Evangelio de hoy – Miércoles 24 de enero de 2024 – Marcos 4.1-20 – Biblia católica

Primera Lectura (2 Samuel 7, 4-17)

Lectura del Segundo Libro de Samuel.

En aquellos días, la palabra del Señor fue dirigida a Natán en estos términos: “Ve y dile a mi siervo David: ‘Así dice el Señor: ¿Eres tú quien me construirá una casa para que yo la habite? Porque yo nunca he habitado en una casa desde que saqué a los hijos de Israel de Egipto hasta el día de hoy, sino que he estado de tienda en tienda y de refugio en refugio. Por todos los lugares por donde he andado con los hijos de Israel, ¿acaso he dicho a alguno de los jefes de Israel, a quienes mandé apacentar a mi pueblo: “¿Por qué no me han edificado una casa de cedro?”?

Ahora, pues, dirás a mi siervo David: ‘Así dice el Señor de los ejércitos: Yo te saqué del campo de pastoreo, de tras las ovejas, para que fueras el jefe de mi pueblo Israel. He estado contigo por dondequiera que has andado, y he exterminado a todos tus enemigos de delante de ti, y haré que tu nombre sea tan grande como los nombres de los grandes de la tierra. Y daré lugar a mi pueblo Israel, y lo plantaré para que habite en su propio lugar y no sea más molestado. Los hijos de iniquidad no lo oprimirán más, como lo hicieron al principio, desde el día en que puse jueces sobre mi pueblo Israel. Y te doy descanso de todos tus enemigos. El Señor te anuncia que el Señor te hará una casa.

Cuando tus días hayan llegado a su término y descanses con tus padres, suscitaré después de ti a tu descendiente, que saldrá de tus entrañas, y consolidaré su reino. Él construirá una casa para mi nombre, y yo consolidaré para siempre su trono real. Yo seré para él padre, y él será para mí hijo. Si él comete iniquidad, lo corregiré con vara de hombres y con azotes de los hijos de los hombres, pero mi favor no se apartará de él como me lo quité a Saúl, a quien quité de tu presencia. Tu casa y tu reino permanecerán eternamente ante mí, y tu trono será estable para siempre'”. Natán comunicó todas estas palabras y esta visión a David.

Palabra del Señor.

Te alabamos, Señor.

Evangelio (Mc 4,1-20)

— Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Marcos.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas del mar de Galilea. Se reunió una multitud muy grande alrededor de él, de modo que Jesús subió a una barca y se sentó, mientras la multitud permanecía en la orilla, en la playa.

Jesús les enseñaba muchas cosas en parábolas. Y en su enseñanza, les decía: “¡Escuchad! El sembrador salió a sembrar. Mientras sembraba, una parte de la semilla cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y la comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra; brotó enseguida, porque la tierra no era profunda, pero cuando salió el sol, se quemó; y como no tenía raíz, se secó. Otra parte cayó entre espinos; los espinos crecieron, la sofocaron y no dio fruto.

Otra parte cayó en tierra buena y dio fruto, que fue creciendo y aumentando, llegando a rendir treinta, sesenta e incluso cien por uno”. Y Jesús decía: “El que tenga oídos para oír, que oiga”. Cuando se quedó solo, los que estaban con él, junto con los Doce, le preguntaron sobre las parábolas. Jesús les dijo: “A vosotros se os ha dado el misterio del Reino de Dios; pero a los de afuera, todo les sucede en parábolas, para que miren pero no vean, escuchen pero no entiendan, para que no se conviertan y no sean perdonados”.

Y les dijo: “¿No entendéis esta parábola? Entonces, ¿cómo entenderéis todas las demás parábolas? El sembrador siembra la Palabra. Los que están al borde del camino son aquellos en quienes la Palabra ha sido sembrada; tan pronto como la oyen, viene Satanás y quita la Palabra que ha sido sembrada en ellos. De la misma manera, los que reciben la semilla en terreno pedregoso, son aquellos que oyen la Palabra y la reciben con alegría, pero no tienen raíz en sí mismos, son inconstantes; cuando viene la tribulación o persecución por causa de la Palabra, enseguida se desaniman.

