Evangelio de hoy – Miércoles, 19 de febrero de 2025 – Marcos 8,22-26 – Biblia Católica

Primera Lectura (Génesis 8,6-13.20-22).

Lectura del Libro del Génesis.

Después de cuarenta días, Noé abrió la ventana que había hecho en el arca y envió un cuervo, el cual voló hasta que se secaron las aguas de la tierra. También soltó una paloma para ver si las aguas se habían retirado de la faz de la tierra. Pero la paloma, al no encontrar lugar donde descansar, volvió a él en el arca; porque las aguas todavía cubrían la superficie de toda la tierra. Noé extendió la mano, atrapó la paloma y la metió en el arca. Luego esperó otros siete días y volvió a soltar la paloma. Al atardecer volvió y he aquí que tenía en el pico una rama de olivo con hojas verdes. Así, Noé comprendió que las aguas habían dejado de cubrir la tierra. Esperó otros siete días y soltó la paloma, que nunca regresó. Fue en el año seiscientos uno de la vida de Noé, en el primer día del mes primero, que las aguas se retiraron de la tierra. Noé abrió el techo del arca, miró y vio que toda la superficie de la tierra estaba seca. Entonces Noé edificó un altar al Señor y, tomando animales y aves de toda especie limpia, ofreció holocaustos en el altar. El Señor aspiró el agradable olor y se dijo: “Nunca más maldeciré la tierra por causa del hombre, porque las inclinaciones de su corazón han sido malas desde su juventud. Tampoco volveré a dañar a todo ser viviente, como lo hice. “Mientras dure la tierra, la siembra y la cosecha, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche, nunca terminarán.”

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Marcos 8,22-26).

Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Marcos.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. Algunas personas le llevaron a un ciego y le pidieron a Jesús que lo tocara. Jesús tomó al ciego de la mano, lo sacó del pueblo, le escupió en los ojos, le puso las manos encima y le preguntó: “¿Ves algo?”. El hombre miró hacia arriba y dijo: “Veo hombres. Parecen árboles andantes”. Entonces Jesús volvió a taparle los ojos con las manos y empezó a ver claramente. Fue curado y vio todas las cosas claramente. Jesús le dijo al hombre que se fuera a su casa y le dijo: “¡No entres en el pueblo!”.

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Hermanos y hermanas en Cristo, hoy estamos invitados a reflexionar sobre dos pasajes bíblicos que, a primera vista, pueden parecer distantes en tiempo y contexto, pero que, en realidad, están profundamente conectados por el tema de la renovación, la sanación y la fe. La primera lectura, extraída del libro del Génesis (8,6-13.20-22), nos presenta el fin del diluvio y la renovación de la alianza entre Dios y la humanidad. El Evangelio de Marcos (8,22-26) nos trae la curación de un ciego en Betsaida, un milagro que nos habla de la gradualidad de la fe y la visión espiritual. Profundicemos en estas historias y descubramos cómo pueden alegrar nuestras vidas hoy.

En el relato del Génesis, después de cuarenta días de diluvio, Noé envía una paloma para ver si las aguas han bajado. La paloma se va, pero no encuentra dónde posarse y regresa al arca. Noé espera otros siete días y envía nuevamente la paloma. Esta vez regresa con una hoja de olivo en el pico, señal de que la tierra está renaciendo. Al tercer intento la paloma no regresa, indicando que la tierra está seca y lista para ser habitada nuevamente. Luego Noé abandona el arca y ofrece un sacrificio a Dios, quien promete no volver a maldecir la tierra por culpa del hombre, a pesar de la inclinación del corazón humano hacia el mal. Establece una alianza con la creación, simbolizada por el arco iris, y promete que las estaciones, el calor y el frío, el día y la noche, no cesarán.

Hermanos, este pasaje nos habla de la paciencia de Dios y de su misericordia. El diluvio fue un nuevo comienzo, una purificación, pero también una señal de que Dios no se rinde con nosotros. Él siempre nos da una nueva oportunidad, incluso cuando fallamos. La paloma con la hoja de olivo es un símbolo de esperanza, de que incluso después de las tormentas de la vida, siempre es posible un renacimiento. Y el sacrificio de Noé nos recuerda que la gratitud y el reconocimiento de la bondad de Dios deben ser la respuesta natural a su amor.

Ahora, vayamos al Evangelio. Jesús está en Betsaida, y unas personas le llevan a un ciego, pidiéndole que lo sane. Jesús lo lleva fuera del pueblo, le aplica saliva en los ojos y le impone las manos. Después del primer toque, el hombre empieza a ver, pero de forma confusa: ve a los hombres como árboles que caminan. Entonces Jesús vuelve a imponer las manos y el hombre ve claramente. Jesús lo envía a casa, diciéndole: “No entres en el pueblo” (Mc 8,26).

