Evangelio de hoy – Domingo, 17 de marzo de 2024 – Juan 12:20-33 – Biblia Católica

Primera Lectura (Jer 31,31-34)

Lectura del Libro del Profeta Jeremías:

He aquí que vienen días, dice el Señor, en que concertaré un nuevo pacto con la casa de Israel y la casa de Judá; No como el pacto que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto, y que ellos violaron, sino que ejercí fuerza sobre ellos, declara el Señor.

“Éste será el pacto que haré con la casa de Israel después de estos días”, dice el Señor: “Imprimiré mi ley en sus entrañas, y la escribiré en sus corazones; Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no será necesario enseñar a tu prójimo ni a tu hermano, diciendo: ‘¡Conoce al Señor!’ Todos me reconocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice el Señor, porque yo perdonaré sus maldades, y No me acordaré más de su pecado”.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Segunda Lectura (Hb 5,7-9)

Lectura de la Carta a los Hebreos:

Cristo, en los días de su vida terrena, dirigió oraciones y súplicas, con fuertes gritos y lágrimas, al que era capaz de salvarlo de la muerte. Y fue respondido por su entrega a Dios.

Aunque era Hijo, aprendió lo que significa la obediencia a Dios a través de lo que sufrió. Pero, al final de su vida, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Anuncio del Evangelio (Juan 12,20-33)

— PROCLAMACIÓN del Evangelio de Jesucristo según San Juan.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo había algunos griegos entre los que habían subido a Jerusalén para adorar durante la fiesta. Se acercaron a Felipe, que era de Betsaida de Galilea, y le dijeron: “Señor, queremos ver a Jesús”.

Felipe estuvo de acuerdo con Andrés y los dos fueron a hablar con Jesús. Jesús les respondió: “Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre será glorificado. De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda sólo grano de trigo; pero si muere, produce mucho fruto. Quien se aferra a su vida, la pierde; pero el que poco tiene en cuenta su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno quiere seguirme, sígame, y donde yo esté mi siervo también estará. Si alguno me sirve, mi Padre lo honrará. Ahora me siento angustiado. ¿Y qué diré? “Padre, ¿líbrame de esta hora?” Pero fue precisamente para esta hora que vine. ¡Padre, glorifica tu nombre! Entonces vino una voz del cielo: “¡Lo he glorificado y lo glorificaré otra vez!”

La multitud que estaba allí y lo oyó, dijo que había sido un trueno. Otros afirmaron: “Era un ángel quien le habló”.

Jesús respondió y dijo: “La voz que oíste no era por mí, sino por ti. Ahora es el juicio de este mundo. Ahora el líder de este mundo será expulsado, y yo, cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Jesús habló así para indicar de qué muerte moriría”.

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Hoy me gustaría comenzar nuestra reflexión con una pregunta simple pero profunda: ¿alguna vez te has sentido perdido en este viaje de la vida? ¿Alguna vez te has enfrentado a desafíos e incertidumbres sin saber qué camino tomar? Estoy seguro de que todos podemos identificarnos con esta experiencia. Al fin y al cabo, somos seres humanos, sujetos a dudas, miedos y debilidades.

Sin embargo, incluso en medio de nuestras dificultades, tenemos una promesa de esperanza. Nuestros pasajes bíblicos de hoy nos conducen por un camino de renovación y redención, revelando el plan de amor de Dios para la humanidad. Profundicemos en estas Escrituras y descubramos juntos las verdades espirituales que nos revelan.

En la primera lectura escuchamos las palabras del profeta Jeremías, quien anunció la llegada de una nueva alianza entre Dios y su pueblo. Dijo: “He aquí que vienen días, dice el Señor, en que concertaré un nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá” (Jer 31,31). Este pacto no se basaría en leyes escritas en tablas de piedra, sino en el corazón de cada persona. Sería una alianza de amor, perdón y misericordia.

Este nuevo pacto, hermanos míos, se ha cumplido en Jesucristo, nuestro Salvador. Él es el mediador de esta alianza, el vínculo perfecto entre Dios y la humanidad. En la segunda lectura, de la carta a los Hebreos, se nos recuerda el sacrificio supremo de Jesús en la cruz. El autor escribe: “En los días de su vida mortal, Jesús dirigió oraciones y súplicas, con grandes gritos y lágrimas, al que podía salvarlo de la muerte” (Heb 5,7). Jesús experimentó el sufrimiento humano en toda su plenitud, pero permaneció obediente al plan del Padre.