Otros reciben la semilla entre espinos: son aquellos que oyen la Palabra; pero cuando surgen las preocupaciones del mundo, la ilusión de las riquezas y todos los demás deseos, ahogan la Palabra, y no da fruto. Por último, aquellos que reciben la semilla en tierra buena son los que oyen la Palabra, la reciben y dan fruto; uno da treinta, otro sesenta y otro cien por uno”.

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Queridos hermanos en Cristo, que la paz del Señor esté con ustedes. Es una alegría estar aquí hoy, compartiendo la Palabra de Dios que nos guía, inspira y transforma. Antes de sumergirnos en las lecturas de la Primera Lectura, tomada del Segundo Libro de Samuel, capítulo 7, versículos 4-17, y del Evangelio según Marcos, capítulo 4, versículos 1-20, permítanme conectar nuestras experiencias diarias con estos divinos enseñanzas.

Imagínense, por un momento, en un jardín. Un jardín que representa nuestras vidas, con sus estaciones, sus alegrías florecientes y sus desafíos como espinas que, a veces, nos hacen cuestionar el propósito divino. Sin embargo, en medio de este jardín, Dios siembra las semillas de Su Palabra, y estamos llamados a ser tierra fértil para que estas semillas crezcan y den fruto.

Así como el jardinero cuida con esmero de sus plantas, Dios nos mira a cada uno de nosotros con amor y cuidado. Exactamente sobre este cuidado divino nos habla la Primera Lectura. El rey David, después de consolidar su reinado, sintió el deseo de construir un templo para Dios. Sin embargo, Dios revela al profeta Natán que no necesita un templo hecho por manos humanas, porque Su presencia ya está con nosotros, caminando a nuestro lado como el mejor de los compañeros.

Esta lección es profunda y atemporal. A menudo buscamos construir templos materiales para Dios en nuestras vidas, mientras Él nos invita a construir templos espirituales, donde Su amor y Su Palabra encuentren un hogar. Dios desea habitar en nuestros corazones, no en estructuras de piedra, y promete estabilidad y un reino eterno para aquellos que lo acogen.

Sin embargo, ¿cómo está la tierra de nuestros corazones? ¿Estamos dispuestos a ser tierra fértil para las semillas divinas? Esta pregunta nos lleva al Evangelio de Marcos, donde Jesús nos regala la parábola del sembrador. El sembrador sale a sembrar, lanzando sus semillas en diferentes tipos de suelo: al borde del camino, en suelo rocoso, entre espinas y en tierra buena.

¡Qué imagen tan poderosa! Cuántas veces las semillas de la Palabra caen en nuestro corazón, pero el suelo no está preparado para recibirlas. A veces, somos como el suelo al borde del camino, endurecidos por la indiferencia, y las semillas no pueden penetrar. En otras ocasiones, somos como el suelo rocoso, entusiasmados al principio, pero sin raíces profundas, desistiendo ante las primeras dificultades.

Y también está el peligro de ser como el suelo lleno de espinas, donde las preocupaciones del mundo y el engaño de las riquezas ahogan la Palabra. Pero gracias a Dios, hay esperanza, porque podemos elegir ser tierra buena, preparada para recibir y nutrir las semillas divinas.

Imaginen ahora a un agricultor sabio que, al preparar el suelo, quita las piedras, arranca las espinas y cuida con esmero para que la tierra esté lista para recibir la semilla. ¡Esa es nuestra llamada! Debemos ser participantes activos en la preparación del suelo de nuestros corazones, quitando las piedras de la dureza, arrancando las espinas de las preocupaciones mundanas y cuidando con amor para que la Palabra de Dios crezca y dé fruto en nuestras vidas.

