Primera Lectura (1Cor 2,10b-16).
Lectura de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios.
Hermanos, el Espíritu todo lo escudriña, hasta lo más profundo de Dios. ¿Quién entre los hombres sabe lo que sucede en el hombre excepto el espíritu del hombre que está en él? Asimismo, nadie sabe lo que hay en Dios sino el Espíritu de Dios. No recibimos el espíritu del mundo, pero recibimos el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos los dones de gracia que Dios nos ha dado. De estos dones también hablamos, no con palabras enseñadas por la sabiduría humana, sino con la sabiduría aprendida del Espíritu: así ajustamos un lenguaje espiritual a las realidades espirituales. El hombre psíquico -el que permanece en el nivel de sus capacidades naturales- no acepta lo que viene del Espíritu de Dios: porque esto le parece una tontería. No puede saber lo que viene del Espíritu, porque todo esto sólo puede juzgarse con la ayuda del mismo Espíritu. Por el contrario, el hombre espiritual, enriquecido con el don del Espíritu, lo juzga todo, pero él mismo no es juzgado por nadie. En verdad, ¿quién ha conocido la mente del Señor para poder aconsejarlo? Nosotros, sin embargo, tenemos la mente de Cristo.
– Palabra del Señor.
– Gracias a Dios.
Evangelio (Lucas 4,31-37).
Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Lucas.
— Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús descendió a Cafarnaúm, ciudad de Galilea, y allí les enseñaba los sábados. La gente estaba asombrada de sus enseñanzas, porque Jesús hablaba con autoridad. En la sinagoga estaba un hombre poseído por el espíritu de un demonio inmundo, que gritaba a gran voz: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién eres: ¡Tú eres el Santo de Dios!” Jesús lo amenazó diciendo: “¡Cállate y sal de él!” Entonces el demonio arrojó al hombre al suelo, salió de él y no le hizo ningún daño. El asombro se apoderó de todos y comentaban entre ellos: “¿Cuál es esa palabra? A los espíritus inmundos manda, con autoridad y poder, y se van”. Y la fama de Jesús se extendió por todos los alrededores.
— Palabra de Salvación.
— Gloria a ti, Señor.
Reflejando la Palabra de Dios
Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
Imagínese en una habitación oscura, palpando las paredes en busca de un interruptor. De repente, se enciende una luz, no de una bombilla en el techo, sino que emana de tu interior. Esta poderosa imagen nos ayuda a comprender el mensaje central de las lecturas de hoy: la iluminación divina que transforma nuestra comprensión y nuestra realidad.
En la primera lectura, San Pablo nos presenta una verdad profunda y misteriosa: “El Espíritu todo lo escudriña, hasta las profundidades de Dios”. ¡Qué declaración tan extraordinaria! Pablo nos está diciendo que a través del Espíritu Santo tenemos acceso a una sabiduría que va más allá del entendimiento humano ordinario.
Pensemos por un momento en la inmensidad del universo, los misterios de las partículas subatómicas, la complejidad del ADN humano. Los científicos pasan toda su vida intentando resolver estos enigmas. Y, sin embargo, Pablo nos dice que hay algo aún más profundo y misterioso: las profundidades de Dios. Y es a este misterio al que el Espíritu nos da acceso.
Pablo continúa con una poderosa analogía: “¿Quién entre los hombres conoce las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? De la misma manera, nadie conoce las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios”. Reflexiona sobre esto por un momento. Hay pensamientos, sentimientos y recuerdos dentro de cada uno de nosotros que nadie más puede conocer por completo. Asimismo, hay aspectos de Dios que sólo se pueden conocer a través de una conexión íntima con Su Espíritu.
Pero Pablo no se detiene ahí. Nos da una noticia sorprendente: “No hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos los dones de la gracia de Dios”. ¡Esto es revolucionario! No estamos limitados a una comprensión puramente humana y mundana de la realidad. A través del Espíritu Santo, tenemos acceso a una perspectiva divina.
