Evangelio de hoy – Lunes 26 de febrero de 2024 – Lucas 6,36-38 – Biblia católica

Primeira Leitura (Dn 9,4b-10)

Lectura de la Profecía de Daniel.

“Te ruego, Señor, Dios grande y temible, que guardas el pacto y la misericordia para con aquellos que te aman y guardan tus mandamientos; hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos sido rebeldes, apartándonos de tus mandamientos y de tu ley; no hemos escuchado a tus siervos, los profetas, que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra.

Tuya es, Señor, la justicia; pero nuestra es la vergüenza de rostro, como en el día de hoy, para los hombres de Judá, los habitantes de Jerusalén y todo Israel, tanto los que están cerca como los que están lejos, en todos los países adonde los has arrojado a causa de las infidelidades que cometieron contra ti.

Nuestra es, Señor, la vergüenza de rostro, para nuestros reyes, príncipes y padres, porque hemos pecado contra ti. Mas tuya es la misericordia y el perdón, aunque contra ti hemos sido rebeldes, no escuchando la voz del Señor, nuestro Dios, que nos señalaba el camino de su ley, propuesto por medio de tus siervos, los profetas”.

— Palabra del Señor.

— Gracias a Dios.

Evangelio (Lc 6,36-38)

— PROCLAMACIÓN del Evangelio de Jesucristo según San Lucas.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Sean misericordiosos, como su Padre celestial es misericordioso. No juzguen, y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados. Den, y se les dará: se les echará en el regazo una medida buena, apretada, remecida y rebosante. Porque con la misma medida que midan a otros, se les medirá a ustedes”.

— Palabra del Señor.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Hoy me reúno con ustedes para compartir un mensaje que toca las fibras más profundas de nuestras vidas. Un mensaje que nos invita a reflexionar sobre nuestras experiencias diarias, nuestras acciones y nuestras relaciones. Un mensaje que nos desafía a vivir de acuerdo con los principios del amor y la misericordia, como nos enseñan las Sagradas Escrituras.

Imagínense en un día común, envueltos en las actividades rutinarias de sus vidas. Están rodeados de personas: amigos, familiares, colegas de trabajo. Cada uno de ellos tiene sus propias luchas, alegrías y esperanzas. Y, en medio de ese torbellino de emociones y experiencias, ustedes se encuentran buscando un sentido más profundo, una dirección divina para sus vidas.

Es en este contexto que las lecturas de hoy nos invitan a reflexionar. En la Primera Lectura, del Libro de Daniel, se nos presenta una oración poderosa y conmovedora. Daniel, un hombre justo y temeroso de Dios, observa la situación de su pueblo y reconoce la necesidad de arrepentimiento y perdón. Él confiesa humildemente los pecados de su pueblo, pidiendo la misericordia divina.

Esta oración de Daniel nos enseña una lección profunda sobre la importancia del arrepentimiento y el perdón en nuestras vidas. Así como Daniel se presenta ante Dios con humildad, reconociendo sus propias debilidades y las debilidades de su pueblo, también nosotros somos llamados a mirarnos a nosotros mismos con honestidad y a buscar la reconciliación con Dios y con los demás.

Ahora, volvamos al Evangelio de Lucas, donde encontramos a Jesús enseñándonos sobre el amor y la misericordia divina. Él nos dice: “Sean misericordiosos, así como su Padre celestial es misericordioso”. Estas palabras resuenan en nuestros corazones y nos desafían a reflexionar sobre cómo vivimos nuestras vidas cotidianas.

Imagínense en una situación en la que alguien les causa dolor o pena. La respuesta natural puede ser buscar venganza o alimentar resentimientos. Pero Jesús nos invita a un camino diferente, un camino de misericordia y perdón. Él nos recuerda que estamos llamados a amar no solo a quienes nos aman, sino también a quienes nos hieren.

Este mensaje es profundamente desafiante, ya que requiere que superemos nuestros instintos naturales y cultivemos un corazón compasivo. Jesús nos anima a mirar a los demás con los ojos del Padre, a perdonar como hemos sido perdonados y a compartir el amor divino con generosidad.

