Evangelio de hoy – Lunes 17 de febrero de 2025 – Marcos 8,11-13 – Biblia Católica

Primera Lectura (Génesis 4,1-15.25).

Lectura del Libro del Génesis.

Adán conoció a Eva, su esposa, y ella concibió y dio a luz a Caín, diciendo: “He engendrado un hombre con la ayuda del Señor”. Y ella también dio a luz a Abel, el hermano de Caín. Abel era pastor y Caín era agricultor. Sucedió, algún tiempo después, que Caín ofreció frutos de la tierra en sacrificio al Señor, y Abel ofreció los primogénitos de su rebaño, con su grasa. El Señor miró a Abel y su ofrenda, pero no miró a Caín y su ofrenda. Caín se llenó de ira y su rostro se puso demacrado. Entonces el Señor preguntó a Caín: “¿Por qué estás lleno de ira y caminas con el rostro hacia abajo? Es cierto que si haces el bien, caminarás con la cabeza en alto; pero si haces el mal, el pecado estará a la puerta, acechándote pero puedes controlarlo.” Caín le dijo a su hermano Abel: “Vamos al campo”. Tan pronto como llegaron al campo, Caín se arrojó sobre su hermano Abel y lo mató. Y el Señor preguntó a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel?” Él respondió: “No lo sé. ¿Soy el guardián de mi hermano?” El Señor le dijo: “¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora, pues, serás maldecido por la tierra que abrió su boca para recibir la sangre de tu hermano de tus manos. Cuando Si cultivas, te negará sus frutos y serás un fugitivo, errante por la tierra. Caín dijo al Señor: “Mi castigo es demasiado grande para soportarlo. Si me expulsas de esta tierra hoy, debo esconderme de ti y convertirme en un fugitivo vagando por la tierra; cualquiera que me encuentre, me matará”. Y el Señor le dijo: “¡No! Pero el que mate a Caín, será castigado siete veces”. Entonces el Señor puso una marca en Caín, para que nadie, al encontrarlo, lo matara. Adam volvió a encontrarse con su esposa. Ella dio a luz un hijo, al que llamó Set, diciendo: “El Señor me ha dado otro descendiente en lugar de Abel, a quien Caín mató”.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Marcos 8,11-13).

Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Marcos.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, vinieron los fariseos y comenzaron a discutir con Jesús. Y, para ponerlo a prueba, le pidieron una señal del cielo. Pero Jesús, suspirando profundamente, dijo: “¿Por qué este pueblo pide una señal? En verdad os digo que a este pueblo no se le dará ninguna señal”. Y dejándolos Jesús, volvió a la barca y se fue a la otra orilla.

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Mis hermanos y hermanas en Cristo, al comenzar nuestra reflexión sobre las lecturas de hoy, quiero que hagamos una pausa y pensemos en las relaciones que hemos cultivado. ¿Cómo tratas con las personas que te rodean? ¿Cómo te comportas en situaciones de conflicto o cuando te desafían? Los pasajes que escucharemos hoy nos invitan a reflexionar sobre cómo lidiamos con la envidia, el orgullo y los intentos de apagar la luz de Dios, y lo más importante: nos invitan a buscar la reconciliación y el perdón, que son los verdaderos fundamentos del amor cristiano.

Comencemos con la Primera Lectura, donde escuchamos la historia de Caín y Abel. En Génesis 4:1-15:25, el escritor sagrado nos presenta uno de los primeros dramas humanos registrados en la Biblia, un drama que se repite, de muchas maneras, en todas las épocas y en nuestros propios corazones. Caín, el hermano mayor, es agricultor, mientras que Abel, el hermano menor, es pastor. Ambos ofrecen sacrificios a Dios, pero mientras el sacrificio de Abel es aceptado, el de Caín es rechazado. Este momento de rechazo es el detonante de lo que viene después.

Imaginemos la escena por un momento. Caín, con el corazón lleno de orgullo y resentimiento, ve que su sacrificio ha sido rechazado, mientras que el de su hermano ha sido aceptado. En lugar de reflexionar sobre el motivo del rechazo y buscar mejorar, permite que la envidia y los celos se apoderen de su corazón. La ira comienza a consumir su alma y se aleja de Dios. La respuesta de Dios a Caín está llena de misericordia: “¿Por qué estás enojado? Si haces el bien, ¿no serás aceptado?”. Dios le advierte que el pecado está a la puerta y quiere dominar, pero que él debe dominar el pecado.

¿Qué hace Caín con esta advertencia? Elige la ira y la violencia. Mata a su hermano Abel. Este brutal acto, que comienza con el rechazo de un sacrificio y la envidia de su hermano, se convierte en el primer asesinato de la historia de la humanidad. El mensaje aquí es profundo: la envidia, el orgullo y el pecado no son sólo sentimientos que pueden ignorarse, sino fuerzas poderosas que pueden impulsarnos a cometer actos impensables.

