Evangelio de hoy – Sábado, 25 de enero de 2025 – Marcos 16,15-18 – Biblia Católica

Primera Lectura (Hch 22,3-16).

Lectura de los Hechos de los Apóstoles.

En aquellos días, Pablo dijo al pueblo: “Soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero crecí aquí en esta ciudad. Como discípulo de Gamaliel, fui instruido en todo el rigor de la Ley de nuestros antepasados. , haciéndome celoso de la causa de Dios, como es el caso de vosotros hoy, perseguí a los que seguían este Camino hasta la muerte, arrestando a hombres y mujeres y arrojándolos en prisión. El Sumo Sacerdote y todo el consejo de los hombres son mis. testigos. ancianos y me dieron cartas de recomendación para los hermanos de Damasco. Fui allí para arrestar a todos los que encontraba y llevarlos a Jerusalén para ser castigados, cerca de Damasco, de repente una gran luz del cielo me rodeó. Caí en tierra y oí una voz que me decía: ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?’ Le pregunté: ‘¿Quién eres, Señor?’ Él me respondió: ‘Yo soy Jesús, el Nazareno, a quien tú persigues’. Mis compañeros vieron la luz, pero no oyeron la voz que me hablaba, entonces pregunté: ‘¿Qué debo hacer, Señor?’ El Señor me respondió: ‘Levántate y ve a Damasco. Allí te explicarán todo lo que debes hacer. Como no podía ver, a causa del brillo de aquella luz, llegué a Damasco guiado de la mano de mis compañeros.’ , un hombre piadoso y respetuoso de la ley, de buena reputación entre todos los judíos que vivían allí, vino a mi encuentro y me dijo: ‘¡Saúl, hermano mío, recupera la vista!’ En el mismo momento recobré la vista y pude verlo. Entonces me dijo: ‘El Dios de nuestros antepasados te eligió para conocer su voluntad, para ver al Justo y para oír su propia voz ante todos los hombres. habéis visto y oído. Y ahora, ¿qué esperáis? ¡Levántate, recibe el bautismo y sé limpio de tus pecados, invocando su nombre! “Palabra del Señor.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Marcos 16,15-18).

Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Marcos.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús se manifestó a los once discípulos, y les dijo: “¡Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda criatura! El que crea y sea bautizado, será salvo. El que no crea, será condenado. Las señales los que acompañarán a los que crean serán estos: echarán fuera demonios en mi nombre, hablarán en lenguas nuevas, si toman serpientes o beben algún veneno mortal, no les hará daño cuando impongan sus manos a los enfermos; , serán sanados.”

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Mis queridos hermanos y hermanas, en Cristo, el evangelio de hoy y el pasaje de los Hechos de los Apóstoles nos invitan a reflexionar profundamente sobre el llamado de Dios a nuestras vidas, sobre cómo respondemos a su invitación y sobre el poder transformador de su gracia. Estas son dos lecturas que nos hablan sobre la misión, la transformación y el coraje necesario para seguir a Cristo en un mundo a menudo desafiante.

Comencemos con el relato de San Pablo en los Hechos de los Apóstoles. Nos cuenta su historia, el recorrido de su vida y la dramática transformación que experimentó en el camino a Damasco. Antes de su conversión, Pablo era un feroz perseguidor de los cristianos. Estaba convencido de que estaba haciendo la voluntad de Dios al perseguir a los que seguían a Jesús. Pero, como sabemos, Dios tiene planes muy diferentes para cada uno de nosotros.

San Pablo nos dice: “Soy judío, nací en Tarso de Cilicia, pero crecí en esta ciudad; Me eduqué a los pies de Gamaliel, según la exactitud de la ley de los padres, siendo celoso de Dios, como lo sois todos vosotros hoy”. Se nos presenta como alguien profundamente religioso, alguien que creció en la tradición judía y que pensaba que estaba sirviendo a Dios luchando contra la nueva religión que estaba surgiendo. Lo que él pensaba que era una misión justa estaba en realidad en directa oposición a la voluntad divina.

Entonces, amigos míos, llega el momento crucial, el punto de inflexión, el encuentro con Cristo. Camino a Damasco, San Pablo es cegado por una luz intensa, y una voz le dice: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Esta experiencia no sólo cegó sus ojos físicamente, sino que también abrió sus ojos espirituales. Pasó de perseguidor a seguidor de Cristo, de enemigo de la Iglesia a uno de los más grandes predicadores del evangelio que jamás haya existido.

Esto nos muestra algo muy importante: la gracia de Dios no tiene límites. Incluso aquellos que creemos que están más alejados de Dios, o aquellos que están atrapados en una vida de error y pecado, pueden ser tocados por la gracia divina y transformados. Pablo nos enseña que ningún corazón es inmune al poder de Cristo. Cuando Dios llama, transforma incluso las situaciones más imposibles.

