Primera Lectura (Deuteronomio 26,16-19)
Lectura del libro de Deuteronomio.
Moisés se dirigió al pueblo de Israel y les dijo: “Hoy el Señor vuestro Dios os manda cumplir estos preceptos y decretos. Guardadlos y observadlos con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma. Vosotros habéis elegido hoy al Señor para que sea vuestro Dios, para seguir sus caminos, y para guardar sus preceptos, mandamientos y decretos, y para obedecer su voz. Y el Señor os ha escogido hoy, para ser un pueblo especial para él, como os prometió, para guardad todos sus mandamientos. Así os hará ilustres entre todas las naciones que él ha creado, y os hará superiores en honra y gloria, para que seáis el pueblo santo de Jehová vuestro Dios, como él dijo.
– Palabra del Señor.
– Gracias a Dios.
Evangelio (Mateo 5,43-48)
Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Mateo.
— Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Habéis oído que se dijo: ‘¡Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo!’ Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen. Porque si amáis sólo a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? Y si sólo saludáis a vuestros hermanos, ¿qué haréis? ¿No hacen lo mismo los paganos? Sed, pues, perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.
— Palabra de Salvación.
— Gloria a ti, Señor.
Reflejando la Palabra de Dios
Mis hermanos y hermanas en Cristo,
Me gustaría comenzar esta reflexión con una pregunta: ¿qué significa para ti ser una persona diferente? En el mundo actual hay muchas respuestas posibles. Tener éxito, tener una carrera brillante, ser admirados por los demás, acumular bienes materiales… ¿Pero es esto lo que Dios espera de nosotros? Las lecturas de hoy nos muestran que ser verdaderamente especial a los ojos del Señor es algo muy diferente a lo que el mundo valora.
En la primera lectura, del libro del Deuteronomio, Dios hace una alianza con el pueblo de Israel. Declara: “Hoy el Señor tu Dios te manda que practiques estos preceptos y estas normas; los guardarás y los practicarás con todo tu corazón y con toda tu alma” (Dt 26,16). El Señor no quiere sólo una obediencia exterior, sino un compromiso profundo, que venga del corazón. Más que reglas, Él quiere una relación de amor, fidelidad y dedicación.
Dios continúa diciendo que si el pueblo es fiel, Él los hará “su posesión” y “un pueblo santo”. Este es un llamado a ser diferentes, a destacar en el mundo no por la riqueza o el poder, sino por la santidad. Pero ¿qué significa ser santo?
Aquí viene el Evangelio de Mateo, donde Jesús nos presenta uno de los mayores desafíos de la vida cristiana: amar a nuestros enemigos. “Oísteis que fue dicho: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pero yo os digo: ¡Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen!” (Mt 5,43-44). Esta enseñanza nos desconcierta porque desafía nuestra naturaleza humana. ¿Es fácil amar a quien nos trata bien, pero amar a quien nos hace daño? ¡Esto parece imposible!
Jesús nos enseña que el amor cristiano no puede limitarse a quienes nos hacen el bien. Nos invita a reflexionar sobre Dios: “Vuestro Padre que está en los cielos hace salir el sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos” (Mt 5,45). Si Dios trata a todos con misericordia, ¿cómo podríamos actuar de manera diferente? Si queremos ser verdaderamente hijos de Dios, debemos imitar su amor incondicional.
Pensemos en un jardinero. Cuida el jardín y riega todas las plantas, sin discriminar qué flores son más hermosas o qué árboles dan más frutos. Él sabe que todos necesitan agua para crecer. Así es Dios: da su gracia a todos, sin importar el mérito. Y Él nos llama a hacer lo mismo.
Pero ¿cómo podemos amar a quienes nos hacen daño? Primero, debemos entender que amar no significa sentir afecto. Jesús no nos pide que tengamos cariño por aquellos que nos han hecho daño, sino que deseemos el bien a esas personas, que no alberguemos odio en el corazón y que seamos capaces de perdonar. El amor al enemigo se manifiesta en actitudes concretas: en no devolver ofensa por ofensa, en orar por quienes nos hacen daño, en buscar la reconciliación siempre que sea posible.
Esto no significa ser ingenuo ni permitir la injusticia. El perdón cristiano no ignora el error, sino que transforma el corazón. Pensemos en la cruz: Jesús, injustamente condenado, podría haber maldecido a sus verdugos. Pero Él eligió el camino del amor: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23,34). Este es el colmo del amor cristiano.
Nuestro desafío, entonces, es llevar este amor a la vida cotidiana. ¿Cómo podemos vivir este mensaje en nuestra vida diaria? Tal vez sea perdonar a un familiar con el que hemos estado peleando durante años. Tal vez sea ser amable con un compañero de trabajo difícil. Quizás sea orar sinceramente por alguien que nos ha lastimado. Pequeños gestos pueden transformar el mundo.
Jesús concluye diciendo: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Esta perfección no significa no cometer nunca errores, sino buscar un amor cada vez más parecido al de Dios. Éste es el verdadero camino de la santidad.
Volvamos a la pregunta inicial: ¿qué significa ser una persona diferenciada? El mundo dirá que son aquellos que acumulan riqueza, estatus o fama. Pero para Dios son especiales quienes viven el amor, la misericordia y la santidad. La verdadera grandeza no está en lo que tenemos, sino en cómo amamos.
Que salgamos hoy de aquí con este compromiso: ser diferentes no según los criterios del mundo, sino según el corazón de Dios. Que Él nos ayude a amar como Él ama, a perdonar como Él perdona y a vivir cada día como Su pueblo santo. Amén.