Mis hermanos y hermanas, al contemplar la pasión y muerte de Jesús, nos enfrentamos a la realidad del amor sacrificial. Así como una semilla que necesita morir para generar vida, Jesús se entregó completamente por nosotros, para que tuviéramos vida en abundancia. Este es el mensaje central del evangelio de hoy, que nos habla del encuentro de Jesús con unos griegos que querían verlo. Jesús les respondió: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda sólo grano de trigo; pero si muere, da mucho fruto” (Juan 12:24).

Esta poderosa imagen del grano de trigo nos enseña sobre el significado de la renuncia y el autosacrificio. Nos invita a reflexionar sobre las áreas de nuestras vidas donde necesitamos “morir” a nosotros mismos para que el amor de Dios florezca en nosotros y a través de nosotros. Quizás necesitemos dejar de lado viejos hábitos dañinos, perdonar a alguien que nos ha herido profundamente o renunciar a nuestros deseos egoístas. El camino del discipulado requiere valentía y voluntad de dejar que la gracia de Dios transforme nuestros corazones.

Queridos hermanos y hermanas, hoy estamos llamados a abrazar este nuevo pacto, a entregar nuestras vidas en las manos del Señor y permitirle escribir Su ley en nuestros corazones. No es una tarea fácil, pero Dios nos ofrece su gracia y su Espíritu Santo para guiarnos en este camino. Cuando nos abrimos a la acción del Espíritu, podemos experimentar la transformación interior que nos convierte en auténticos testigos del amor de Dios.

En este camino de fe, es importante recordar que no estamos solos. Somos parte de una comunidad de fe, una familia espiritual que nos apoya y fortalece. Por eso estamos reunidos aquí hoy, en la presencia de Dios y de los demás. Cuando compartimos nuestras alegrías y luchas, cuando nos apoyamos mutuamente en el camino de la fe, somos signos vivos de la nueva alianza de amor que Dios ha establecido con nosotros.

Mientras reflexionamos sobre estos pasajes bíblicos, me gustaría ofrecer alguna guía práctica para vivir el nuevo pacto en nuestra vida diaria.

Ante todo, debemos cultivar una vida de oración constante. Así como Jesús dirigió oraciones y súplicas al Padre, también debemos buscar la presencia de Dios en nuestras vidas. A través de la oración abrimos nuestro corazón a la acción transformadora del Espíritu Santo y conectamos con la voluntad de Dios.

En segundo lugar, debemos buscar la verdadera humildad. El ejemplo de Jesús nos enseña que la verdadera grandeza está en servir a los demás. Debemos despojarnos del orgullo y del egoísmo, anteponiendo las necesidades de los demás a las nuestras. Al hacerlo, seguimos el ejemplo de Jesús, que no vino para ser servido, sino para servir.

En tercer lugar, debemos ser agentes de reconciliación y perdón. El nuevo pacto establecido por Dios es un pacto de amor y misericordia. Debemos perdonar a quienes nos han ofendido y buscar la reconciliación en nuestras relaciones. Así como Dios nos ha perdonado, nosotros también debemos perdonar a los demás.

En cuarto lugar, debemos practicar la caridad y la justicia. Jesús nos enseñó a amar a los necesitados y a luchar por la justicia en nuestro mundo. Debemos ser sensibles a las necesidades de los demás y actuar en solidaridad con los más vulnerables. Al hacerlo, reflejamos el amor de Dios en nuestras acciones.

Finalmente, no podemos olvidar la importancia de la Eucaristía en nuestra vida espiritual. A través de la participación en la Santa Misa, somos nutridos por el cuerpo y la sangre de Cristo, fortalecidos para vivir la nueva alianza en nuestra vida diaria. La Eucaristía nos une como comunidad y nos capacita para vivir como auténticos discípulos de Jesucristo.

Queridos hermanos y hermanas, al cerrar esta homilía, me gustaría invitarlos a reflexionar sobre cómo podemos aplicar estos principios en nuestra vida diaria. Que la Palabra de Dios que escuchamos hoy no sean sólo palabras, sino una inspiración para el cambio y la transformación. Que nos comprometamos a vivir la nueva alianza de amor y misericordia en nuestras vidas y ser testigos vivos del poder redentor de Cristo.

Que el Espíritu Santo nos guíe y fortalezca en este camino, y que experimentemos el gozo y la paz que provienen de vivir en comunión con Dios y con nuestros hermanos y hermanas. Que la gracia de Dios nos sostenga y nos acerque cada vez más a su amor. Que seamos granos de trigo que mueren a sí mismos y dan mucho fruto para gloria de Dios.

Que así sea. Amén.