Primera Lectura (2Ts 2,1-3a.14-17).
Comienzo de la Segunda Carta de San Pablo a los Tesalonicenses.
Respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra unión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis turbar tan fácilmente ni os alarméis por alguna revelación o carta que se nos atribuye, en la que se diga que el día de el Señor está cerca. Que nadie os engañe de ninguna manera. Dios os ha llamado para que, a través de nuestro evangelio, alcancéis la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, hermanos, estad firmes y guardad firmemente las tradiciones que os hemos enseñado, ya sea de voz o de letra. Que nuestro Señor Jesucristo y Dios nuestro Padre, que nos amó en su gracia y nos proporcionó consuelo eterno y feliz esperanza, anime vuestros corazones y os confirme en toda buena obra y palabra.
– Palabra del Señor.
– Gracias a Dios.
Evangelio (Mateo 23,23-26).
Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Mateo.
— Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo: “¡Ay de vosotros, maestros de la Ley y fariseos hipócritas! Pagáis los diezmos de la menta, del hinojo y del comino, y dejáis de lado las enseñanzas más importantes de la Ley, como la justicia, la misericordia y la fidelidad. ¡Debéis practicar esto, sin dejar eso! ¡Guías ciegos filtráis el mosquito, pero ay de vosotros, maestros de la Ley e hipócritas! para que también sea limpio por fuera.”
— Palabra de Salvación.
— Gloria a ti, Señor.
Reflejando la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Imagínese en una casa antigua, llena de objetos acumulados durante décadas. Sin duda, hay belleza en esta casa: muebles antiguos exquisitamente tallados, fotografías familiares en las paredes, preciosos recuerdos en cada rincón. Pero también hay polvo. Mucho polvo. Y aunque los residentes se enorgullecen de mantener la fachada impecable, los rincones oscuros y los armarios cerrados cuentan una historia diferente de abandono y descuido.
Esta imagen, amados míos, no está tan alejada de la condición espiritual que aborda Jesús en el evangelio de hoy, ni de los desafíos que enfrenta Pablo en su carta a los Tesalonicenses.
En Mateo 23, vemos a Jesús confrontando directamente a los escribas y fariseos. Dice: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! Pagáis diezmos de la menta, del eneldo y del comino, y dejáis de lado los preceptos más importantes de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad”.
¡Qué acusación tan poderosa! Jesús no condena la observancia cuidadosa de la ley; diezmar incluso las hierbas más pequeñas era, de hecho, una demostración de devoción. El problema era que esta meticulosidad externa enmascaraba un profundo descuido de las virtudes más esenciales.
Es como si Jesús estuviera diciendo: “Estás tan ocupado puliendo el exterior que te olvidaste de limpiar el interior de la casa”. Justicia, misericordia y fidelidad: éstas son las piedras angulares de una vida verdaderamente dedicada a Dios. Sin ellos, toda nuestra religiosidad externa se convierte en una cáscara vacía, una actuación sin sustancia.
Jesús continúa con una vívida metáfora: “¡Guías ciegos! Coláis un mosquito y os tragáis un camello”. ¡Qué imagen tan hilarante y perturbadora al mismo tiempo! ¡Imagínese a alguien tan obsesionado con eliminar el insecto más pequeño de su bebida que no se da cuenta de que se está tragando un animal enorme! Es un retrato perfecto de cómo podemos concentrarnos tanto en detalles insignificantes que perdemos por completo de vista el panorama general.
Y luego Jesús va directo al meollo del asunto: “¡Fariseo ciego! Limpia primero el interior del vaso y del plato, para que también quede limpio el exterior”. Este es un llamado a la autenticidad, a la integridad. No basta con lucir bien por fuera; Necesitamos ser transformados desde dentro.
Pero ¿cómo logramos esta limpieza interior? ¿Cómo evitamos caer en la trampa del fariseísmo, de la religiosidad superficial? Aquí es donde la carta de Pablo a los Tesalonicenses nos ofrece una perspectiva valiosa.
Pablo le escribe a una comunidad preocupada por rumores y falsas doctrinas. Hay confusión sobre la segunda venida de Cristo, ansiedad por el fin de los tiempos. En medio de esta confusión, Pablo ofrece palabras de aliento y guía.
