Evangelio de hoy – Sábado, 18 de enero de 2025 – Marcos 2,13-17 – Biblia Católica

Primera Lectura (Hebreos 4,12-16).

Lectura de la Carta a los Hebreos.

Hermanos, la Palabra de Dios es viva, eficaz y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta dividir alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Ella juzga los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay criatura que pueda esconderse de ello. Todo está desnudo y descubierto ante sus ojos, y es a ella a quien debemos rendir cuentas. Tenemos un eminente sumo sacerdote que ha entrado al cielo, Jesús, el Hijo de Dios. Por tanto, permanezcamos firmes en la fe que profesamos. De hecho, tenemos un sumo sacerdote capaz de compadecerse de nuestras debilidades, porque él mismo fue probado en todo como nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, pues, con toda confianza al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y obtener la gracia del auxilio en el momento oportuno.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Marcos 2,13-17).

Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Marcos.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús volvió a salir a la orilla del mar. Toda la multitud fue a su encuentro y Jesús les enseñaba. Al pasar Jesús, vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado en la oficina del recaudador de impuestos, y le dijo: “¡Sígueme!”. Levi se levantó y lo siguió. Y aconteció que mientras estaban sentados a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores estaban también a la mesa con Jesús y sus discípulos. De hecho, fueron muchos los que lo siguieron. Algunos doctores de la ley, que eran fariseos, vieron que Jesús estaba comiendo con pecadores y publicanos. Entonces preguntaron a los discípulos: “¿Por qué come con publicanos y pecadores?” Jesús, al oírlo, les respondió: “No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores”.

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Cristo, que la paz de nuestro Señor esté con todos vosotros. Hoy, las lecturas nos invitan a reflexionar sobre temas profundos y transformadores: la fuerza de la Palabra de Dios y la increíble misericordia de Jesús, que viene al encuentro de los pecadores. Son como dos ríos que convergen formando una sola corriente de esperanza y renovación espiritual.

Pensemos en el inicio de una carrera de larga distancia. El atleta se posiciona, suena el pistoletazo de salida y empieza a correr. A cada paso siente el desafío y la necesidad de perseverar hasta el final. La lectura de la carta a los Hebreos nos presenta la Palabra de Dios como una fuerza dinámica y viva que penetra en nuestra alma y nos desafía, así como correr exige esfuerzo a un deportista.

La Palabra es descrita como “una espada de dos filos”, capaz de separar “el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos” y de juzgar “los pensamientos y las intenciones del corazón”. Esta poderosa imagen nos muestra que la Palabra de Dios no es algo pasivo o meramente decorativo en nuestras vidas. Es incisiva, capaz de revelar lo que ocultamos incluso a nosotros mismos. Es como una luz que ilumina los rincones más oscuros de nuestro ser, donde muchas veces albergamos nuestras dudas, miedos y pecados.

Ahora pensemos en un agricultor que, al preparar su terreno, necesita retirar piedras escondidas bajo el suelo. La Palabra de Dios actúa de manera similar: desentierra esas piedras de nuestra vida –orgullo, resentimiento, egoísmo– para que podamos cultivarlas con amor, humildad y generosidad.

Pero no debemos tener miedo de esta exposición, porque el mismo texto nos recuerda que tenemos “un sumo sacerdote que es capaz de compadecerse de nuestras debilidades”. Jesús comprende nuestras luchas, porque Él mismo enfrentó las tentaciones, pero sin pecar. Él es el médico que no sólo diagnostica nuestras heridas espirituales sino que también nos cura con su gracia.

Y aquí es donde el evangelio de Marcos se conecta maravillosamente. Jesús encuentra a Leví, un recaudador de impuestos, sentado en la oficina de impuestos. Imaginemos esta escena: Levi, un hombre despreciado por la sociedad, acostumbrado a ser ignorado o condenado por los ojos de la gente, de repente escucha una llamada que lo cambia todo: “Sígueme”. Esta invitación, procedente de Jesús, es como lluvia que cae sobre tierra seca. Vigoriza, da propósito y transforma.

