Evangelio de hoy – Sábado 6 de enero de 2024 – Marcos 1,7-11 – Biblia católica

Primera Lectura (1Jo 5,5-13)

Lectura de la Primera Carta de San Juan.

Queridos amigos, ¿quién es el vencedor del mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Éste es el que vino por agua y sangre: Jesucristo. (Vino no sólo con agua, sino con agua y sangre). Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la Verdad. Así, son tres los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre; y los tres son unánimes.

Si aceptamos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios es mayor. Este es el testimonio de Dios, porque testificó acerca de su Hijo. El que cree en el Hijo de Dios tiene este testimonio dentro de sí. El que no cree en Dios se hace mentiroso, porque no cree en el testimonio que Dios dio acerca de su Hijo. Y el testimonio es este: Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo, tiene vida; el que no tiene al Hijo no tiene la vida. Estas cosas os escribo a vosotros que habéis creído en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Mc 1,7-11)

— Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Marcos.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Juan predicó, diciendo: “Uno más fuerte que yo vendrá detrás de mí. Ni siquiera soy digno de agacharme para desatar tus sandalias. Yo os bauticé con agua, pero él os bautizará con el Espíritu Santo”. En aquellos días, Jesús vino de Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el río Jordán. E inmediatamente, al salir del agua, vio abrirse el cielo y al Espíritu, como paloma, descender sobre él. Y vino una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo amado, en ti tengo complacencia”.

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Refletindo a Palavra de Deus

Mis hermanos y hermanas en Cristo,

Hoy, me gustaría comenzar nuestra reflexión con un pensamiento simple pero profundo: la vida es un río en constante movimiento. Cada día, somos llevados por las corrientes de la rutina, las responsabilidades, los desafíos y las expectativas. Navegamos por aguas turbulentas y tranquilas, enfrentando tormentas y disfrutando de momentos de serenidad. Y, a veces, nos preguntamos: ¿cuál es el propósito de todo esto? ¿Hacia dónde nos dirigimos?

En estas aguas agitadas de la vida, encontramos consuelo y orientación en las palabras de la Sagrada Escritura. Hoy, estamos invitados a reflexionar sobre los pasajes de la Primera Lectura de la Primera Carta de Juan y del Evangelio de Marcos. Estas palabras nos invitan a sumergirnos en las profundidades de nuestra fe, a reconocer quiénes somos en Cristo y a encontrar nuestra verdadera identidad como hijos e hijas de Dios.

El pasaje de la Primera Lectura nos recuerda que la victoria que vence al mundo es nuestra fe. Cuando ponemos nuestra confianza en Dios y creemos en Su amor y redención, superamos las adversidades y alcanzamos la verdadera victoria. La fe es el timón que nos guía en las aguas agitadas de la vida, dándonos coraje para enfrentar cualquier desafío. Nos permite navegar con seguridad, sabiendo que Dios está con nosotros en cada momento.

Y el Evangelio de Marcos nos trae el poderoso relato del bautismo de Jesús en el río Jordán. Aquí, vemos a Jesús emergiendo de las aguas y escuchamos la voz del Padre celestial proclamando: “Tú eres mi Hijo amado, en ti pongo mi beneplácito”. Estas palabras son un recordatorio poderoso de que somos amados incondicionalmente por Dios, que Él tiene un propósito para cada uno de nosotros y que se complace en nosotros como Sus hijos e hijas.

Así como Jesús fue bautizado y recibió la confirmación divina de Su identidad, se nos llama a recordar nuestro propio bautismo, cuando fuimos incorporados a la familia de Dios. En nuestro bautismo, fuimos lavados de las manchas del pecado original, fuimos sellados con el Espíritu Santo y nos convertimos en hijos e hijas adoptivos de Dios. Se nos llama a vivir de acuerdo con esta identidad y a reflejar la luz y el amor de Cristo en nuestra vida cotidiana.

Hermanos y hermanas, ¿cómo podemos hacer esto? ¿Cómo podemos vivir nuestra fe de manera auténtica y significativa en las aguas agitadas de la vida? Permítanme compartir con ustedes algunas pautas prácticas.

En primer lugar, es fundamental nutrir nuestra fe a través de la oración y la meditación en la Palabra de Dios. Así como el agua es esencial para la vida física, la oración y la lectura de la Biblia son esenciales para la salud espiritual. Dediquemos un tiempo diario para conectarnos con Dios en oración, para escuchar Su voz y buscar Su orientación. Encontremos un lugar de tranquilidad, donde podamos alejarnos de las distracciones del mundo y sintonizarnos con la presencia de Dios.

En segundo lugar, es importante estar presentes en la comunidad de fe. Así como un río fluye más fuerte cuando se encuentran varias corrientes, nuestra fe también se fortalece cuando nos reunimos como comunidad. Participemos regularmente en la Santa Misa, donde podemos recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo y unirnos a nuestros hermanos y hermanas en la adoración y la oración. Encontremos fuerza unos en otros, compartamos nuestras alegrías y desafíos y nos animemos mutuamente en el camino de la fe.

En tercer lugar, es esencial vivir nuestro llamado cristiano en el mundo. Así como una gota de agua puede causar un gran impacto en un río, cada uno de nosotros tiene el potencial de marcar la diferencia en el mundo que nos rodea. Seamos testigos vivos del amor de Dios en nuestras palabras y acciones. Seamos compasivos con los necesitados, perdonemos a aquellos que nos han herido, busquemos la justicia y la paz en nuestras relaciones y seamos agentes de transformación en nuestra sociedad. Recordemos que, como hijos e hijas de Dios, tenemos el poder del Espíritu Santo en nosotros para realizar grandes cosas en nombre de Cristo.

Queridos hermanos y hermanas, al concluir esta homilía, me gustaría recordarles que estamos llamados a vivir con fe, valentía y esperanza, incluso en las aguas agitadas de la vida. Que podamos recordar nuestra identidad como hijos e hijas amados de Dios, y que esto nos dé fuerza y confianza para enfrentar cualquier desafío. Comprometámonos a nutrir nuestra fe, a unirnos como comunidad de fe y a vivir nuestro llamado cristiano en el mundo.

Y ahora, los invito a un momento de silencio para reflexionar sobre las palabras que se han compartido y sobre cómo podemos aplicarlas en nuestra vida cotidiana…

Querido Dios, pedimos Tu gracia y orientación para vivir de acuerdo con las verdades que se han proclamado hoy. Fortalece nuestra fe, concédenos valentía y llénanos de esperanza. Ayúdanos a ser luz y amor en este mundo, para que quienes nos rodean puedan ver y experimentar Tu presencia en sus vidas. Te agradecemos por ser nuestro Padre amoroso y por llamarnos hijos e hijas. Que podamos vivir de acuerdo con esta verdad todos los días de nuestras vidas. Amén.

Que la gracia de Dios, el amor de Cristo y la comunión del Espíritu Santo estén con todos ustedes. Sigamos adelante, firmes en la fe, confiados en la victoria que tenemos en Cristo. Que Dios los bendiga abundantemente.

Amén.