Primera Lectura (Isaías 9,1-6)
Lectura del libro del profeta Isaías.
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; para aquellos que habitaban en las sombras de la muerte, una luz brilló. Hiciste aumentar la alegría, y aumentaste la felicidad; Todos se alegran en tu presencia, como alegres segadores en la cosecha, o como guerreros exaltados que se reparten el botín. Por el yugo que oprimía al pueblo, la carga sobre sus hombros, el orgullo de los inspectores, los derribaste como en el camino a Madián. Botas de soldado de asalto, trajes manchados de sangre, todo será quemado y devorado por las llamas. Porque un niño nos nació, hijo nos fue dado; lleva sobre sus hombros la marca de la realeza; el nombre que se le ha dado es: Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre de los tiempos venideros, Príncipe de Paz Grande será su reino y la paz nunca terminará sobre el trono de David y sobre su reinado, el cual él consolidará y confirmará en. justicia y santidad, desde ahora y por siempre. El celoso amor del Señor de los ejércitos logrará estas cosas.
– Palabra del Señor.
– Gracias a Dios.
Evangelio (Lucas 1,26-38)
Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Lucas.
— Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen, prometida en matrimonio a un hombre llamado José, él era descendiente de David y el nombre de la virgen era María. El ángel entró donde ella estaba y le dijo: “¡Alégrate, llena eres de gracia, el Señor está contigo!” María quedó perturbada por estas palabras y comenzó a pensar cuál era el significado del saludo. Entonces el ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado favor de Dios. He aquí, concebirás y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David su padre. Él reinará sobre la descendencia de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. María le preguntó al ángel: “¿Cómo será esto si no conozco a ningún hombre?” El ángel respondió: “El Espíritu vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el niño que nacerá será llamado Santo, Hijo de Dios. También Isabel, tu parienta, concibió un hijo en su vejez. Este es ya el sexto mes de lo que se consideraba estéril, porque para Dios nada es imposible.” Entonces María dijo: “He aquí, soy la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Y el ángel se retiró.
— Palabra de Salvación.
— Gloria a ti, Señor.
Reflejando la Palabra de Dios
Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo,
En esta noche santa, las palabras del profeta Isaías y el relato del Evangelio de Lucas se entrelazan para traernos un mensaje de profunda esperanza y alegría. Porque en esta noche, una luz brilla en medio de la oscuridad y se concibe un niño que cambiará el curso de la historia para siempre.
Escuche atentamente las palabras de Isaías: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que habitaban en tierra de sombra de muerte, una luz resplandeció”. ¡Qué imagen tan poderosa! Imagine un mundo inmerso en la oscuridad, no sólo la oscuridad física de la noche, sino también la oscuridad espiritual del pecado, el sufrimiento y la desesperanza.
Es en este escenario oscuro que Isaías nos presenta una visión radiante: una gran luz que aparece disipando las tinieblas. Es como si Dios mismo encendiera una antorcha en medio de la oscuridad más profunda, diciendo: “Estoy aquí. No os rindáis. La salvación está en camino”.
¿Y quién es esta luz? El Evangelio de Lucas nos revela: es Jesús, el Hijo de Dios, concebido en el vientre de la virgen María por obra del Espíritu Santo. El Mesías prometido, el Salvador que Dios envió para rescatar a la humanidad de las tinieblas del pecado y de la muerte.
Pero no es una luz cualquiera. Isaías describe a este niño como “un consejero maravilloso, un Dios fuerte, un Padre eterno, un príncipe de paz”. ¡Qué títulos extraordinarios! Este no es simplemente un líder humano, por sabio o poderoso que sea. No, este es Dios mismo, vestido con nuestra frágil condición humana.
Imagínense por un momento: Dios, el Creador del universo entero, el Señor de los cielos y de la tierra, aceptando tomar la forma de un bebé indefenso. Dejando de lado Su infinita gloria y majestad para nacer en un humilde establo, rodeado de animales y pastores. El Eterno se vuelve temporal, el Omnipotente se reviste de debilidad.
¿Pero por qué? ¿Por qué Dios haría esto? La respuesta está en el centro de esta historia: porque Él nos ama. Porque Él quiere desesperadamente rescatarnos de las tinieblas, liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte.
Escuche las palabras de María, la joven virgen elegida por Dios para ser madre del Salvador: “He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra”. ¡Qué humildad y disposición para entregarse a la voluntad de Dios! María no entiende del todo lo que está pasando, pero confía. Ella da su “sí” incondicional al plan divino.
Y así, el Hijo de Dios es concebido en el vientre de María. Amanece una nueva era, una transformación cósmica está en camino. Porque en este bebé se encarna el Reino de Dios, la justicia y la paz se encuentran, y la esperanza surge de las cenizas de la desesperanza.
Amados míos, esta no es sólo una historia del pasado. Esta es una realidad que se extiende hasta nuestros días y más allá. Porque el mismo Jesús que nació en Belén sigue viniendo a nosotros, para iluminar nuestras tinieblas, para traer su paz y su amor.
¿Cuántas veces nos encontramos caminando en la oscuridad de la duda, el dolor o la soledad? ¿Cuántas veces sentimos que las tinieblas del pecado, de la injusticia y de la muerte nos rodean, asfixiando nuestra alma? Es aquí, en estas horas más oscuras, donde la luz de Cristo brilla más intensamente.
Tal como lo profetizó Isaías, esta luz vino para “romper el yugo que los oprimía, la barra sobre sus hombros, el cetro de su opresor”. Jesús vino a liberarnos, no sólo del pecado, sino de todo lo que nos esclaviza y destruye. Él vino a establecer Su Reino de justicia, amor y paz.
Y así como María dijo “sí” a la voluntad de Dios, nosotros estamos invitados a hacer lo mismo. Acoger a Jesús en nuestro corazón, dejar que Él tome posesión de nuestra vida. Porque cuando permitimos que Él nazca dentro de nosotros, Su luz comienza a brillar a través de nosotros.
Imagina la escena: tú, como María, diciendo “sí” a Dios. Tú, como canal de la gracia divina, permitiendo que la luz de Cristo ilumine un mundo hundido en la oscuridad. Tú, como embajador del Reino, llevando paz, alegría y esperanza a quienes están perdidos y sin esperanza.
Mis hermanos y hermanas, este es nuestro llamado como seguidores de Cristo. No sólo celebrar el milagro de la Navidad, sino convertirnos en milagros vivientes en este mundo. Ser la luz que brilla en medio de la oscuridad, la esperanza que surge de la desesperación, la paz que vence el caos.
Que esta noche santa sea un hito en nuestras vidas. Que aquí y ahora, reunidos como familia de fe, podamos decir con María: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Y que, como ella, seamos instrumentos dóciles en las manos de Dios, dejando que su luz transformadora brille a través de nosotros.
Porque esta luz no vino sólo para iluminar un establo en la lejana Belén, sino que vino para iluminar el mundo. Ella vino a iluminar vuestros corazones y vuestras vidas. Ella vino a iluminar la oscuridad de mi propia alma.
Entonces, queridos míos, abracen esta luz. Dejad que penetre en cada rincón oscuro de vuestras vidas. Deja que te guíe, te consuele, te fortalezca. Y luego, vete de aquí, como estrellas brillantes en un cielo oscuro, reflejando el esplendor de ese Niño nacido en esta noche santa.
Que la gracia, la paz y el amor de nuestro Señor Jesucristo esté con vosotros. ¡Feliz Navidad a todos! Amén.