Primera Lectura (Ezequiel 28,1-10)
Lectura de la profecía de Ezequiel.
La palabra del Señor vino a mí en estos términos: “Hijo de hombre, di al príncipe de la ciudad de Tiro: Así dice el Señor Dios: Por cuanto tu corazón se ha ensoberbecido, has dicho: ‘Yo soy un dios y Yo estoy sentado en el trono divino en el corazón de los mares. Tú, sin embargo, eres un hombre y no un dios, pero creías que tenías la mente como un dios. Sí, eres más sabio que Daniel. a ti adquiriste una fortuna, acumulaste oro y plata en tus tesoros Con gran perspicacia para los negocios aumentaste tu fortuna, y con ella tu corazón se enorgulleció. Por tanto, así dice el Señor Dios: Porque has hecho tu mente igual a. la de un dios, traeré contra ti el pueblo más violento de los extranjeros. Desenvainarán sus espadas contra tu hermosa sabiduría y profanarán tu esplendor. Te derribarán al hoyo, y morirás de muerte violenta. el corazón de los mares, en presencia de tus verdugos, tú que eres hombre y no dios, en manos de quienes te apuñalan? Moriréis la muerte de los incircuncisos, por mano de extranjeros, porque fui yo quien hablé – declara el Señor Dios.”
– Palabra del Señor.
– Gracias a Dios.
Evangelio (Mateo 19,23-30)
— Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Mateo.
— Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “En verdad os digo que es difícil que un rico entre en el Reino de los Cielos. Y os repito: es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja”. que un rico entre en el Reino de Dios.” Al oír esto, los discípulos quedaron muy asombrados y preguntaron: “Entonces, ¿quién podrá salvarse?” Jesús los miró y dijo: “Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible”. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: “¡Mira! Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué recibiremos?” Jesús respondió: En verdad os digo que cuando el mundo se renueve y el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y todos los que ha dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos, campos, por amor de mi nombre, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. Muchos de los que ahora son primeros serán los últimos. primero.”
— Palabra de Salvación.
— Gloria a ti, Señor.
Reflejando la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Imagina por un momento que estás frente a un espejo mágico. No un espejo ordinario que simplemente refleja tu imagen, sino uno que revela el verdadero estado de tu alma. ¿Qué verías? ¿Será una imagen de humildad y gratitud, o habrá rastros de orgullo y excesiva confianza en uno mismo? Esta reflexión nos lleva al corazón de las lecturas de hoy, que nos invitan a un examen profundo de nuestras actitudes hacia Dios, hacia nosotros mismos y hacia los bienes materiales.
En la primera lectura, el profeta Ezequiel dirige duras palabras al príncipe de Tiro. “Tu corazón se enorgulleció y dijiste: ‘Soy un dios; estoy sentado en el trono de un dios en el corazón de los mares'”. ¡Qué declaración tan impactante! Aquí vemos el colmo de la arrogancia humana: un líder tan ebrio de su poder y riqueza que se considera divino.
No es difícil encontrar ejemplos modernos de este tipo de arrogancia, ¿verdad? Vivimos en una era de adoración a las celebridades, donde los individuos son elevados a un estatus casi divino debido a su riqueza, fama o poder. Pero no necesitamos mirar sólo los titulares o los ricos y famosos. Esta tendencia hacia la autodeificación puede manifestarse sutilmente en nuestra propia vida.
¿Cuántas veces nos sorprendemos pensando que lo tenemos todo bajo control? ¿Que nuestro éxito es puramente el resultado de nuestros propios esfuerzos? ¿Que no necesitamos a Dios ni a los demás? Éstas son las semillas de la misma arrogancia que condena Ezequiel.
El príncipe de Tiro se jactaba de su sabiduría y riqueza: “Con su gran sabiduría y con su comercio aumentó sus riquezas, y a causa de sus riquezas se enorgulleció su corazón”. No hay nada inherentemente malo en ser sabio o próspero. El problema surge cuando comenzamos a ver estas bendiciones como logros puramente personales, olvidando que todo buen regalo proviene de Dios.
Aquí es donde el mensaje de Ezequiel se conecta poderosamente con el Evangelio de hoy. Jesús, mirando a sus discípulos, hace una declaración que debe haberles impactado: “En verdad os digo que es difícil que un rico entre en el reino de los cielos”. Y para enfatizar este punto, añade la famosa metáfora: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”.
¿Te imaginas la consternación de los discípulos? En la cultura judía de aquella época, la riqueza se consideraba a menudo como un signo de la bendición de Dios. Si incluso los ricos, aquellos aparentemente bendecidos por Dios, tenían dificultades para entrar en el Reino, ¿qué esperanza había para los demás?