No es una tarea fácil, lo reconozco. Hay desafíos, tentaciones y momentos en los que somos puestos a prueba. Sin embargo, la promesa divina es que, cuando somos tierra buena, la cosecha será abundante, llevando frutos de amor, paz, paciencia, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio.

Nuestras vidas están marcadas por diferentes estaciones, al igual que el jardín que visualizamos anteriormente. A veces enfrentamos inviernos rigurosos, tormentas que parecen no tener fin. En otros momentos, experimentamos la dulzura de la primavera, donde la esperanza florece y surgen nuevas oportunidades. Seamos alentados por la certeza de que Dios está con nosotros en todas las estaciones, y Su Palabra es la luz que nos guía.

Al mirar el texto del Evangelio, notamos que Jesús no solo presenta la parábola, sino que también la interpreta para sus discípulos. Él revela la profundidad de la Palabra de Dios y nos invita a tener oídos atentos, a entender con corazón abierto. Que podamos ser discípulos que buscan no solo escuchar, sino comprender y vivir la Palabra.

Así como la semilla que cae en tierra buena produce frutos, también estamos llamados a producir frutos en nuestra vida espiritual. Y estos frutos no son solo para nuestro propio beneficio, sino para compartirlos con los demás, haciendo el jardín de la comunidad aún más hermoso y abundante.

Permítanme ahora compartir una historia que ilustra la importancia de ser tierra buena para las semillas divinas. Había una pequeña aldea donde las personas cultivaban sus tierras con amor y dedicación. Un sabio anciano de la aldea siempre enfatizaba la importancia de preparar el suelo con cuidado, quitando las piedras y las hierbas dañinas.

Un joven agricultor, ansioso por tener una cosecha abundante, decidió ignorar los consejos del anciano y sembró sus semillas en suelo rocoso. Al principio, todo parecía bien. Las semillas germinaron rápidamente, pero sin raíces profundas, las plantas se marchitaron ante el calor del sol.

Desilusionado, el joven agricultor buscó al sabio anciano, quien lo recibió con amor y comprensión. El anciano explicó que las semillas de la Palabra de Dios también necesitan un suelo preparado, un corazón dispuesto a recibir y nutrir. El joven, humildemente, aprendió la lección y, al preparar su suelo con más cuidado, cosechó frutos abundantes que bendijeron a toda la aldea.

Hermanos y hermanas, que esta historia nos recuerde la importancia de ser tierra buena para la Palabra de Dios. Que podamos quitar las piedras de la dureza, arrancar las espinas de las preocupaciones mundanas y cuidar con esmero el suelo de nuestros corazones.

A lo largo de la semana, los invito a reflexionar sobre la condición de su suelo espiritual. ¿En qué áreas de su vida se necesita preparar el suelo para recibir la semilla divina? ¿En qué aspectos podemos ser más diligentes en cuidar el suelo de nuestros corazones?

Además, es crucial recordar que el viaje espiritual es un viaje colectivo. Así como un árbol se beneficia de la proximidad de otros árboles en el bosque, nuestra comunidad crece y florece cuando estamos unidos en amor y servicio mutuo. Cultivemos juntos el suelo de nuestra comunidad, para que todos podamos cosechar frutos abundantes.

Al cerrar esta reflexión, permítanme recordar una verdad fundamental: Dios es el gran jardinero de nuestras vidas. Siembra sus semillas de amor, misericordia y esperanza en nosotros. Que podamos ser colaboradores fieles, preparando el suelo de nuestros corazones para que estas semillas germinen, crezcan y florezcan.

Reflexionemos ahora en silencio sobre las palabras que se han compartido. Que el Espíritu Santo ilumine nuestros corazones y nos guíe en la aplicación práctica de estas verdades en nuestras vidas cotidianas.

Que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde vuestros corazones y mentes en Cristo Jesús. Amén.