Leví se levanta inmediatamente y sigue a Jesús. Esta respuesta nos enseña algo profundo sobre el llamado de Dios. Cuando escuchamos su voz, somos invitados a dejar atrás lo que nos frena (ya sea el pecado, las inseguridades o incluso nuestra zona de confort) y levantarnos a una nueva vida.

Poco después, vemos a Jesús sentado a la mesa con pecadores y recaudadores de impuestos. Esta imagen es un poderoso recordatorio de que Jesús no se aleja de quienes más lo necesitan. No vino por los justos, sino por los pecadores. Él es el médico que visita a los enfermos, que se acerca a nosotros en nuestra debilidad y nos ofrece la curación de su amor.

Imagínese un faro en medio de una tormenta. No elige iluminar sólo los barcos más bonitos o mejor equipados. Él ilumina a todos con su luz, guiando especialmente a aquellos que se encuentran en mayor peligro. Este es Jesús, el faro que ilumina nuestro camino, incluso cuando estamos perdidos o enfrentamos tormentas internas.

Pero, hermanos y hermanas, esta mesa donde se sienta Jesús no es sólo un lugar de acogida; también es un lugar de transformación. Jesús no sólo acepta a Leví y a los pecadores tal como son, sino que los llama a una nueva vida. No legitima el pecado, pero ofrece la oportunidad de redención y cambio.

Ahora, parémonos un momento y pongámonos en el lugar de Levi. ¿Cuáles son las “colecciones” en las que estamos sentados? ¿Qué en nuestras vidas nos impide escuchar el llamado de Jesús? Tal vez sea un resentimiento del que no podemos deshacernos, una adicción que nos aprisiona o incluso una falta de confianza en nosotros mismos.

La Palabra de Dios nos anima a mirar estas áreas con honestidad. Nos recuerda que no necesitamos ocultar nuestras debilidades, porque Jesús las conoce y todavía nos llama. Nos invita a levantarnos, dejar nuestras “colecciones” y seguir su luz.

¿Y cómo hacemos esto en la práctica? Primero, sumergirse en la Palabra de Dios, que es viva y eficaz. Cada vez que leemos las Escrituras, es como si Dios estuviera hablando directamente a nuestro corazón, guiándonos y moldeándonos. Segundo, acercarnos a los Sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Confesión, donde encontramos la gracia transformadora de Cristo. Y finalmente, vivir como testigos de su amor en el mundo, siendo luz para los que están en tinieblas.

Jesús nos muestra que nadie está fuera del alcance de su misericordia. Se sienta a la mesa con los marginados, los despreciados y los pecadores. Esto significa que Él también se sienta con nosotros, en nuestras debilidades, para ofrecernos la oportunidad de empezar de nuevo.

Queridos hermanos y hermanas, al concluir nuestra reflexión, quiero dejarles una imagen final. Piensa en un campo cubierto de nieve en invierno. A primera vista todo parece muerto y sin vida. Pero debajo de la superficie, las semillas sólo esperan que brote el calor de la primavera. Así es la Palabra de Dios en nuestras vidas. Incluso cuando parece que estamos espiritualmente estancados, la gracia de Dios está obrando dentro de nosotros, lista para florecer cuando lo permitimos.

Hoy Jesús nos llama como llamó a Leví. Nos invita a seguirlo, a dejar atrás lo que nos frena y a sentarnos a su mesa, donde encontraremos no sólo aceptación sino también transformación. Que respondamos a este llamado con alegría y valentía, confiados en que el amor de Dios es mayor que cualquier debilidad o pecado.

Que la Palabra de Dios esté viva en nuestros corazones, iluminando nuestro camino y moldeándonos a imagen de Cristo. Y que recordemos siempre que Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, camina con nosotros, entendiendo nuestras debilidades y conduciéndonos a la vida eterna. Amén.