Evangelio de hoy – Sábado 2 de marzo de 2024 – Lucas 15: 1-3.11-32 – Biblia católica

Primera Lectura (Mq 7,14-15.18-20)

Lectura de la Profecía de Miqueas.

Apacienta a tu pueblo con el cayado de la autoridad, al rebaño de tu propiedad, a los habitantes dispersos por el bosque y por los campos cultivados. Y, como en los días en que nos hiciste salir de Egipto, haznos ver nuevos prodigios. ¿Qué Dios hay como tú, que borra la iniquidad y olvida el pecado de aquellos que son el remanente de tu propiedad? Él no guarda rencor para siempre, lo que ama es la misericordia. Volverá a compadecerse de nosotros, olvidará nuestras iniquidades y lanzará al fondo del mar todos nuestros pecados. Tú mantendrás fidelidad a Jacob y tendrás compasión de Abraham, como juraste a nuestros padres, desde tiempos remotos.

— Palabra del Señor.

— Gracias a Dios.

Evangelio (Lc 15,1-3.11-32)

— Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Lucas.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas, sin embargo, criticaban a Jesús, diciendo: “Este hombre acoge a los pecadores y come con ellos”.

Entonces Jesús les contó esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos. El hijo menor le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde’. Y el padre repartió sus bienes entre ellos. Pocos días después, el hijo menor juntó todo lo que tenía y se fue a un lugar lejano. Allí derrochó su fortuna viviendo de manera desenfrenada.

Cuando lo había perdido todo, hubo una gran hambruna en aquella región, y él comenzó a pasar necesidad. Entonces fue a trabajar para un hombre del lugar, quien lo envió a su campo a cuidar cerdos. El joven deseaba llenar su estómago con las algarrobas que comían los cerdos, pero ni siquiera eso le daban.

Entonces recapacitó y dijo: ‘Cuántos trabajadores de mi padre tienen comida de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Trátame como a uno de tus trabajadores’.

Entonces se levantó y regresó a su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se compadeció de él. Corrió hacia él, lo abrazó y lo besó. El hijo le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo’.

Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Traed enseguida la mejor túnica y vestidlo, ponedle un anillo en su mano y sandalias en sus pies. Traed el ternero cebado y matadlo. Celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado’. Y comenzaron la fiesta.

El hijo mayor estaba en el campo. Cuando regresaba y se acercaba a la casa, oyó la música y los bailes. Llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. El criado le respondió: ‘Tu hermano ha vuelto, y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado sano y salvo’.

Entonces él se enfadó y no quería entrar. Su padre salió y le rogaba que entrara. Pero él respondió a su padre: ‘Hace tantos años que te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, y nunca me has dado ni siquiera un cabrito para celebrar una fiesta con mis amigos. Pero, cuando ha venido ese hijo tuyo que ha gastado tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado’.

El padre le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermanoEl primer hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”‘.

— Palabra de la Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Hoy, al mirar a nuestro alrededor, nos enfrentamos con las alegrías y desafíos del mundo en el que vivimos. En nuestra vida cotidiana, nos enfrentamos a situaciones que pueden dejarnos confundidos, desanimados o incluso perdidos. Pero, como discípulos de Cristo, estamos llamados a encontrar significado y dirección en medio de esas experiencias, buscando la sabiduría y la orientación que vienen de las Sagradas Escrituras.

En esta homilía, vamos a explorar los ricos pasajes bíblicos de la Primera Lectura del Profeta Miqueas (Mq 7,14-15.18-20) y del Evangelio de Lucas (Lc 15,1-3.11-32), que nos invitan a reflexionar sobre la misericordia y el amor incondicional de Dios hacia sus hijos. Descubriremos cómo estas verdades espirituales pueden hacerse tangibles y aplicables en nuestras vidas diarias.

Imaginen conmigo a una madre amorosa que se preocupa profundamente por sus hijos. Ella los ve luchando, cometiendo errores y alejándose del camino correcto. Pero, a pesar de todo, el amor de esta madre nunca disminuye. Siempre espera el regreso de sus hijos, esperándolos con los brazos abiertos. Esta imagen es una poderosa metáfora del amor de Dios por nosotros, sus hijos.

En la primera lectura, el Profeta Miqueas nos recuerda que Dios es aquel que perdona nuestras iniquidades y arroja nuestros pecados al fondo del mar. Él nos dice que Dios restaura su fidelidad y nos concede misericordia. Estas palabras nos invitan a acercarnos a Dios con corazones arrepentidos, confiando en su infinita gracia y perdón.

