dios de Ezequiel, cuya gloria llena los cielos, y Jesús de Nazaret, que caminó por los caminos polvorientos de Galilea, estén con nosotros en cada paso de nuestro viaje. Que Tu presencia nos consuele en momentos de tristeza, nos fortalezca en momentos de debilidad y nos inspire a vivir vidas de amor y servicio.

Y que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros, ahora y siempre. Amén.