Ahora, pensemos en nuestras propias vidas. En nuestras relaciones con los demás, ¿nos parecemos más a Abel, que ofreció su vida con sencillez y devoción, o a Caín, que se dejó consumir por el orgullo y la envidia? Dios nos llama a vivir con humildad, a buscar el bien en lugar de albergar rencores y comparaciones. Nos advierte: el pecado está a la puerta y debemos elegir la vida.

¿Qué pasa con Caín después del asesinato de su hermano? Dios se enfrenta a él, pero en lugar de ser totalmente rechazado, Caín recibe una protección especial: será marcado con una señal para que nadie pueda matarlo. Dios, a pesar de tu pecado, todavía ofrece una oportunidad de redención y reconciliación, mostrando que aunque el pecado tiene graves consecuencias, la misericordia de Dios nunca se agota.

Vayamos ahora al evangelio de Marcos 8,11-13, que nos presenta otro momento crucial en el camino de Jesús. Los fariseos, que constantemente intentaban desafiar a Jesús, le piden una señal del cielo para demostrar su autoridad. Jesús, con un profundo suspiro, responde: “¿Por qué esta generación pide una señal? En verdad os digo que no se le dará otra señal a esta generación”. La actitud de los fariseos nos muestra con qué frecuencia, en nuestra propia vida, buscamos signos y milagros como una forma de intentar controlar la acción de Dios. Buscamos señales tangibles para validar nuestra fe, y cuando no las recibimos, dudamos, cuestionamos o incluso rechazamos la presencia divina.

Jesús se niega a darles una señal, porque sabía que la verdadera fe no se construye sobre milagros o señales visibles, sino sobre la confianza total en Dios. Nos enseña que, para creer, necesitamos más que pruebas externas. Necesitamos una fe verdadera, que nazca del corazón y se alimente de una relación personal con Dios.

Mis hermanos y hermanas, ¿qué podemos aprender de estos pasajes? Ambas lecturas nos invitan a reflexionar sobre cómo afrontamos las dificultades y desafíos en nuestra fe. Caín, en lugar de arrepentirse y pedir perdón, opta por ceder a la envidia y al orgullo, resultando en un crimen terrible. Por otro lado, Jesús nos enseña que la verdadera fe no está movida por signos externos, sino por la confianza inquebrantable en Dios.

La pregunta que nos hacen hoy es: ¿cómo afrontamos nuestros propios desafíos? Cuando enfrentamos dificultades, ¿nos apresuramos a culpar a los demás, como lo hizo Caín con Abel, o buscamos comprender, reflexionar y crecer? Cuando sentimos que Dios no nos está dando las señales que esperamos, ¿confiamos en que Él todavía está obrando en nuestras vidas? La verdadera fe no requiere signos grandiosos. Nace de una confianza profunda, incluso cuando no vemos la solución inmediata.

¿Qué nos ofrece, entonces, Dios en medio de nuestro pecado, de nuestro orgullo y de nuestra búsqueda de señales? Nos ofrece su misericordia, tal como lo hizo con Caín, protegiéndolo, y nos ofrece el camino de la verdadera fe, como nos enseñó Jesús. La verdadera fe es la que confía, incluso sin ver. Es aquel que, en lugar de dejarse consumir por el pecado y la envidia, busca la reconciliación y la paz, y encuentra así un nuevo camino de vida.

Mis hermanos y hermanas, Dios no nos deja solos en nuestros momentos de debilidad y fracaso. Él está con nosotros, siempre dispuesto a acogernos, perdonarnos y guiarnos. Si somos celosos, si somos orgullosos, si buscamos señales como forma de controlar a Dios, Él nos llama hoy a una fe más profunda, una fe que confía, que ama y que perdona. Él nos llama, como lo hizo con Caín, a dominar el pecado y buscar la vida.

En nuestro camino cristiano, estamos llamados a reflexionar sobre nuestras propias actitudes. ¿Cómo reaccionamos cuando nuestras expectativas no se cumplen? ¿Buscamos el perdón y la reconciliación o nos retiramos al resentimiento? ¿Cómo tratamos a aquellos que, como Abel, parecen ser más bendecidos que nosotros? La verdadera fe no se compara con la de los demás. Se centra en vivir según la voluntad de Dios, independientemente de las circunstancias externas.

Los invito a reflexionar sobre esto en silencio por un momento. Cerremos los ojos y preguntémonos: ¿en qué parte de mi vida estoy siendo desafiado a dejar atrás el orgullo y la envidia y buscar la verdadera fe? ¿Qué hay en mi corazón que necesita ser sanado para poder seguir más de cerca el camino de Jesús?

Señor, te damos gracias por Tu misericordia y gracia, que nunca fallan. Perdónanos por nuestros fracasos y las veces que nos dejamos consumir por el pecado. Danos una fe verdadera, que no requiera señales, sino que confíe completamente en Ti. Ayúdanos a vivir como Tú nos enseñaste: con humildad, amor y perdón. Amén.

Que nosotros, cuando salgamos de aquí, nos comprometamos a vivir la verdadera fe, buscando la reconciliación y el perdón, como lo hizo Cristo por nosotros. Que el Señor nos fortalezca y guíe. Amén.