Evangelio de hoy – Lunes 12 de febrero de 2024 – Marcos 8: 11-13 – Biblia católica

Primera Lectura (St 1,1-11)

Inicio de la Carta de Santiago.

Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, a las doce tribus que viven dispersas: Saludos. Hermanos míos, cuando os encontréis con diversas pruebas, consideradlo motivo de gran alegría, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce constancia. Pero es necesario que la constancia lleve a cabo su obra completa, para que seáis perfectos e íntegros, sin que os falte nada.

Si a alguno de vosotros le falta sabiduría, que la pida a Dios, que la da generosamente a todos, sin reprocharles nada; y se le dará. Pero que pida con fe, sin dudar, porque el que duda es como la ola del mar, llevada y agitada por el viento. Que no piense tal persona que recibirá algo del Señor; el hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos.

Que se gloríe el hermano humilde en su exaltación, pero el rico en su humillación. Porque él pasará como la flor de la hierba. Porque, aunque el sol salga con su ardor, pronto se seca la hierba, se cae su flor y pierde su belleza su apariencia. Así también se marchitará el rico en medio de sus ocupaciones.

— Palabra del Señor.

— Gracias a Dios.

Evangelio (Mc 8,11-13)

— Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Marcos.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, los fariseos vinieron y comenzaron a discutir con Jesús. Y para ponerlo a prueba, le pedían una señal del cielo. Pero Jesús suspiró profundamente y dijo: “¿Por qué esta gente pide una señal? En verdad les digo que a esta gente no se le dará ninguna señal”. Y, dejándolos, Jesús entró de nuevo en la barca y se dirigió hacia la otra orilla.

— Palabra del Señor.

— Gloria a ti, Señor.

Refletindo a Palavra de Deus

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Hoy, estamos invitados a reflexionar sobre las palabras inspiradas que encontramos en las Sagradas Escrituras. A través de la Primera Lectura (St 1,1-11) y del Evangelio (Mc 8,11-13), se nos llama a sumergirnos en las profundidades de la Palabra de Dios y extraer valiosas lecciones que se aplican a nuestras experiencias diarias. Que la sabiduría divina nos guíe en este viaje de fe y reflexión.

Imagínense por un momento en su rutina diaria. Se despiertan, enfrentan los desafíos del trabajo, lidian con las presiones de la vida familiar y superan los obstáculos que surgen en su camino. En medio de todo esto, buscan encontrar significado, esperanza y dirección. Es una búsqueda común para todos nosotros, y es en este contexto que las palabras de Santiago y Jesús encuentran resonancia.

Santiago, en su carta, nos recuerda que las pruebas y tribulaciones de la vida son inevitables. Nos anima a considerar estas dificultades como una oportunidad para el crecimiento espiritual. Así como el oro es purificado por el fuego, nosotros somos moldeados y fortalecidos a través de las pruebas que enfrentamos. ¿Pero cómo podemos encontrar fuerza y esperanza en medio de las adversidades?

Permítanme compartir una historia que ilustra este principio. Había un agricultor que sembró cuidadosamente semillas en el suelo fértil. Esperaba ansiosamente la cosecha, pero pronto llegaron las tormentas, destruyendo sus cultivos. El agricultor se desanimó, pero en lugar de rendirse, decidió volver a sembrar. Entendió que las tormentas eran parte del viaje y que la perseverancia era esencial.

De la misma manera, en nuestras vidas, enfrentamos tormentas que amenazan con derribarnos. Pero, como el agricultor, estamos llamados a perseverar. Dios está a nuestro lado, capacitándonos para enfrentar las adversidades con valentía y esperanza. Él transforma nuestras luchas en oportunidades de crecimiento y nos da la fuerza para seguir luchando.

En el Evangelio de Marcos, vemos a Jesús enfrentando la incredulidad de las personas a su alrededor. Piden una señal, buscando algo tangible en qué creer. Sin embargo, Jesús responde con una advertencia, diciendo: “¿Por qué esta generación pide una señal? En verdad les digo que a esta generación no se le dará ninguna señal.” (Mc 8, 12). Estas palabras pueden parecer duras a primera vista, pero revelan una verdad profunda.