Para ilustrar este mensaje, permítanme compartir una historia con ustedes. Había una mujer llamada María, que llevaba consigo un dolor profundo. Había sido traicionada por un amigo cercano y la herida en su corazón parecía insuperable. Sin embargo, María eligió seguir el camino de la misericordia y el perdón.

Se dio cuenta de que la ira y el resentimiento solo la mantenían atada al pasado, impidiéndole experimentar la paz y la curación. Entonces, María tomó una decisión valiente: decidió perdonar a su amigo y liberar el peso de su dolor. Esta actitud transformadora no solo trajo paz a María, sino que también abrió la puerta a la reconciliación y la restauración en su relación.

Queridos hermanos y hermanas, esta historia nos recuerda que el perdón no es solo un acto de generosidad, sino también un paso esencial para nuestra propia liberación. Cuando elegimos perdonar, elegimos liberarnos de la carga del resentimiento y el odio. Elegimos abrir espacio en nuestros corazones para el amor divino, permitiendo que la curación y la paz fluyan en nuestras vidas.

Sin embargo, perdonar no significa olvidar o minimizar el dolor que nos han causado. Es un proceso que requiere valentía, compasión y autenticidad. Al perdonar, reconocemos nuestra propia humanidad y la humanidad de quienes nos han herido. Y, al hacerlo, abrimos la posibilidad de reconciliación y restauración.

Pero, ¿cómo podemos aplicar estos principios en nuestras vidas cotidianas? ¿Cómo podemos vivir el amor y la misericordia en nuestras interacciones con los demás? Permítanme compartir algunas pautas prácticas.

Primero, necesitamos cultivar la empatía. La empatía significa ponerse en el lugar del otro, tratar de comprender sus experiencias y luchas. Cuando nos esforzamos por ver más allá de las apariencias y reconocemos la humanidad en cada persona, abrimos espacio para la compasión y la misericordia.

Segundo, debemos practicar la gratitud. La gratitud nos recuerda las bendiciones que hemos recibido y nos ayuda a reconocer la bondad en nuestra vida. Cuando somos agradecidos, somos más propensos a ser generosos y compasivos con los demás, ya que reconocemos que todo lo que tenemos es un regalo de Dios.

Tercero, debemos ser agentes del perdón. El perdón no es un evento aislado, sino un proceso continuo. Debemos estar dispuestos a perdonar repetidamente, incluso cuando somos heridos repetidamente. Esto no significa que debamos tolerar abusos, sino que debemos buscar la reconciliación siempre que sea posible y dejar el pasado atrás.

Cuarto, necesitamos practicar la generosidad. La generosidad va más allá de dar regalos materiales. Implica compartir nuestro tiempo, atención y recursos con los demás. Cuando somos generosos, reflejamos el amor generoso de Dios y nos convertimos en canales de bendición para quienes nos rodean.

Quinto, debemos cultivar la humildad. La humildad nos recuerda nuestra dependencia de Dios y nuestra necesidad continua de Su gracia. Cuando reconocemos nuestra propia vulnerabilidad y debilidad, somos más capaces de tender la mano a los demás en compasión y misericordia.

Queridos hermanos y hermanas, ¿cómo podemos resumir todo esto? Podemos resumirlo en una frase: “Ama y sé misericordioso como Dios es amoroso y misericordioso con nosotros”. Estas palabras nos desafían a vivir de acuerdo con la esencia del Evangelio, a amar y perdonar como hemos sido amados y perdonados.

Al concluir esta homilía, los invito a cada uno de ustedes a reflexionar sobre cómo estas lecciones de las Sagradas Escrituras se aplican a sus vidas cotidianas. ¿Cómo pueden cultivar el amor, la misericordia y el perdón en sus relaciones? ¿Cómo pueden extender la mano a los demás con generosidad y compasión?

Que el Espíritu Santo los guíe y fortalezca en este camino de transformación. Que podamos, juntos, construir comunidades de amor y misericordia, reflejando la gracia divina en nuestras vidas. Que el ejemplo de Daniel y las palabras de Jesús nos inspiren a vivir con autenticidad y a experimentar la plenitud de la vida en Cristo.

Que el amor de Dios los envuelva, la misericordia de Dios los guíe y la esperanza de Dios los sostenga. Amén.