Evangelio de hoy – Lunes 27 de mayo de 2024 – Marcos 10,17-27 – Biblia Católica

Primera Lectura (1Pedro 1,3-9)

Lectura de la Primera Carta de San Pedro.

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. En su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, que no se deteriora, que no se marchita, ni se desvanece, reservada para vosotros en el cielo. .

Gracias a la fe, y por el poder de Dios, fuisteis guardados para la salvación que debe manifestarse en los últimos tiempos. Esto es motivo de alegría para vosotros, aunque ahora debéis estar angustiados por algún tiempo a causa de diversas pruebas. De esta manera vuestra fe quedará demostrada como verdadera, más preciosa que el oro perecedero, que se prueba en fuego, y alcanzará alabanza, honor y gloria en el día de la manifestación de Jesucristo. Sin haber visto al Señor, lo amáis. Sin verlo todavía, crees en él. Esto será para ti fuente de gozo indescriptible y glorioso, porque obtendrás aquello en lo que crees: tu salvación.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Marcos 10,17-27)

— PROCLAMACIÓN del Evangelio de Jesucristo según San Marcos.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, cuando Jesús salía a caminar, alguien vino corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Jesús dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno, y nadie más. Tú conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no hurtarás, no darás falso testimonio; no ¡No harás daño a nadie; honra a tu padre y a tu madre!

Él respondió: “Maestro, todo esto lo he observado desde mi juventud”. Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo te falta una cosa: ve, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. ¡Entonces ven y sígueme!”. Pero cuando oyó esto, se desanimó y se fue lleno de tristeza, porque era muy rico.

Entonces Jesús miró a su alrededor y dijo a sus discípulos: “¡Qué difícil es para los ricos entrar en el Reino de Dios!” Reino de Dios ¡Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de Dios!

Ellos quedaron muy asombrados al oír esto, y se preguntaban unos a otros: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?” Jesús los miró y dijo: “Para los hombres esto es imposible, pero para Dios no. Para Dios todo es posible”.

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Mis hermanos y hermanas en Cristo, nos reunimos hoy para meditar en dos lecturas profundamente inspiradoras: la primera carta de Pedro y el Evangelio de Marcos. Estos pasajes nos ofrecen una reflexión sobre la esperanza viva que tenemos en Cristo y el desafío de seguirlo con un corazón desapegado. Exploremos juntos estas Escrituras y descubramos cómo podemos aplicar sus lecciones a nuestra vida diaria.

En la primera carta de Pedro encontramos una exhortación a la esperanza y al gozo, incluso en medio de las pruebas. Pedro comienza alabando a Dios: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia nos ha engendrado de nuevo para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos”. Aquí Pedro nos recuerda que la resurrección de Jesús es la base de nuestra esperanza. Esta no es una esperanza cualquiera, sino una “esperanza viva”, una esperanza que está viva porque Jesús está vivo.

Esta esperanza nos promete una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, guardada en el cielo para nosotros. Pensemos en nuestra herencia como un tesoro guardado para nosotros, que nunca podrá ser destruido ni manchado. Este es un tesoro que no se puede comparar con las riquezas terrenales. Es un tesoro eterno que nos espera en el Reino de Dios.

Pedro reconoce que, por un tiempo, podemos ser afligidos por diversas pruebas. Pero también nos enseña que estas pruebas tienen un propósito: probar la autenticidad de nuestra fe. Así como el oro se refina con el fuego, nuestra fe se refina con las dificultades. Y esta fe, más preciosa que el oro, resultará en alabanza, gloria y honra cuando Jesucristo sea revelado.

Reflexionemos sobre esto. A menudo nos enfrentamos a dificultades que nos hacen cuestionar nuestra fe. Podemos sentir que estamos siendo puestos a prueba más allá de nuestras fuerzas. Pero Pedro nos anima a ver estas pruebas como oportunidades para fortalecer nuestra fe y nuestro carácter. Nos recuerda que incluso si no vemos a Jesús físicamente, lo amamos y creemos en Él. Y esta fe trae un gozo indescriptible y glorioso, porque estamos recibiendo la salvación de nuestras almas.

