Evangelio de hoy – Domingo, 21 de abril de 2024 – Juan 10:11-18 – Biblia Católica

Primera Lectura (Hechos 4,8-12)

Lectura de los Hechos de los Apóstoles.

En aquellos días, Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: “Oh jefes del pueblo y ancianos: hoy se nos interroga por qué hicimos bien a un enfermo y por la forma en que fue curado. Por tanto, todos de vosotros y de todo el pueblo de Israel: es en el nombre de Jesucristo, de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos, que éste es sanado; delante de vosotros Jesús es la piedra que vosotros, los constructores, despreciados, y los que cayeron se convirtieron en piedra angular. En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en el que podamos ser salvos.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Segunda Lectura (1 Juan 3:1-2)

Lectura de la Primera Carta de San Juan.

Queridos amigos: ¡Mirad qué gran regalo de amor nos dio el Padre: ser llamados hijos de Dios! ¡Y somos! Si el mundo no nos conoce es porque no ha conocido al Padre. Queridos amigos, ya somos hijos de Dios, ¡pero ni siquiera se ha revelado lo que seremos! Sabemos que cuando Jesús aparezca, seremos como él, porque lo veremos tal como él es.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Juan 10,11-18)

Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Juan.

En aquel tiempo, Jesús dijo: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. El asalariado, que no es pastor y no es dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye. y el lobo las ataca y las dispersa, porque es mercenario y no se preocupa por las ovejas. Yo soy el buen pastor, y ellas me conocen, como el Padre me conoce a mí y yo conozco mi vida. las ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este redil: a ellas también debo guiar; ellas escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor, y luego nadie me quitará la vida. , lo dejo por mí mismo;

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Hoy nos reunimos aquí, reunidos como familia de fe, para reflexionar sobre las verdades eternas contenidas en las Sagradas Escrituras. Cuando miramos a nuestro alrededor, vemos un mundo lleno de desafíos e incertidumbres. Nuestra vida diaria está llena de luchas, decepciones y dudas. Pero es precisamente en este contexto donde las palabras proclamadas en los pasajes bíblicos de hoy encuentran un eco profundo en nuestros corazones.

La Primera Lectura de los Hechos de los Apóstoles nos presenta a Pedro, el pescador que se convirtió en la piedra angular de la Iglesia. Ante las autoridades, Pedro, lleno del Espíritu Santo, declara con audacia: “En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en el que podamos ser salvos” (Hechos 4,12). Estas palabras resuenan hoy en nuestras vidas y nos recuerdan la centralidad de Jesucristo en nuestra fe. Él es el único camino, la verdad y la vida que buscamos.

En la Segunda Lectura, extraída de la Primera Carta de Juan, se nos invita a contemplar el maravilloso amor del Padre por nosotros: “¡Mirad qué gran don de amor nos ha dado el Padre: ser llamados hijos de Dios!” (1 Juan 3:1). ¿Alguna vez te has parado a pensar en ello? Eres un hijo amado de Dios y Él se regocija de tenerte como parte de Su familia. Esta verdad es una fuente inagotable de esperanza y consuelo, especialmente cuando enfrentamos las pruebas de la vida.

Y en el Evangelio de Juan encontramos a Jesús llamándose a sí mismo el Buen Pastor. Nos dice: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas” (Juan 10:11). Estas palabras evocan en nuestra mente una imagen poderosa: la de un pastor que cuida a sus ovejas con esmero y amor. Jesús está dispuesto a dar su vida por nosotros, a sacrificarse por nosotros, para que podamos experimentar la vida verdadera y ser rescatados del poder del pecado y de la muerte.

Queridos hermanos y hermanas, estos pasajes bíblicos nos muestran la esencia de nuestra relación con Dios. Estamos llamados a reconocer a Jesús como el único camino a la salvación, a maravillarnos del amor incondicional del Padre por nosotros y a encontrar refugio y protección en el corazón del Buen Pastor.

Pero ¿cómo podemos hacer tangibles estas verdades en nuestra vida diaria? Permítanme compartir con ustedes algunas historias y reflexiones para ilustrar la aplicación práctica de estos principios espirituales.

