Evangelio de hoy – Jueves 21 de marzo de 2024 – Juan 8:51-59 – Biblia Católica

Primera lectura (Gn 17,3-9)

Lectura del libro del Génesis.

En aquellos días, Abram cayó rostro en tierra. Y Dios le dijo: Este es mi pacto contigo: serás padre de multitud de naciones. Ya no se llamará tu nombre Abram, sino que tu nombre será Abraham, porque te haré padre de multitud de naciones.

Haré que tu descendencia crezca infinitamente. Haré surgir de ti naciones, y reyes surgirán de ti. Estableceré mi pacto entre mí y tú y tu descendencia para siempre; un pacto eterno, para que yo sea tu Dios y el Dios de tu descendencia. A ti y a tu descendencia te daré la tierra en la que habitas como extranjero, todo el país de Canaán, en posesión para siempre. Y yo seré el Dios de tu descendencia”. Dios le dijo a Abraham: “Guarda mi pacto, tú y tu descendencia para siempre”.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Juan 8,51-59)

— PROCLAMACIÓN del Evangelio de Jesucristo según San Juan.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, no verá muerte jamás”. Entonces los judíos dijeron: Ahora sabemos que tienes un demonio. Abraham murió y también los profetas, y decís: ‘Si alguno guarda mi palabra, no verá muerte jamás’. ¿Eres tú mayor que nuestro padre Abraham, que murió como los profetas? ¿Quien quieres ser?”

Jesús respondió: “Si me glorío a mí mismo, mi gloria es vana. El que me glorifica es mi Padre, el que decís es vuestro Dios. Sin embargo, no lo conoces. Pero lo conozco, y si dijera que no lo conozco, ¡sería un mentiroso, como tú! Pero lo conozco y cumplo su palabra. Abraham vuestro padre se alegró al ver mi día; lo vio y se alegró”. Entonces los judíos le dijeron: “¡Aún no tienes cincuenta años y has visto a Abraham!”. Jesús respondió: “De cierto, de cierto os digo, antes que Abraham naciera, yo soy”. Entonces recogieron piedras para apedrear a Jesús, pero él se escondió y salió del templo.

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Hoy quisiera comenzar nuestra reflexión con una pregunta: ¿cuántas veces a lo largo de nuestra vida nos hemos sentido perdidos, sin rumbo, sin saber qué camino tomar? ¿Cuántas veces nos enfrentamos a desafíos y dificultades que parecen insuperables? Estoy seguro de que cada uno de nosotros ha experimentado momentos como este. La vida está llena de altibajos, incertidumbres y tribulaciones. Y es exactamente en estos momentos cuando necesitamos acudir a la Palabra de Dios, en busca de guía, fuerza y esperanza.

Nuestra primera lectura de hoy nos trae la historia de Abraham, un hombre que enfrentó muchas pruebas a lo largo de su vida. Dios hizo un pacto con Abraham y prometió bendecirlo abundantemente. Pero para hacerlo, Abraham necesitaba confiar plenamente en Dios y obedecer Sus mandamientos. En nuestro extracto, vemos a Abraham postrado ante Dios, reconociendo Su grandeza y comprometiéndose a caminar en Su presencia. Abraham recibió el nombre de “padre de muchas naciones” y, a través de su descendencia, se cumplió la promesa de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, al igual que Abraham, también nosotros estamos llamados a confiar en Dios, a postrarnos ante Él y a reconocer su soberanía. Es fácil decir que confiamos en Dios cuando todo va bien, pero ¿qué pasa cuando enfrentamos desafíos y pruebas? Es en estos momentos que nuestra fe se pone a prueba. Es en estos momentos que necesitamos recordar las promesas de Dios y confiar en Su Palabra.

En el Evangelio de hoy, Jesús nos dice: “De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, no verá muerte jamás” (Juan 8,51). Estas palabras de Jesús son poderosas y nos invitan a reflexionar sobre la importancia de guardar Su palabra en nuestro corazón y en nuestra vida. Guardar la palabra de Jesús no significa sólo memorizarla, sino vivirla, ponerla en práctica en todas las circunstancias de nuestra vida.

