Evangelio de hoy – Viernes 26 de enero de 2024 – Lucas 10.1-9 – Biblia católica

Primera Lectura (2 Timoteo 1,1-8)

Comienzo de la Segunda Carta de San Pablo a Timoteo.

Pablo, apóstol de Jesucristo por el designio de Dios, en relación con la promesa de vida que tenemos en Cristo Jesús, a Timoteo, mi querido hijo: Gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, nuestro Señor. Doy gracias a Dios, a quien sirvo con conciencia pura, como lo aprendí de mis antepasados, recordándote constantemente en mis oraciones, día y noche. Al recordar tus lágrimas, siento un gran deseo de verte, para así llenarme de alegría. Recuerdo la fe sincera que tienes, la misma fe que tu abuela Loida y tu madre Eunice tuvieron antes. Sin duda, tú también la tienes. Por esta razón, te exhorto a avivar la llama del don de Dios que recibiste por la imposición de mis manos. Pues Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de fortaleza, amor y sobriedad. No te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero, sino comparte conmigo las dificultades del Evangelio, fortalecido por el poder de Dios.

— Palabra del Señor.

— Gracias a Dios.

Evangelio (Lc 10,1-9)

— Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Lucas.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, el Señor eligió a otros setenta y dos discípulos y los envió de dos en dos, delante de él, a todas las ciudades y lugares a los que él mismo pensaba ir. Y les decía: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Por eso, pidan al dueño de la cosecha que envíe trabajadores para la recolección. Miren que los envío como corderos en medio de lobos. No lleven bolsa, ni alforja, ni sandalias, y no saluden a nadie en el camino. En cualquier casa en la que entren, digan primero: ‘¡La paz esté en esta casa!’ Y si allí hay alguien amante de la paz, la paz de ustedes descansará sobre él; si no, volverá a ustedes. Quédense en esa misma casa, coman y beban de lo que tengan, porque el trabajador merece su salario. No vayan de casa en casa. Cuando entren en una ciudad y sean bien recibidos, coman lo que les pongan, curen a los enfermos que haya en ella y anuncien al pueblo: ‘¡El Reino de Dios está cerca!'”.

— Palabra del Señor.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Mis amados hermanos y hermanas en Cristo, que la paz del Señor esté con ustedes. Hoy nos reunimos para celebrar la Palabra de Dios y sumergirnos en las profundidades de su sabiduría, buscando orientación e inspiración para nuestras vidas diarias. Permítanme comenzar nuestra jornada espiritual con una reflexión sobre una experiencia que todos compartimos: la jornada de la vida cotidiana.

Imaginen, por un momento, que están a punto de embarcarse en un viaje, una jornada que se extiende más allá de las fronteras de lo familiar. Cada uno de nosotros está llamado a una misión única, una tarea divina que nos desafía a salir de nuestra zona de confort y a confiar plenamente en la gracia de Dios. En este contexto, quiero dirigir nuestra atención a los pasajes bíblicos que iluminarán nuestro camino hoy: la Primera Lectura de San Pablo a Timoteo (2 Timoteo 1,1-8) y el Evangelio según Lucas (Lucas 10,1-9).

El apóstol Pablo, en su carta a Timoteo, nos invita a recordar la llama divina que arde dentro de nosotros, una llama que no es de timidez, sino de poder, amor y autocontrol. Estas palabras resuenan profundamente en nuestro corazón, ya que a menudo nos enfrentamos a desafíos que parecen sofocarnos, amenazando con extinguir esa llama divina que llevamos. Sin embargo, San Pablo nos recuerda la importancia de revitalizar y nutrir esa llama, porque a través de ella, Dios realiza grandes maravillas en nosotros y a través de nosotros.

Y aquí, queridos fieles, se nos invita a hacer una conexión inmediata con nuestras propias vidas. ¿Cuántas veces nos sentimos intimidados por los desafíos que enfrentamos en el trabajo, en nuestras relaciones o incluso en las batallas internas contra las tentaciones del mundo? Es fácil permitir que el miedo y la ansiedad apaguen la llama divina que nos ha sido confiada, pero San Pablo nos exhorta a resistir esa oscuridad y a abrazar la luz del Espíritu Santo que habita en nosotros.

Vivimos en un mundo que a menudo parece espiritualmente árido, un campo de misión donde la cosecha parece escasa. Y es precisamente en este punto donde el Evangelio según Lucas nos ofrece un vislumbre de esperanza y propósito. Al narrar la misión de los setenta y dos discípulos enviados por Jesús, Lucas describe una escena que resuena en nuestros propios corazones. Jesús los envía como ovejas en medio de lobos, como mensajeros de paz en un mundo lleno de conflictos.

En este contexto, la metáfora de las ovejas en medio de lobos puede parecer aterradora, pero debemos recordar que las ovejas son guiadas por el Buen Pastor. La invitación de Jesús a los discípulos no es que se pierdan en el miedo, sino que confíen plenamente en la providencia divina. De la misma manera, estamos llamados a ser discípulos valientes, enfrentando los desafíos de la vida cotidiana con la confianza de que el Señor está con nosotros en cada paso del camino.

