Evangelio de hoy – Viernes, 16 de agosto de 2024 – Mateo 19:3-12 – Biblia Católica

Primera Lectura (Ezequiel 16,1-15.60.63)

Lectura de la profecía de Ezequiel.

La palabra del Señor me fue dirigida en estos términos: “Hijo de hombre, muestra a Jerusalén sus abominaciones. Dirás: Así dice el Señor Dios a Jerusalén: Por tu origen y nacimiento eres de la tierra de Canaán. Tu padre era amorreo y tu madre hitita. ¿Y cómo fue tu nacimiento? Cuando naciste, no te cortaron el cordón umbilical, ni te bañaron en agua, ni te frotaron con salmuera, ni te envolvieron en vendas. El día que naciste, te dejaron expuesto en el campo abierto, porque despreciaban tu vida. Entonces pasé junto a ti y vi que luchabas en tu propia sangre, y mientras estabas en tu sangre, te dije: ¡Vive! Te hice crecer frondosa como una planta silvestre. Creciste y te desarrollaste, y llegaste a la pubertad. Tus pechos se hicieron firmes y tus cabellos crecieron sobre ti para cubrir tu desnudez. Hice juramento, estableciendo alianza contigo – declara el Señor – y tú eras mía. Te bañé en agua, te limpié de sangre y te ungí con perfume. Te vestí con ropa bordada, te puse sandalias de cuero fino, te ceñí de lino y te cubrí de seda. Te adorné con joyas, te puse pulseras en los brazos y un collar alrededor del cuello. Puse un anillo en tu nariz, aretes en tus orejas y una magnífica corona en tu cabeza. Estabas adornada de oro y plata, tus vestidos eran hechos de lino fino, seda y bordados. Te alimenté con harina fina, miel y aceite. Te volviste cada vez más hermosa y te convertiste en realeza. Tu fama se ha extendido entre las naciones por tu perfecta hermosura, por el esplendor con que te cubrí – declara el Señor. Pero pusiste tu confianza en la belleza y te prostituiste gracias a tu fama. Y sin vergüenza te ofreciste a cualquier transeúnte. Pero me acordaré de mi pacto contigo cuando eras joven, y estableceré contigo un pacto eterno. Es para que te acuerdes y te avergüences, y en tu confusión no abras más la boca, cuando yo te haya perdonado todo lo que has hecho, – declara el Señor Dios.”

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Mateo 19,3-12)

Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Mateo.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, unos fariseos se acercaron a Jesús y le preguntaron, para tentarlo: “¿Está permitido al hombre despedir a su mujer por cualquier motivo?” Jesús respondió: “¿Nunca habéis leído que el Creador los hizo varón y hembra desde el principio? Y dijo: ‘Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne’. Para que ya no sean dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido, que el hombre no lo separe.” Los fariseos preguntaron: “¿Por qué entonces Moisés ordenó un certificado de divorcio y despidió a la mujer?” Jesús respondió: “Moisés permitió que despidieran a la mujer a causa de la dureza. de tu corazón. Pero no fue así desde el principio. Por eso os digo: cualquiera que despide a su mujer -salvo en el caso de unión ilegítima- y se casa con otra, comete adulterio.” Los discípulos dijeron a Jesús: “Si la situación entre un hombre y su mujer es así, no vale la pena. casarse.” Jesús respondió: “No todos son capaces de entender esto, excepto aquellos a quienes se les concede. De hecho, hay hombres que son incapaces de casarse porque nacieron así; otros, porque hombres así lo hicieron; y otros se hicieron incapaces de hacerlo por el Reino de los Cielos.

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Imagínese una escena conmigo: un niño abandonado, dejado morir en un campo abierto, sucio y abandonado. Ahora, imaginemos a ese mismo niño siendo rescatado, lavado, vestido con las mejores ropas, adornado con joyas preciosas y elevado a la posición de realeza. Esta es la poderosa imagen que usa el profeta Ezequiel para describir el amor de Dios por su pueblo, por nosotros.

La lectura de Ezequiel hoy nos presenta una de las metáforas más vívidas y conmovedoras de la Biblia. Dios habla a través del profeta: “Al pasar junto a ti, te vi pisoteado en tu propia sangre y te dije: ‘¡Vive!'”. ¡Qué extraordinaria declaración de amor y gracia! El Creador del universo se agacha para rescatar a los más desamparados e indefensos.

Esta es nuestra historia, queridos hermanos. Cada uno de nosotros era ese niño abandonado, impotente en nuestro pecado, incapaz de salvarnos a nosotros mismos. Pero Dios, en su infinita misericordia, no nos dejó en este estado. Él nos rescató, nos limpió, nos vistió con su propia justicia.

Ezequiel continúa describiendo cómo Dios no sólo salvó a su pueblo, sino que lo elevó a una posición de honor y belleza incomparables: “Os vestí de bordado… os calcé con pieles finas… os ceñí con lino fino. .. Te cubrí de seda.” ¡Qué cuadro de cuidado meticuloso y amor extravagante!