Dice: “No os dejéis conmover ni alarmar tan fácilmente por ninguna revelación (…) ni por una carta supuestamente procedente de nosotros”. Básicamente, Pablo está diciendo: “Mantenga la calma. No se deje llevar por cada nueva idea o teoría que surja”.
En un mundo inundado de información, noticias falsas y teorías de conspiración, este consejo es más relevante que nunca. ¿Con qué frecuencia nos dejamos sacudir por los rumores, alarmarnos por los últimos titulares sensacionalistas o perdernos en especulaciones sobre el futuro? Pablo nos llama a una fe fundada, que no sea fácilmente sacudida por las tormentas de la opinión pública o el pánico colectivo.
Pero Pablo no se detiene ahí. Les recuerda a los tesalonicenses —y a nosotros— el fundamento de nuestra fe: “Dios os llamó a esto mediante nuestro evangelio, para que alcanceis la gloria de nuestro Señor Jesucristo”. ¡Qué declaración tan poderosa! Nuestro llamado no es al miedo, ni a la ansiedad, ni a la religiosidad superficial. ¡Estamos llamados a la gloria de Cristo!
¿Y cómo respondemos a este llamado? Pablo nos da la clave: “Estad firmes y guardad las tradiciones que os enseñamos”. Hay una profunda sabiduría aquí. Las tradiciones de fe (no las tradiciones vacías que Jesús criticó, sino las verdaderas tradiciones apostólicas) son como anclas que nos mantienen firmes en tiempos turbulentos.
Pero tenga en cuenta que Pablo no está hablando de una adhesión ciega a la tradición. Inmediatamente conecta esta firmeza con la acción directa de Dios en nuestra vida: “Que Cristo Jesús, Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, que nos amó y nos dio por gracia la consolación eterna y la buena esperanza, consuele vuestros corazones y confirme en toda buena obra y palabra.”
He aquí el secreto para evitar tanto el fariseísmo como el pánico: anclarnos en el amor de Dios, en el consuelo de Cristo, en la esperanza que viene por la gracia. Es este amor, este consuelo, esta esperanza lo que limpia el interior del vaso, lo que transforma nuestro corazón.
Entonces, mis queridos hermanos y hermanas, ¿qué hacemos hoy con estas lecturas? ¿Cómo aplicamos estas verdades a nuestras vidas?
Primero, hagamos un examen de conciencia honesto. ¿En qué parte de nuestras vidas estamos “colando mosquitos y tragando camellos”? ¿Dónde está nuestra religiosidad exterior enmascarando un abandono interior? Pidamos a Dios que nos muestre estas áreas y nos dé la valentía para afrontarlas.
En segundo lugar, renovemos nuestro compromiso con las virtudes esenciales que Jesús menciona: justicia, misericordia y fidelidad. ¿Cómo podemos incorporar más profundamente estas cualidades en nuestra vida diaria? Tal vez sea defender a alguien que recibe un trato injusto en el trabajo. O mostrar misericordia a un familiar que nos lastimó. O ser fieles a nuestras promesas, incluso cuando sea difícil.
En tercer lugar, anclemonos en las verdades fundamentales de nuestra fe. En un mundo de incertidumbre y cambio constante, volvamos siempre al amor inmutable de Dios, a la obra redentora de Cristo, a la presencia constante del Espíritu Santo. Que estas verdades sean nuestra roca firme.
Cuarto, busquemos esa limpieza interior que sólo Cristo puede dar. A través de la oración, la meditación de la Palabra y los sacramentos, permitamos que Dios transforme no sólo nuestras acciones externas, sino también nuestro corazón y nuestra mente.
Finalmente, vivamos en la esperanza y el consuelo que menciona Pablo. No una esperanza ingenua que ignora los problemas del mundo, sino una esperanza resiliente basada en la fidelidad de Dios. Una esperanza que nos permite afrontar los desafíos de la vida con valentía y confianza.
Que podamos, por la gracia de Dios, evitar tanto la trampa de la superioridad moral como el pánico de la incertidumbre. Que nuestras vidas estén marcadas por una profunda autenticidad, una fe inquebrantable y un amor activo. Que seamos limpios por dentro y por fuera, reflejando verdaderamente la gloria de Cristo en un mundo que necesita desesperadamente Su luz.
Y que el Dios de todo consuelo, que nos llamó a su gloria eterna, consuele vuestros corazones y os establezca en toda buena obra y palabra. Amén.