Evangelio de hoy – Miércoles, 12 de febrero de 2025 – Marcos 7,14-23 – Biblia Católica

Primera Lectura (Génesis 2,4b-9.15-17).

Lectura del Libro del Génesis.

En el día que el Señor hizo la tierra y los cielos, todavía no había ninguna mata del campo en la tierra, ni había aún brotado ninguna hierba del campo, porque el Señor Dios no había hecho llover sobre la tierra. , ni había ningún hombre para cultivar la tierra. Pero un manantial brotó de la tierra y regó toda su superficie. Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente. Entonces el Señor Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y allí colocó al hombre que había formado. Y el Señor Dios hizo nacer de la tierra toda clase de árboles de hermosa apariencia y de frutos deliciosos al paladar, el árbol de la vida en medio del huerto y el árbol del conocimiento del bien y del mal. El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén, para que lo cultivara y lo guardara. Y el Señor Dios mandó al hombre, diciendo: De todo árbol del jardín podrás comer, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás; porque el día que lo hagas, ciertamente morirás.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Marcos 7,14-23).

Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Marcos.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús llamó a la multitud y dijo: “Oíd todos y entended: lo que contamina al hombre no es lo que entra en él de fuera, sino lo que sale de dentro. El que tiene oídos para oír, que oiga”. Cuando Jesús entró en la casa, lejos de la multitud, los discípulos le preguntaron sobre esta parábola. Jesús les dijo: “¿Ni siquiera entendéis? ¿No entendéis que nada de lo que viene de fuera y entra en una persona puede contaminarla, porque no entra en su corazón, sino en su estómago y va a la cloaca?” Por eso Jesús declaró que todos los alimentos eran limpios. Él dijo: “Lo que sale del hombre, eso es lo que lo hace inmundo. Porque de dentro del corazón humano salen las malas intenciones, la inmoralidad, el robo, el asesinato, el adulterio, las ambiciones excesivas, la maldad, el fraude, el libertinaje, la envidia, la calumnia, el orgullo, la falta de juicio. Todas estas cosas malas vienen de dentro, y son las que contaminan al hombre.”

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo, las lecturas de hoy nos invitan a reflexionar sobre dos aspectos fundamentales de nuestra relación con Dios y el mundo: el don de la creación y la pureza de corazón. Estas dos dimensiones están profundamente conectadas, ya que la forma en que nos relacionamos con la creación refleja el estado interno de nuestro corazón.

Comencemos con el relato de Génesis. Imaginemos, por un momento, a un gran artista en su estudio. Toma un trozo de barro, lo moldea con paciencia, esmero y amor, hasta que lo que era sólo barro toma forma, vida y belleza. Así creó Dios al hombre. El texto nos dice que formó a los seres humanos del polvo de la tierra y les sopló aliento de vida. ¡Qué imagen tan poderosa! No somos sólo materia; En nosotros está el aliento de Dios mismo.

Dios coloca entonces al hombre en el jardín del Edén, un paraíso lleno de belleza y armonía, con la misión de “cultivarlo y custodiarlo”. Ésta es la primera vocación humana: ser guardián de la creación. Dios nos confía la responsabilidad de cuidar el mundo que Él creó, de utilizar los recursos con sabiduría y gratitud. Sin embargo, junto con este privilegio, Dios da un mandamiento: “Podrás comer de todo árbol del jardín, pero no comerás del árbol del conocimiento del bien y del mal”. Aquí vemos surgir algo fundamental: la libertad humana. Dios nos da la opción, pero con ella viene la responsabilidad.

Ahora pasemos al evangelio de Marcos. Jesús, en su divina sabiduría, nos revela que el verdadero mal no viene de fuera, sino de dentro, del corazón humano. Él dice: “Nada de lo que entra en el hombre puede contaminarlo; pero lo que sale del hombre lo contamina”. Estas palabras nos llaman a una reflexión profunda: ¿cómo está nuestro corazón?