Esto no significa que de repente nos volvamos omniscientes o que podamos comprender completamente la mente de Dios. Pablo deja esto claro cuando dice: “El hombre psíquico no acepta las cosas del Espíritu de Dios; para él son locura”. Hay una sabiduría que va más allá de la lógica humana, una comprensión que trasciende nuestra limitada razón.
Aquí es donde nuestra lectura del Evangelio se entrelaza maravillosamente con el mensaje de Pablo. En Lucas, vemos a Jesús enseñando en Cafarnaúm, y la gente está “asombrada de su enseñanza, porque hablaba con autoridad”. ¿Qué es esta autoridad sino la manifestación de la sabiduría divina que describe Pablo?
Pero Jesús no sólo enseña con autoridad; Demuestra un poder que va más allá de las palabras. Cuando se enfrenta a un hombre poseído por un espíritu inmundo, Jesús simplemente le ordena: “¡Cállate y sal de este hombre!” Y el espíritu obedece.
Este incidente no es sólo una demostración del poder de Jesús sobre las fuerzas espirituales. Es una vívida ilustración del contraste entre la sabiduría divina y la comprensión humana limitada. Los espectadores quedan “asombrados” porque están presenciando algo que va más allá de su comprensión normal.
Entonces, ¿qué significan estas lecturas para nosotros hoy? ¿Cómo podemos aplicar estas profundas verdades a nuestra vida cotidiana?
Primero, estamos llamados a reconocer nuestra necesidad del Espíritu Santo. Así como no podemos ver en la oscuridad sin luz, no podemos entender verdaderamente las cosas de Dios sin la iluminación del Espíritu. Esto requiere humildad de nuestra parte, admitiendo que nuestra propia sabiduría y comprensión son limitadas.
Segundo, estamos invitados a cultivar una intimidad con el Espíritu Santo. Así como desarrollamos las relaciones humanas a través del tiempo y la comunicación, necesitamos dedicar tiempo a la oración, a la meditación de la Palabra de Dios, al silencio que nos permite escuchar la voz apacible y delicada del Espíritu.
En tercer lugar, debemos estar abiertos a una transformación de nuestra mente. Pablo dice que “tenemos la mente de Cristo”. Esto no sucede automáticamente; es un proceso de renovación continua, que permite que el Espíritu Santo desafíe nuestras suposiciones, amplíe nuestra comprensión y alinee nuestros pensamientos con los de Dios.
Cuarto, estamos llamados a vivir con la autoridad que viene de Dios. Así como Jesús enseñó y actuó con autoridad divina, estamos llamados a vivir nuestras vidas con una confianza que no proviene de nuestra propia fuerza o sabiduría, sino de la presencia del Espíritu Santo dentro de nosotros.
Finalmente, debemos estar preparados para el asombro y la incomprensión del mundo. Cuando vivimos según la sabiduría del Espíritu, nuestras acciones y decisiones no siempre tendrán sentido para quienes nos rodean. Como dice Pablo, las cosas del Espíritu pueden parecer “locura” al mundo. Pero es precisamente esta “locura” la que tiene el poder de transformar vidas y comunidades.
Mis queridos hermanos y hermanas, hoy estamos invitados a emprender un viaje de descubrimiento espiritual. Un viaje que nos lleva más allá de los límites de nuestro entendimiento humano, hacia las profundidades del conocimiento de Dios. Un viaje que nos capacita para vivir con la misma autoridad y poder que vemos en Jesús.
Imagínese cómo sería si cada uno de nosotros viviera plenamente en esta realidad. Si en cada decisión, cada interacción, cada desafío, confiáramos no en nuestra propia sabiduría limitada, sino en la sabiduría infinita del Espíritu de Dios. ¡Cómo se transformarían nuestras familias! ¡Cómo se verían afectados nuestros lugares de trabajo! ¡Cómo se renovaría nuestra comunidad!
Que nosotros, como esa luz que brilla desde dentro, irradiemos la sabiduría y el poder de Dios en un mundo que tan desesperadamente necesita esperanza y transformación. Que el Espíritu Santo nos guíe a las profundidades de Dios, nos capacite con Su sabiduría y nos utilice como instrumentos de Su gracia y poder.
Y que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Amén.