A menudo, buscamos señales externas de confirmación o evidencias tangibles de la presencia de Dios en nuestras vidas. Pero Jesús nos invita a ir más allá de eso. Nos llama a tener fe, incluso cuando no vemos las señales que deseamos. La verdadera fe no se basa en pruebas visibles, sino en una confianza profunda e inquebrantable en el amor y la fidelidad de Dios.

Para ilustrar este punto, permítanme contarles la historia de una mariposa. Una vez, un hombre encontró un capullo de mariposa y, al ver que la pequeña criatura estaba luchando por salir, decidió ayudarla. Cortó cuidadosamente el capullo, permitiendo que la mariposa emergiera sin esfuerzo. Sin embargo, una vez que la mariposa salió, se dio cuenta de que sus alas estaban débiles y murmuró. Al ayudar a la mariposa, le privó de la lucha necesaria para fortalecer sus alas.

De la misma manera, cuando buscamos señales externas de confirmación, corremos el riesgo de privarnos del crecimiento espiritual que proviene de la fe. Es en la lucha, en la incertidumbre e incluso en la oscuridad donde somos desafiados a confiar en Dios y a desarrollar una fe inquebrantable. Es en esta fe donde encontramos la verdadera fuerza para enfrentar los desafíos de la vida.

Queridos amigos, al reflexionar sobre estos pasajes bíblicos, estamos invitados a aplicar sus lecciones a nuestras vidas diarias. En medio de las pruebas y tribulaciones, es crucial recordar que estamos llamados a perseverar y a encontrar fuerza en Dios. Así como el agricultor que vuelve a sembrar sus semillas después de una tormenta, se nos anima a no rendirnos ante las dificultades, sino a confiar en la fidelidad de Dios y a seguir luchando.

Además, Jesús nos invita a tener fe, incluso cuando no vemos las señales que deseamos. Nos llama a confiar en su presencia y amor, incluso en medio de la incredulidad y el desánimo. No debemos buscar pruebas tangibles, sino cultivar una fe profunda que nos sostenga en todas las circunstancias.

En este sentido, me gustaría compartir una metáfora visual para ayudar a arraigar estas verdades en nuestros corazones. Imaginen un árbol majestuoso, con raíces profundas que penetran en el suelo. Estas raíces representan nuestra fe, que se extiende más allá de las circunstancias superficiales y se aferra a la verdad eterna de Dios. Las tormentas de la vida pueden sacudir las ramas y las hojas de este árbol, pero las raíces permanecen firmes, nutriendo el árbol y sosteniéndolo en todas las estaciones.

Queridos hermanos y hermanas, a medida que nos acercamos al final de esta homilía, me gustaría desafiarlos a aplicar estas verdades en sus vidas diarias. ¿Cómo podemos hacer esto? Comencemos con la reflexión personal. Preguntémonos: ¿En qué áreas de nuestras vidas estamos enfrentando adversidades? ¿Cómo podemos perseverar y encontrar fuerza en Dios en estos momentos?

Además, busquemos profundizar nuestra fe y confianza en Dios. Esto puede implicar buscar una vida de oración más íntima, estudiar las Escrituras regularmente, participar en la Santa Misa y los sacramentos, y buscar la comunión con otros fieles en nuestra comunidad. Recordemos que la fe es un don, pero también es una elección que debemos hacer a diario.

Finalmente, los invito a ser portadores de la esperanza y el amor de Dios en un mundo que a menudo parece desesperado y desanimado. Que nuestras vidas sean testigos vivientes de la gracia y el poder transformador de Dios. Así como un árbol frondoso que ofrece sombra y refugio a quienes pasan, podemos ser instrumentos de la gracia divina, llevando alivio y consuelo a quienes nos rodean.

Queridos hermanos y hermanas, que en este viaje de la vida, podamos encontrar fuerza y esperanza en Dios, incluso en medio de las pruebas. Que nuestra fe esté arraigada profundamente en la fidelidad de Dios, y que seamos portadores de esa fe para el mundo que nos rodea. Que la gracia divina nos sostenga, fortalezca e inspire a vivir de acuerdo con los enseñanzas de las Escrituras.

Que el Señor, que es rico en misericordia, bendiga a cada uno de ustedes y los guíe en su camino de fe. Que Él nos conceda a todos la gracia de perseverar, confiar y crecer en nuestra relación con Él. Que nuestra vida sea una homilía viva, un testimonio vivo del amor y la esperanza que encontramos en Jesucristo, nuestro Señor.

En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.