Pero Jesús no condena la riqueza per se. Él está señalando el peligro que la riqueza representa para nuestra vida espiritual. La riqueza, ya sea material, intelectual o de cualquier otro tipo, tiene el poder de engañarnos. Puede hacernos creer que somos autosuficientes, que no necesitamos a Dios. Puede endurecer nuestro corazón ante las necesidades de los demás. Puede convertirse en un ídolo por el que competimos por nuestra adoración.
Por eso Jesús dice que es difícil que un rico entre en el Reino de los Cielos. No porque Dios no quiera que entren los ricos, sino porque la riqueza a menudo se convierte en una barrera entre nosotros y Dios. Es como si la riqueza creara una burbuja a nuestro alrededor, aislándonos de la realidad de nuestra dependencia de Dios y nuestra interconexión con los demás.
¡Pero presta atención! Antes de sentirnos demasiado cómodos señalando a los “ricos”, deberíamos preguntarnos: ¿quiénes son los verdaderamente ricos a los ojos de Dios? En comparación con gran parte del mundo, muchos de nosotros vivimos en un lujo que los antiguos reyes ni siquiera podían imaginar. Tenemos acceso a conocimientos, tecnología y oportunidades que nos colocan entre los “ricos” a nivel mundial. Las palabras de Jesús se aplican a todos nosotros.
Entonces, ¿qué debemos hacer? ¿Deberíamos renunciar a todo lo que tenemos? Para algunos, esta puede ser la decisión. Pero para la mayoría de nosotros, el llamado es a un cambio de opinión y de perspectiva.
Pedro, hablando en nombre de los discípulos, pregunta: “He aquí, nosotros lo hemos dejado todo y os hemos seguido. ¿Qué recibiremos?” La respuesta de Jesús es a la vez un desafío y una maravillosa promesa. Él promete que aquellos que dejaron todo por Él recibirán “cien veces más” y heredarán la vida eterna. Pero también advierte: “Muchos de los primeros serán últimos, y muchos de los últimos serán primeros”.
Este es un llamado a una inversión radical de valores. En el Reino de Dios, la verdadera riqueza no se mide por lo que poseemos, sino por lo que estamos dispuestos a dejar ir por amor a Cristo y a los demás. La verdadera grandeza no está en exaltarnos a nosotros mismos, sino en humillarnos y servir.
Imagina ese espejo mágico otra vez. ¿Qué revelaría sobre tus prioridades? ¿Qué valoras realmente? ¿Sobre dónde depositas tu confianza?
Mis queridos hermanos y hermanas, la invitación de hoy es a un reexamen profundo de nuestras vidas. No para condenarnos a nosotros mismos, sino para abrirnos más plenamente a la gracia transformadora de Dios. Aquí hay algunos pasos prácticos que podemos tomar:
– Practica la gratitud diaria. Reconoce que todo lo que tienes y eres proviene de Dios. Esto combate la ilusión de autosuficiencia.
– Cultivar la generosidad. No sólo con tu dinero, sino con tu tiempo, talentos y atención. La generosidad nos libera del apego excesivo a los bienes materiales.
– Simplifica tu vida. Pregúntese: “¿Qué necesito realmente?” Muchas veces nuestra vida está tan llena de cosas que no hay lugar para Dios.
– Servir a los demás, especialmente a aquellos que no pueden corresponder. Esto nos ayuda a ver el mundo a través de los ojos de Cristo.
– Cultivar relaciones profundas. La verdadera riqueza está en las conexiones que tenemos con Dios y con los demás.
– Practica el desapego. Suelta con regularidad algo a lo que te aferras como recordatorio de que tu seguridad está en Dios, no en las posesiones.
– Meditar diariamente en las Escrituras. Deja que la Palabra de Dios renueve tu mente y transforme tus valores.
Recuerde, el mensaje de hoy no es de condenación, sino de liberación. Jesús quiere liberarnos de las ilusiones que nos atan, ya sean riqueza, poder u orgullo. Nos invita a una vida de verdadera libertad y abundancia, una vida centrada no en nosotros mismos sino en Dios y en los demás.
Que el Espíritu Santo abra nuestros ojos para ver con claridad, nuestro corazón para amar generosamente y nuestras manos para servir con humildad. Que nosotros, como el salmista, declaremos: “¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Quién estará en su lugar santo? El que tiene manos limpias y corazón puro”.
Y que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros, ahora y siempre. Amén.