Jesús continúa diciendo: “Antes que Abraham existiera, yo soy” (Juan 8:58). Estas palabras son un poderoso recordatorio de que Jesús es eterno, que Él es Dios encarnado, el Hijo de Dios que vino al mundo para salvarnos. Jesús es el camino, la verdad y la vida, y sólo a través de Él podemos encontrar la vida verdadera, la vida eterna con Dios.

Queridos hermanos y hermanas, ¿cómo podemos aplicar estos pasajes bíblicos a nuestra vida diaria? ¿Cómo podemos guardar la palabra de Jesús y caminar en Su presencia? Permíteme compartir contigo tres principios fundamentales que nos ayudarán en este viaje espiritual.

El primer principio es la confianza. Así como Abraham confió en Dios, nosotros debemos confiar plenamente en el Señor en todas las áreas de nuestra vida. Confía en que Él tiene el control, incluso cuando las circunstancias parezcan desfavorables. Confía en que Él es fiel a sus promesas, incluso cuando todo parezca perdido. La confianza en Dios nos da valor para afrontar los desafíos de la vida y nos llena de esperanza.

El segundo principio es la obediencia. Abraham no sólo confió en Dios sino que también obedeció Sus mandamientos. De la misma manera, debemos obedecer las enseñanzas de Jesús y vivir de acuerdo con Su palabra. Esto significa amar a nuestro prójimo, perdonar a quienes nos ofenden, buscar la justicia y la verdad en todas nuestras acciones. La obediencia a Dios nos trae paz y nos acerca a Su corazón.

El tercer principio es la perseverancia. La vida cristiana no está exenta de dificultades, pero Jesús nos anima a perseverar. Prometió estar con nosotros en todo momento, fortaleciéndonos y sosteniéndonos. Cuando enfrentamos desafíos y tribulaciones, no debemos renunciar a nuestra fe, sino perseverar, confiando en que Dios está trabajando a través de nuestras dificultades para moldearnos y transformarnos.

Queridos hermanos y hermanas, al aplicar estos principios en nuestras vidas, es importante recordar que estamos llamados a ser sal y luz en este mundo. Así como la sal da sabor y conserva, y la luz disipa las tinieblas, también debemos ser portadores del mensaje de esperanza y amor de Jesús. En un mundo lleno de desesperación y negatividad, estamos llamados a brillar con la luz de Cristo, a ofrecer palabras de aliento, obras de bondad y compasión a quienes nos rodean.

Me gustaría compartir una historia que ilustra esta idea. Había una vez un joven llamado Pedro, que vivía en una comunidad donde la gente estaba desanimada y sin esperanza. Pedro decidió hacer una diferencia en su comunidad y comenzó a visitar a los enfermos, ayudar a los necesitados y compartir palabras de aliento con todos los que conocía. Se hizo conocido como “el portador de esperanza” y a medida que sus acciones se difundieron, más y más personas comenzaron a inspirarse y unirse a él. La comunidad comenzó a transformarse por la acción del amor de Dios a través de Pedro y de todos los que se unían a él.

Queridos hermanos y hermanas, al igual que Pedro y todos aquellos que se levantaron para ser portadores de esperanza, también nosotros estamos llamados a marcar la diferencia en nuestras comunidades y en el mundo. Que cada uno de nosotros llegue a ser un símbolo vivo del amor y la gracia de Dios, difundiendo luz y esperanza dondequiera que estemos.

Para concluir, quiero recordarnos a todos que el mensaje central de estos pasajes bíblicos es la gracia, el amor y la esperanza divinos. Dios nos ama incondicionalmente y está siempre dispuesto a perdonarnos, restaurarnos y guiarnos en Su voluntad. Sigamos el ejemplo de Abraham, confiando en Dios; sigamos la enseñanza de Jesús, cumpliendo su palabra; y seamos portadores de esperanza en un mundo que tanto la necesita.

Que el Espíritu Santo nos fortalezca y nos guíe en nuestro camino de fe. Que Él nos permita vivir según los principios de la Palabra de Dios y ser instrumentos de Su paz y amor. Que seamos una iglesia viva, llena del poder del Espíritu Santo, y que nuestro testimonio toque vidas y transforme corazones.

Que Dios nos bendiga y nos acompañe en nuestro camino espiritual. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.