Evangelio de hoy – Miércoles 26 de junio de 2024 – Mateo 7,15-20 – Biblia Católica

Primera Lectura (2 Reyes 22,8-13,23,1-3)

Lectura del Segundo Libro de los Reyes.

En aquellos días, el sumo sacerdote Helcías dijo al secretario Safán: “¡Encontré el libro de la Ley en la casa del Señor!” Helcias le dio el libro a Shafã, quien también lo leyó. Entonces el secretario Safán se presentó ante el rey y le dio un informe en estos términos: “Tus siervos recogieron el dinero que se encontró en el templo y lo entregaron a los contratistas encargados del templo del Señor”. Entonces, el secretario Safã informó al rey: “El sacerdote Helcias me dio un libro”. Y Safán lo leyó delante del rey. Al oír las palabras del libro de la Ley, el rey se rasgó las vestiduras. Y mandó al sacerdote Helcías, a Ahicam hijo de Safán, a Achobor hijo de Miqueas, al secretario Safán y a Asaías ministro del rey: Id y consultad a Jehová acerca de mí, y acerca del pueblo, y acerca de todo Judá; las palabras de este libro que se encontró. Grande debe ser la ira del Señor que se encendió contra nosotros, porque nuestros padres no obedecieron las palabras de este libro, ni pusieron en práctica todo lo que nos fue prescrito.” Entonces el rey ordenó que se presentaran ante él todos los ancianos de Judá y de Jerusalén. Y subió al templo del Señor con todos los hombres de Judá y todos los habitantes de Jerusalén, los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo, desde el mayor hasta el menor. Leyó ante ellos todo el contenido del libro del Pacto que se había encontrado en la casa del Señor. De pie en su estrado, el rey concluyó el pacto delante del Señor, obligándose a seguir al Señor y observar sus mandamientos, preceptos y decretos, con todo su corazón y con toda su alma, cumpliendo las palabras del Pacto escritas en aquel libro. Y todo el pueblo se unió al Pacto.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Mateo 7,15-20)

Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Mateo.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuidado con los falsos profetas: vienen a vosotros vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Ortigas? Así, todo buen árbol da buenos frutos, y Todo árbol malo da malos frutos. No puede el árbol bueno dar frutos malos, ni el árbol malo puede dar frutos buenos. Por eso los conoceréis por sus frutos.

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo, que la paz del Señor esté con todos ustedes en este bendito día. Hoy estamos llamados a reflexionar profundamente sobre dos lecturas poderosas que nos dicen la importancia de escuchar la voz de Dios y vivir según Sus mandamientos. La primera lectura es del libro de los Reyes y del evangelio de San Mateo. Ambos pasajes nos desafían a mirar nuestras vidas y la sociedad que nos rodea con ojos de discernimiento y un corazón lleno de compromiso.

En la primera lectura, del libro de los Reyes, encontramos la figura del rey Josías, uno de los grandes reformadores de Israel. La historia comienza cuando Hilcías, el sumo sacerdote, encuentra el Libro de la Ley en el templo del Señor. Este libro se había perdido, olvidado, y cuando se lee ante el rey Josías, éste se rasga las vestiduras en señal de arrepentimiento. Josías comprende inmediatamente la gravedad de la situación: el pueblo de Dios se había desviado de sus mandamientos y el pacto había sido roto.

Imagina por un momento que estás limpiando tu casa y encuentras una vieja carta de un ser querido que contenía palabras de sabiduría y amor que habías olvidado. Cuando lo lees, te das cuenta de lo importantes que fueron estas palabras y de cómo podrían haber transformado tus vidas si las hubieras recordado. Así se sintió Josías cuando escuchó el Libro de la Ley. Se dio cuenta de que el pueblo se había desviado del camino correcto y que era necesario un retorno urgente a la fidelidad a Dios.

Josías entonces convoca a todo el pueblo, desde el más sencillo hasta el más importante, y lee el libro delante de ellos. En un acto público de gran significado renueva su alianza con el Señor, comprometiéndose a seguir todos los mandamientos, decretos y estatutos con todo su corazón y con toda su alma. Este es un tiempo de gran renovación espiritual para Israel, un retorno a la pureza de la fe y la obediencia a los mandamientos de Dios.