Este milagro es profundamente simbólico. La curación del ciego no ocurre de una vez, sino por etapas. Esto nos habla de la gradualidad de la fe y la comprensión espiritual. ¿Cuántas veces también “vemos, pero no con claridad”? ¿Con qué frecuencia tenemos una visión nublada de Dios, de los demás y de nosotros mismos? Jesús, con su paciencia y misericordia, nos guía paso a paso hasta que podamos ver con claridad. Él no se da por vencido con nosotros, incluso cuando nuestra fe es incierta o nuestra visión espiritual es confusa.

Aquí podemos establecer una conexión entre las dos lecturas. En el diluvio, Dios purifica la tierra y renueva su alianza con la humanidad. Al sanar al ciego, Jesús purifica la visión del hombre y lo conduce a la plenitud de la luz. En ambos casos hay un proceso: Noé espera pacientemente la señal de la paloma y el ciego pasa por dos etapas hasta ver con claridad. Esto nos enseña que la fe y la renovación espiritual no son instantáneas, sino que requieren tiempo, paciencia y confianza en Dios.

Hermanos, ¿cuántas veces también nosotros hemos experimentado “inundaciones” en nuestras vidas? Momentos de dolor, de pérdida, de duda, que parecen inundar todo lo que nos rodea. Pero, como Noé, estamos llamados a esperar con paciencia y confianza, sabiendo que Dios no nos abandona. Él envía su “paloma” con signos de esperanza: un amigo que nos consuela, una palabra de consuelo en la Biblia, un momento de paz en medio de la tormenta. Y, cuando la tierra se seca, somos llamados, como Noé, a ofrecer nuestra gratitud a Dios, reconociendo su bondad y fidelidad.

Asimismo, ¿cuántas veces nos parecemos al ciego de Betsaida? Vemos, pero no claramente. Tenemos fe, pero es débil. Entendemos los planes de Dios, pero de forma confusa. Jesús, sin embargo, no nos abandona en esta condición. Él nos toca, nos sana y nos conduce a la plenitud de la visión espiritual. Pero esto requiere que tengamos una actitud de humildad y apertura. El ciego permitió que Jesús lo sacara del pueblo, lo tocara, lo sanara. Nosotros también debemos permitir que Jesús nos guíe, incluso cuando no entendemos sus caminos.

Y hay un detalle importante en el Evangelio: Jesús le dice al hombre que no entre al pueblo. ¿Por qué? Quizás porque el pueblo representa el mundo con sus distracciones, sus ilusiones, sus valores contrarios al Evangelio. Jesús quiere que el hombre, ahora curado, viva una vida nueva, lejos de las influencias que podrían volver a nublar su visión. También estamos llamados a vivir una vida nueva, lejos del pecado y de las tentaciones que pueden alejarnos de Dios.

Hermanos, estas lecturas nos desafían a reflexionar sobre nuestro propio camino de fe. ¿Cómo afrontamos las “inundaciones” de nuestras vidas? ¿Estamos esperando con paciencia y confianza, como Noé, o estamos desesperados pensando que Dios nos ha abandonado? ¿Y cómo es nuestra visión espiritual? ¿Estamos permitiendo que Jesús nos sane, nos conduzca a la plenitud de la fe, o estamos resistiendo su toque y prefiriendo permanecer en la oscuridad?

Que hoy aprendamos de Noé y del ciego de Betsaida. Que confiemos en la paciencia y la misericordia de Dios, incluso en los momentos más difíciles. Que permitamos que Jesús nos sane, nos toque y nos conduzca a la plenitud de la luz. Y que, renovados y sanados, podamos vivir una vida nueva, lejos de las influencias del mundo, pero siempre cerca de Dios, que nunca nos abandona.

Que la Virgen María, modelo de fe y de paciencia, nos ayude a confiar siempre en el amor de Dios y le permita conducirnos, paso a paso, hacia la plenitud de vida en su presencia. Amén.

Señor Jesús, Tú que sanaste al ciego de Betsaida y renovaste la alianza con Noé, sana también nuestra ceguera y renueva nuestra fe. Ayúdanos a confiar en tu amor, incluso en los momentos más difíciles, y a permitir que nos conduzcas hacia la plenitud de la luz. Que nuestra vida sea testimonio de Tu misericordia y Tu gracia. Amén.