En el evangelio de Marcos encontramos la historia del joven rico que se acerca a Jesús con una pregunta sincera: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?” Jesús, conociendo el corazón del joven, responde con amor y sabiduría. Comienza recordándole los mandamientos, que el joven afirma haber seguido desde su juventud. Pero Jesús ve más allá de la obediencia superficial y llega a la raíz del problema: el apego a las riquezas.

Jesús le dice al joven: “Una cosa te falta: ve, vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás tesoro en el cielo. Entonces ven y sígueme”. El joven, entristecido por esta respuesta, se marcha, pues tenía muchos bienes. Este pasaje nos desafía profundamente. ¿Qué significa seguir verdaderamente a Jesús? El joven rico cumplió los mandamientos, pero su corazón estaba atado a sus bienes. Jesús le ofreció la oportunidad de liberarse de esta prisión, pero el joven no pudo dar ese paso.

Aquí Jesús nos enseña que seguirlo requiere un corazón desapegado de las riquezas terrenas. No es que las posesiones sean malas en sí mismas, sino que el problema radica en nuestro apego a ellas. Jesús sabe que las riquezas pueden fácilmente convertirse en un ídolo, un sustituto de Dios en nuestras vidas. Nos llama a confiar plenamente en Dios y encontrar nuestro tesoro en Él.

Jesús dice entonces a sus discípulos: “¡Qué difícil es para los que tienen riquezas entrar en el Reino de Dios!” Y ellos, perplejos, preguntan: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?” Jesús responde: “Para los hombres es imposible, pero para Dios no; porque para Dios todo es posible”.

Esto nos lleva a reflexionar profundamente sobre dónde depositamos nuestra confianza. Podemos sentirnos tentados a confiar en nuestras posesiones, nuestras capacidades, nuestro estatus. Pero Jesús nos llama a confiar completamente en Dios. La salvación no es algo que podamos lograr por nuestros propios méritos o esfuerzos. Es un regalo gratuito de Dios, algo que sólo Él puede conceder.

Imaginemos nuestra vida como un barco navegando en un mar tempestuoso. Las riquezas, las posesiones y las comodidades son como anclas que creemos que nos mantendrán a salvo. Pero, de hecho, son estas anclas las que pueden hundirnos. Jesús nos llama a cortar estas anclas, a confiar en Él como nuestro verdadero refugio y salvador.

Entonces, ¿cómo podemos aplicar estas lecciones a nuestra vida diaria?

Primero, cultivemos una esperanza viva en Cristo. Esto significa vivir con la certeza de que nuestra verdadera herencia está en el cielo y no aquí en la tierra. Significa afrontar las pruebas con fe, sabiendo que están refinando nuestra fe y acercándonos a Dios.

En segundo lugar, examinemos nuestros corazones e identifiquemos los apegos que nos impiden seguir plenamente a Jesús. Podría ser el amor al dinero, el deseo de estatus o cualquier otra cosa que coloquemos por encima de Dios. Pidamos la gracia de dejar estas cosas y poner nuestra confianza completamente en Dios.

En tercer lugar, actuemos con generosidad y amor. Jesús nos llama a vender lo que tenemos y dar a los pobres. Esto no significa que todos debamos venderlo todo literalmente, sino que debemos vivir con un espíritu de generosidad y desapego, ayudando a los necesitados y compartiendo nuestras bendiciones.

Tomemos ahora un momento de silencio para reflexionar sobre estas lecciones. Pidamos a Dios que revele en nuestros corazones los apegos que necesitamos dejar de lado y nos dé la gracia de vivir con esperanza viva y fe genuina.

Señor, te damos gracias por Tu palabra de hoy. Ayúdanos a vivir con la esperanza viva de la resurrección de Jesús, a afrontar las pruebas con fe y a seguirte con corazón desapegado. Que podamos encontrar nuestro verdadero tesoro en Ti y vivir como verdaderos discípulos Tuyos, reflejando Tu amor y generosidad en el mundo. Amén.

Mis hermanos y hermanas, al salir hoy de aquí, llevemos con nosotros la esperanza viva y el desafío de seguir a Jesús con todo nuestro corazón. Que la gracia de Dios nos acompañe y nos fortalezca para vivir de acuerdo con Sus enseñanzas. Recuerde, estamos llamados a confiar en Dios por encima de todo y a vivir con generosidad y amor. Amén.