Ahora, vayamos al evangelio de Mateo, donde Jesús nos advierte sobre los falsos profetas, aquellos que vienen vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. “Por sus frutos los conoceréis”, dice Jesús. Nos enseña a mirar no sólo las palabras que alguien dice, sino también las acciones que producen. Un buen árbol no puede dar malos frutos, ni un árbol malo puede dar buenos frutos.

Esta enseñanza de Jesús nos invita a una profunda introspección. Estamos llamados a examinar los frutos de nuestra propia vida y la vida de quienes nos guían. En una sociedad donde la apariencia a menudo se valora más que la sustancia, donde las promesas se hacen fácilmente y se rompen con la misma facilidad, Jesús nos recuerda que la verdadera medida de una persona está en sus acciones y los resultados de esas acciones.

Pensemos, por ejemplo, en un árbol frutal. Si plantamos un árbol con grandes expectativas de que dará frutos dulces y abundantes, pero año tras año sólo produce frutos amargos, sabremos que algo anda mal. Podemos intentar cuidar mejor el árbol, abonarlo, regarlo, pero si los frutos siguen siendo malos llegaremos a la conclusión de que el árbol en sí es malo. Asimismo, en nuestra vida debemos evaluar los frutos de nuestras acciones y discernir si realmente estamos viviendo de acuerdo con las enseñanzas de Cristo.

Josías, al escuchar el Libro de la Ley, reconoció los malos frutos de la desobediencia y la idolatría que había producido su pueblo y tomó medidas drásticas para volver a la fidelidad a Dios. También nosotros estamos llamados a esta misma seriedad y discernimiento en nuestras vidas. Es fácil dejarse engañar por palabras bonitas y promesas vacías, pero Jesús nos llama a mirar más profundamente, a examinar los frutos.

Entonces, ¿cómo podemos aplicar estas lecciones a nuestra vida diaria? Primero, debemos comprometernos a conocer la Palabra de Dios. Así como el Libro de la Ley fue redescubierto en el templo, debemos redescubrir las Escrituras en nuestras vidas. Lee la Biblia, medita en sus palabras, deja que guíen tus pensamientos y acciones. A menudo descuidamos leer la Palabra de Dios y, como resultado, nos desviamos de Sus caminos.

En segundo lugar, debemos evaluar constantemente los frutos de nuestras acciones. Pregúntate: ¿mis acciones están dando buenos resultados? ¿Estoy viviendo según los mandamientos de Dios? ¿Estoy contribuyendo a construir un mundo más justo y amoroso? Si encontramos frutos amargos, debemos tener el coraje de hacer cambios, tal como lo hizo Josías, reformando nuestras vidas y volviendo a la fidelidad a Dios.

Además, estemos atentos a los líderes que seguimos. En la Iglesia, en la sociedad, en nuestras comunidades, debemos discernir si quienes nos guían están realmente dando buenos frutos. No nos dejemos engañar por las apariencias ni por las palabras vacías. Jesús nos dio un criterio claro: por sus frutos los conoceréis.

Y finalmente, seamos luz para el mundo que nos rodea. Que nuestras acciones, nuestras palabras y nuestros pensamientos reflejen la presencia de Cristo en nuestras vidas. Como un árbol que da buenos frutos, seamos fuente de alimento y alegría para quienes nos rodean. Vivamos de tal manera que nuestros frutos den testimonio de la bondad y del amor de Dios.

Hagamos ahora un momento de silencio. Cerremos los ojos y pidamos a Dios la gracia de identificar en nuestras vidas lo que hay que cambiar. Que el Espíritu Santo nos guíe y nos dé fuerzas para producir buenos frutos dignos de su presencia dentro de nosotros.

Señor, te damos gracias por las lecciones de hoy. Ayúdanos a vivir según Tu voluntad, a utilizar nuestros recursos de manera justa y generosa, y a eliminar todo lo que nos lleve al pecado. Que seamos luz en el mundo, reflejando Tu amor en cada acción y palabra. Amén.

Mis hermanos y hermanas, al salir hoy de aquí, llevemos con nosotros la esperanza y la determinación de vivir como verdaderos seguidores de Cristo. Que la gracia de Dios nos acompañe y seamos instrumentos de su paz y amor en el mundo. Recuerde, estamos llamados a ser luz y sal: brillemos y sazonemos el mundo con la bondad, la justicia y el amor de Dios. Amén.