Pensemos en el corazón como un jardín, similar al Edén. Un jardín necesita ser cultivado, regado y protegido de las malas hierbas. Si no cuidamos nuestro corazón, las malas hierbas del pecado –como la envidia, el orgullo, la maldad– pueden crecer y asfixiar las buenas semillas que Dios plantó en nosotros. Por eso, Jesús nos recuerda que lo que realmente importa no es lo que hacemos externamente para parecer buenos, sino el estado interno de nuestro corazón.

Ahora, conectemos estas dos lecturas. En el Génesis vemos a un Dios que crea un mundo bueno y confía al ser humano el cuidado de su obra. En el evangelio, Jesús nos recuerda que este cuidado comienza dentro de nosotros, cultivando un corazón puro y sincero. Cuando descuidamos el cuidado de nuestro yo interior, esto se refleja en nuestras acciones y en la forma en que tratamos el mundo que nos rodea.

Permítanme compartir una historia para ilustrar esto. Había una mujer que cuidaba un pequeño jardín frente a su casa. Todos los días regaba las plantas, arrancaba las malas hierbas y admiraba las flores que crecían. Un día, sin embargo, empezó a estar tan ocupada con otras tareas que dejó el jardín a un lado. Las malas hierbas empezaron a crecer y pronto las flores se marchitaron. Un vecino, al ver el estado del jardín, preguntó: “¿Por qué permitiste que esto sucediera?”. Ella respondió: “Estaba tan ocupada tratando de arreglar todo en la casa que me olvidé de cuidar el jardín”.

Lo mismo sucede con nuestro corazón. Podemos estar tan ocupados con preocupaciones externas –trabajo, bienes materiales, apariencia– que nos olvidamos de ocuparnos de lo que realmente importa: nuestra relación con Dios y con los demás.

Pero ¿cómo podemos cuidar nuestro corazón? Jesús nos da la respuesta: vigilancia y discernimiento. Necesitamos estar atentos a los pensamientos y actitudes que permitimos que entren en nuestro corazón. Cuando notamos algo que puede alejarnos de Dios –como el resentimiento o la avaricia– debemos eliminarlo, tal como arrancamos la mala hierba de un jardín.

Además, necesitamos discernir las voces que escuchamos. El mundo nos dice a menudo que el éxito, la riqueza y el poder son lo que realmente importa. Pero Jesús nos recuerda que el verdadero tesoro es vivir con un corazón puro y lleno de amor.

Ahora me gustaría proponer un ejercicio práctico para todos nosotros. A lo largo de esta semana, dedica unos minutos cada día a hacer un “chequeo cardíaco”. Pregúntate: ¿Qué está creciendo en el jardín de mi corazón? ¿Hay malas hierbas que es necesario eliminar? ¿Estoy cultivando flores de bondad, paciencia y compasión?

Piensa también en cómo estás cuidando el jardín de la creación. ¿Estamos siendo guardianes responsables del mundo que Dios nos ha confiado? ¿Estamos viviendo de maneras que reflejan gratitud por el regalo de la creación? La forma en que tratamos al mundo y a los demás es un reflejo directo del estado de nuestro corazón.

Al cerrar esta homilía, quiero dejarles una imagen para reflexionar. Imagínese un pequeño arroyo de agua cristalina fluyendo por un jardín. Es limpio, refrescante y lleno de vida. Pero si permitimos que entre suciedad en esta corriente, se volverá turbia y contaminada. Así es nuestro corazón. Cuando lo mantenemos puro, es fuente de vida para nosotros y los demás. Cuando lo descuidamos, perdemos la paz y alienamos a quienes nos rodean.

Pidamos a Dios la gracia de estar vigilantes, de cuidar tanto de nuestro corazón como del mundo que nos rodea. Que vivamos como verdaderos guardianes de la creación y como discípulos que reflejen el amor y la bondad de Dios en todas las cosas. Y, sobre todo, recordemos que, a pesar de nuestras debilidades, Dios nunca nos abandona. Él siempre está dispuesto a ayudarnos a cultivar un corazón puro y vivir en armonía con Su creación.

Amén.