Imaginen, si me permiten usar una imagen, que cada uno de nosotros es una vela encendida por Dios, destinada a iluminar los lugares oscuros de este mundo. Que nuestra luz no se oculte por el miedo o la indiferencia, sino que brille de manera que todos a nuestro alrededor vean las buenas obras que glorifican al Padre que está en los cielos (Mateo 5,16). A veces, es en las pequeñas acciones cotidianas, en los gestos de bondad y compasión, que nuestra luz resplandece con más intensidad.

Es importante notar que tanto San Pablo como Jesús no nos llaman a un viaje fácil y sin desafíos. Por el contrario, se nos advierte que encontraremos lobos, enfrentaremos tribulaciones y, en algunos momentos, nos sentiremos como ovejas perdidas. Sin embargo, es precisamente en estas situaciones que se nos invita a confiar en la providencia divina, a buscar la guía del Buen Pastor y a permanecer firmes en la fe.

Queridos hermanos y hermanas, a medida que avanzamos en la jornada de la vida cristiana, se nos anima a no desanimarnos frente a las dificultades. Por el contrario, se nos llama a persistir en la fe, a mantener encendida la llama divina en nuestros corazones, a sembrar las semillas del Evangelio y a ser luz en un mundo que a menudo parece envuelto en tinieblas.

Para reforzar estos principios, permítanme compartir una historia que ilustra la importancia de perseverar en la fe, incluso cuando las circunstancias parecen desfavorables. Había una vez un viajero que se encontró con un campo lleno de flores exuberantes. Quedó maravillado con la belleza de los colores y el perfume que llenaba el aire. Sin embargo, al acercarse, se dio cuenta de que cada flor había sido plantada en un suelo rocoso y aparentemente estéril.

Intrigado, el viajero preguntó a una de las flores cómo lograba florecer en un suelo tan desafiante. La flor respondió con sabiduría: “Es cierto que el suelo es difícil, pero no concentro mi atención en las piedras a mi alrededor. En cambio, busco la luz del sol, absorbo el agua de la lluvia y permito que mis raíces busquen nutrientes incluso en las grietas de las rocas. Así, incluso en medio de la aridez, he encontrado formas de florecer y esparcir belleza a mi alrededor”.

Mis amados, esta historia nos enseña que, al igual que la flor en el suelo rocoso, podemos florecer incluso en las condiciones más desafiantes. En nuestras vidas, a menudo nos encontraremos con rocas de desafíos, pero en lugar de concentrarnos en esas piedras, debemos buscar la luz de Cristo, absorber la gracia que emana de lo alto y permitir que nuestras raíces espirituales busquen nutrientes incluso en las grietas de la adversidad.

A lo largo de esta jornada espiritual, es vital que nos apoyemos mutuamente como comunidad de fe. No estamos solos en la misión que se nos ha encomendado. Recordemos que Jesús envió a los discípulos de dos en dos, fortaleciendo la idea de la comunión y el apoyo mutuo. En este momento, me gustaría animar a cada uno de ustedes a formar asociaciones espirituales, a caminar juntos, compartiendo las alegrías y desafíos de la vida cristiana.

Al reflexionar sobre estos pasajes bíblicos y la historia de la flor en el suelo rocoso, se nos desafía a actuar de manera práctica en nuestra vida cotidiana. Aquí hay algunas orientaciones para aplicar estos principios en nuestras vidas:

Nutrir la Llama Interior: Dediquen tiempo diario a la oración y la lectura de la Palabra de Dios. Permitan que el Espíritu Santo renueve la llama divina en sus corazones.

Sembrar las Semillas del Evangelio: Sean proactivos al compartir el mensaje del Evangelio con aquellos a su alrededor. Esto puede lograrse a través de palabras de aliento, actos de bondad y testimonio personal.

Caminar Juntos: Busquen asociaciones espirituales, personas con las cuales puedan compartir su jornada de fe. Apóyense mutuamente, oren unos por otros y celebren las victorias juntos.

Enfrentar Desafíos con Fe: Cuando encuentren piedras en el camino, no se desanimen. Confíen en la providencia divina, busquen la orientación de Dios y continúen la jornada con fe y valentía.

Ser Luz en el Mundo: Estén atentos a las oportunidades de ser luz para aquellos a su alrededor. Pequeños gestos de amor y compasión pueden tener un impacto significativo.

Al aplicar estos principios en nuestras vidas, no solo fortaleceremos nuestra propia fe, sino que también seremos instrumentos de transformación en el mundo que nos rodea.

En este momento, los invito a todos a un breve momento de silencio. Permítanse reflexionar sobre las palabras proclamadas y cómo pueden aplicarlas en sus vidas diarias.

Concluyo, mis amados, reafirmando la promesa de Dios de que, incluso frente a los desafíos, Él está con nosotros. Seamos, por lo tanto, trabajadores valientes en la viña del Señor, confiando en la gracia que nos sostiene y en la luz que nos guía. Que cada uno de nosotros, al salir de esta iglesia, esté motivado a vivir una vida que refleje la gloria de Dios y a esparcir las semillas del Evangelio por donde vaya.

Que la bendición de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre cada uno de nosotros y nos fortalezca en la misión que se nos ha confiado. Amén.