Pero quizás algunos de nosotros estemos pensando: “He cometido errores tan grandes, ¿cómo puedo ser perdonado?”. Es aquí donde entra en escena el Evangelio de Lucas, con la famosa parábola del Hijo Pródigo. En esta historia, un hijo decide dejar la casa de su padre, tomar su parte de la herencia y vivir una vida de placeres y excesos. Sin embargo, cuando se da cuenta de que está quebrado y hambriento, vuelve a casa, esperando solo ser tratado como uno de los siervos.

Aquí, la parábola nos revela la naturaleza del amor del Padre celestial. Cuando el padre ve a su hijo de lejos, corre hacia él, lo abraza y lo besa. No lo reprende ni lo trata con desprecio, sino que lo recibe de vuelta con alegría y celebración. Esta historia nos muestra que no hay pecado tan grande que pueda alejar el amor de Dios de nosotros. Él siempre está listo para perdonarnos y recibirnos de vuelta en sus brazos.

Estos pasajes bíblicos nos enseñan que no importa cuán lejos nos hayamos alejado de Dios, siempre podemos dar el primer paso hacia Él, porque Él ya nos está esperando. Nuestro Padre celestial nos ama con un amor incondicional y desea concedernos su misericordia y perdón.

Queridos hermanos y hermanas, estas verdades espirituales no son solo conceptos abstractos, sino que deben convertirse en realidades vivas en nuestras vidas diarias. ¿Cómo podemos aplicar estos principios en nuestras experiencias cotidianas?

En primer lugar, estamos llamados a arrepentirnos de nuestros pecados y volvernos hacia Dios. Al igual que el hijo pródigo, podemos reconocer nuestras debilidades y limitaciones, y confiar en que Dios siempre está listo para recibirnos de vuelta en su amor.

En segundo lugar, podemos aprender a perdonar a los demás así como Dios nos perdonó. La parábola del Hijo Pródigo no solo destaca el amor del Padre, sino que también nos recuerda el perdón que debemos extender a los demás. A veces, podemos sentir la tentación de juzgar y condenar a aquellos que han errado, pero estamos llamados a imitar el amor y la misericordia de Dios.

Además, debemos buscar vivir una vida de gratitud y generosidad. Cuando el hijo pródigo regresa a la casa de su padre, su padre no solo lo perdona, sino que también lo recibe con una fiesta y celebración. Esto nos recuerda que Dios nos llama a compartir su alegría y generosidad, agradeciendo sus bendiciones y compartiéndolas con los demás.

Queridos hermanos y hermanas, mientras reflexionamos sobre estos pasajes bíblicos y sus aplicaciones en nuestras vidas, los invito a cada uno a hacer una pausa y reflexionar sobre su propia jornada espiritual. ¿Dónde te encuentras en tu caminar con Dios? ¿Te sientes distante o perdido? ¿O tal vez te sientes abrumado por el peso de tus pecados?

Independientemente de la situación en la que te encuentres, debes saber que Dios siempre está listo para recibirte con los brazos abiertos. Él desea perdonarte, sanarte y restaurar tu vida. Él desea llenar tu corazón con su amor incondicional y su gracia transformadora.

Por lo tanto, no dejes que el miedo, la vergüenza o la duda te impidan acercarte a Dios. Siempre está listo para escuchar tus oraciones, extender su misericordia y guiar tus pasos. Confía en que su gracia es suficiente para ti, no importa cuán grandes hayan sido tus errores o caídas.

Y mientras experimentas el amor y la misericordia de Dios en tu propia vida, comparte esta buena noticia con los demás a tu alrededor. Sé un canal de gracia y perdón para aquellos que te rodean. Busca tender la mano a quienes están en necesidad, ofreciendo amor y compasión de la misma manera que Dios nos ofrece.

Queridos hermanos y hermanas, que este mensaje de las Sagradas Escrituras permanezca en nuestros corazones y nos inspire a vivir una vida de fe, esperanza y amor. Que siempre recordemos el amor incondicional de Dios por nosotros y busquemos imitar ese amor en nuestras interacciones con los demás.

Que la gracia divina nos fortalezca, la misericordia de Dios nos guíe y el amor del Padre celestial nos envuelva todos los días de nuestras vidas.

Así sea. Amén.