San Pablo, después de su conversión, fue inmediatamente bautizado y recibió así un nuevo propósito para su vida: ser testigo de Cristo. Esto nos lleva a la siguiente parte de nuestra reflexión: la misión que Dios nos confía.

En el evangelio de Marcos, escuchamos la comisión de Jesús a sus discípulos: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. Jesús nos da una misión clara y universal, una misión que no tiene fronteras, una misión que es para todas las personas, para todas las naciones. Cuando Él nos envía, no dice: “Si puedes, ve y predica”. Él nos ordena: “Vayan”. No hay excepciones.

Estas palabras de Jesús no son sólo para los apóstoles, no son sólo para aquellos que vivieron con Él físicamente. Son para todos nosotros, para cada uno de nosotros, bautizados en Cristo. Todos estamos llamados a ser sus discípulos y a llevar su mensaje de amor, esperanza y salvación a los demás.

Esta misión no es fácil. Como San Pablo, también nosotros enfrentamos dificultades y persecución. Pero lo más importante es que, como San Pablo, estamos revestidos del poder del Espíritu Santo. En el evangelio, Jesús nos recuerda: “Expulsarán demonios en mi nombre, hablarán nuevas lenguas, tomarán en las manos serpientes y si beben algo mortífero, no les hará daño”. Él nos da el poder de hacer lo imposible, de vivir de manera sobrenatural, con Su ayuda.

Sé que muchas veces sentimos que no tenemos el coraje ni los recursos para llevar a cabo la misión de Dios. Pensamos que, como Pablo antes de su conversión, somos inadecuados, débiles o indignos. Pero la verdad es que Dios no nos llama porque seamos perfectos o poderosos, sino porque quiere que su gracia se manifieste en nuestra debilidad. Es en el momento en que reconocemos nuestra necesidad de Dios que Él se convierte en nuestra fuerza.

Cuando Jesús dice que “no les hará daño”, nos recuerda que aunque enfrentemos obstáculos, no hay nada que pueda separarnos de su amor. Cuando estamos con Cristo, nada es imposible. Como San Pablo, podemos ser instrumentos poderosos en las manos de Dios, transformando el mundo que nos rodea, no por nuestra fuerza, sino por Su poder que actúa en nosotros.

Ahora, miremos la misión de São Paulo y nuestra misión. Pasó de ser un hombre que mataba a un hombre que dio su vida por fe. No tuvo miedo de proclamar el evangelio, aun sabiendo la persecución que sufriría. Sabía que la misión de Dios no es una tarea cualquiera, sino la más importante que podemos tener en la vida.

Mis queridos hermanos y hermanas, la misión que Jesús nos confía es también nuestra gran oportunidad. No sólo estamos llamados a una vida de comodidad o seguridad, sino a una vida de dedicación, coraje y acción. La misión de predicar el evangelio no es algo opcional para los cristianos; es un mandamiento de nuestro Señor. Si somos sus discípulos, debemos ir y predicar. No importa dónde, no importa cómo. Lo importante es que el mensaje de Cristo llegue a todos.

Esto se puede hacer de diferentes maneras. No necesitamos ir por el mundo predicando en grandes plazas o ciudades. El evangelio comienza dentro de nosotros y nuestra misión puede comenzar en el hogar, en el trabajo, en la escuela, con los amigos. Cada acto de bondad, cada palabra de aliento, cada gesto de ayuda a los demás es una forma de evangelizar.

Sé que muchas veces tenemos miedo de hablar de nuestra fe. El mundo moderno puede ser hostil, indiferente e incluso burlarse de la fe cristiana. Pero Jesús nos dice que no temamos. Él estará con nosotros en todo momento. Como estuvo con San Pablo, estará con nosotros en nuestra misión. Él no nos abandona.

Por eso, la pregunta que debemos hacernos hoy es: ¿cómo estamos respondiendo al llamado de Dios? ¿Cómo estamos cumpliendo la misión de Cristo en nuestras vidas? ¿Estamos dispuestos a vivir para Él y para los demás, a ser luz donde hay oscuridad, a llevar Su palabra de amor y salvación a todos los que nos rodean?

Que renovemos nuestro compromiso con la misión que Dios nos confía hoy. Que sigamos el ejemplo de san Pablo, quien, tocado por la gracia de Dios, se levantó y fue a predicar el evangelio con valentía. Y que, como Jesús nos envió, también nosotros podamos ir a predicar, llevando su amor al mundo.

Que Dios nos dé la gracia de ser fieles a su llamado y que, como San Pablo, podamos ser instrumentos poderosos para su gloria. Amén.