Imagínese como un marinero en alta mar, enfrentando una feroz tormenta. Las olas se levantan a tu alrededor y amenazan con hundir tu pequeño barco. En este momento de desesperación, una luz brilla en el horizonte. Es la luz de un faro que te guía hacia la seguridad del puerto. Esta luz representa a Jesús, el único faro que puede guiarnos a través de las tormentas de la vida. Cuando confiamos en Él y seguimos Su guía, encontramos seguridad y paz, incluso en las circunstancias más difíciles.

Piense también en un padre amoroso que trabaja incansablemente para mantener a su familia. Sacrifica su tiempo, energía y recursos para asegurar el bienestar de sus seres queridos. Este padre representa el amor del Padre celestial por nosotros. Él está dispuesto a hacer cualquier cosa por nosotros, sus amados hijos, y su amor incondicional nos invita a vivir de una manera digna de su herencia.

Cuando miramos el ejemplo del Buen Pastor, recordamos que estamos llamados a cuidar unos de otros como Jesús cuida de nosotros. Así como Él dio su vida por nosotros, estamos llamados a sacrificar nuestros intereses egoístas por el bien de los demás. Podemos preguntarnos: ¿Cómo puedo ser un buen pastor en mi familia, en mi comunidad y en mi lugar de trabajo? ¿Cómo puedo ser un ejemplo vivo de generosidad, compasión y perdón? Estas son las preguntas que debemos hacernos diariamente, para que nuestras acciones reflejen el amor de Cristo en nuestras vidas.

Queridos hermanos y hermanas, el mensaje de estos pasajes bíblicos es claro y poderoso. Nos invitan a mirar a Jesús como nuestro Salvador, a maravillarnos del amor del Padre por nosotros y a seguir el ejemplo del Buen Pastor en nuestras interacciones con los demás. Estos principios no son meramente teóricos, sino que tienen el poder de transformar nuestras vidas y el mundo que nos rodea.

Ahora bien, quizás te preguntes: ¿cómo puedo aplicar estos principios en la práctica? Permítanme compartir algunas pautas claras para que podamos vivir de acuerdo con las verdades espirituales que acabamos de explorar.

Primero, necesitamos cultivar una relación personal con Jesús. Esto implica dedicar tiempo diariamente a la oración, leer la Palabra de Dios y meditar en Sus enseñanzas. Es a través de esta relación íntima que encontramos fuerza, sabiduría y dirección para enfrentar los desafíos de la vida.

En segundo lugar, debemos buscar activamente reflejar el amor del Padre hacia nosotros convirtiéndonos en canales de Su amor hacia los demás. Esto significa practicar la empatía, la bondad y la compasión en nuestras interacciones cotidianas. Podemos llegar a quienes sufren y necesitan, ofreciéndoles ayuda práctica y apoyo emocional. Al hacerlo, somos testigos vivos del amor del Padre en acción.

Y finalmente, debemos aceptar la responsabilidad de ser buenos pastores en nuestro círculo de influencia. Esto puede implicar liderar con integridad, guiar a los que están perdidos, perdonar a los que nos han herido y buscar la reconciliación donde hay división. Al convertirnos en instrumentos del amor y la gracia de Dios, contribuimos a la construcción de un mundo más justo y solidario.

Queridos hermanos y hermanas, al concluir esta homilía, quiero recordarles que el mensaje de las Escrituras es una fuente inagotable de gracia, amor y esperanza. Que estas palabras queden grabadas en nuestros corazones y nos inspiren a vivir según las enseñanzas de Cristo.

Que seamos fortalecidos en nuestra fe, confiados en la salvación que encontramos en Jesús. Que seamos consolados por el amor del Padre, sabiendo que somos sus hijos amados. Y que el Espíritu Santo nos dé el poder para ser buenos pastores, reflejando el amor de Cristo en todas las áreas de nuestras vidas.

Oremos para que al salir de este lugar de culto, seamos luz y sal para el mundo, difundiendo el mensaje del Evangelio con nuestras palabras y acciones. Que nuestro testimonio sea una expresión tangible del amor de Dios, atrayendo a otros al abrazo acogedor del Padre.

Que así sea. Amén.