Sin embargo, la historia no termina ahí. El corazón se rompe cuando leemos: “Confiaste en tu belleza y te prostituiste”. ¡Qué triste giro de los acontecimientos! El pueblo de Dios, bendecido sin medida, recurrió a otros “amantes”, otros dioses, otras fuentes de significado y propósito.

¿Cuántas veces hacemos lo mismo? Bendecidos abundantemente por Dios, todavía recurrimos a los ídolos de nuestra época: dinero, estatus, placer, poder. Olvidamos quién nos rescató y quiénes somos realmente.

Pero aquí está la buena noticia, queridos míos: la historia no termina con nuestra infidelidad. Dios declara: “Pero me acordaré del pacto que hice contigo en los días de tu juventud, y estableceré contigo un pacto perpetuo”. ¡Qué promesa tan increíble! A pesar de nuestra infidelidad, Dios permanece fiel. Su amor es más fuerte que nuestra rebelión, Su gracia más poderosa que nuestro pecado.

Es en este contexto de amor fiel y alianza eterna que recurrimos al Evangelio de hoy. Los fariseos se acercan a Jesús con una pregunta sobre el divorcio, intentando acorralarlo en un debate legal. Pero Jesús, como siempre, va más allá de la cuestión superficial para llegar al meollo del asunto.

Les recuerda el plan original de Dios para el matrimonio: “¿No habéis leído que el Creador desde el principio los hizo varón y hembra, y dijo: ‘Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y ¿Serán los dos una sola carne? Jesús está señalando algo profundo aquí: la unión matrimonial como reflejo del pacto de Dios con su pueblo.

El matrimonio, desde el punto de vista de Dios, no es sólo un contrato que puede romperse cuando resulta inconveniente. Es una alianza, un compromiso de amor fiel que refleja el propio amor de Dios por nosotros. Es una unión tan profunda que Jesús declara: “Por tanto, lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre”.

Esto puede parecer un estándar imposible en nuestra sociedad actual, donde el divorcio es común y las relaciones a menudo se tratan como algo desechable. Y de hecho, Jesús reconoce que, debido a la “dureza de corazón” humana, Moisés permitió el divorcio. Pero Él nos llama a regresar al ideal divino, desafiándonos a vivir un amor que refleje el amor fiel y perdonador de Dios.

Ahora bien, esto no significa que aquellos que han pasado por un divorcio estén fuera del amor de Dios. ¡Nada de eso! Recuerde la promesa de Ezequiel: “Estableceré con vosotros un pacto eterno”. El amor de Dios es mayor que nuestros fracasos, su gracia más poderosa que nuestras debilidades.

Para aquellos que luchan en sus matrimonios, esta es una palabra de aliento: así como Dios nunca se da por vencido con nosotros, no se rindan unos con otros. Busque la gracia de Dios, que puede sanar, restaurar y renovar. Para los solteros o divorciados, recuerden: su valor no está en su estado civil, sino en ser amado incondicionalmente por Dios.

Jesús también habla de aquellos que “se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos”. Se refiere a aquellos llamados al celibato, dedicando su vida enteramente a Dios. Nos recuerda que, casados o solteros, nuestro llamado máximo es amar y servir a Dios con todo nuestro ser.

Mis queridos hermanos y hermanas, el mensaje central de hoy es acerca de la fidelidad: la fidelidad inquebrantable de Dios hacia nosotros y nuestro llamado a reflejar esa fidelidad en nuestras propias vidas y relaciones.

Somos como ese niño abandonado de Ezequiel, rescatado y elevado por el amor de Dios. A pesar de nuestra infidelidad, Dios permanece fiel. Él sigue llamándonos a regresar, ofreciéndonos un “pacto eterno”.

¿Cómo podemos responder a un amor tan extraordinario? Primero, reconocer y maravillarnos de la gracia de Dios en nuestras vidas. Tómate un momento ahora para reflexionar: ¿cómo ha sido Dios fiel contigo, incluso cuando tú no le has sido fiel?

En segundo lugar, permitir que ese amor transforme la forma en que nos relacionamos con los demás. Que en nuestros matrimonios, familias, amistades, amemos con la fidelidad y el perdón con el que Dios nos ama. Que nuestras relaciones sean un reflejo del pacto de Dios con nosotros: pacientes, perseverantes, siempre esperanzados.

Para aquellos que están luchando en sus relaciones, recuerden: el mismo Dios que los rescató “del campo abierto” tiene el poder de restaurar y renovar. No tengas miedo de buscar ayuda, ya sea a través de la oración, el asesoramiento o el apoyo comunitario.

Y que todos nosotros, casados o solteros, vivamos como testigos del amor fiel de Dios en un mundo que necesita desesperadamente ver ese amor en acción. Que nuestras vidas sean un testimonio vivo del “pacto eterno” que Dios ha hecho con nosotros.

Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros, ahora y siempre. Amén.