Evangelio de hoy – Lunes 18 de marzo de 2024 – Juan 8:1-11 – Biblia Católica

Primera Lectura (Dn 13,41c-62)

Lectura de la profecía de Daniel.

En aquellos días la asamblea condenó a muerte a Susana. Susana, sin embargo, llorando, dijo en voz alta: “¡Oh Dios eterno, que conoces las cosas ocultas y todo lo sabes de antemano, antes de que suceda! ¡Tú sabes que el testimonio que levantaron contra mí es falso! ¡Estoy condenado a morir, cuando no hice nada de lo que estos maliciosamente inventaron sobre mí!

El Señor escuchó su voz. Mientras la llevaban a la ejecución, Dios levantó el espíritu santo de un adolescente, llamado Daniel. Y gritó a gran voz: «¡Soy inocente de la sangre de esta mujer!»

Entonces todo el pueblo se volvió hacia él y le preguntó: “¿Cuál es esta palabra que acabas de decir?” Daniel, de pie entre ellos, respondió: “¿Tan necios sois, hijos de Israel? Sin juicio y sin conocimiento de la verdadera causa, ¿condenas a una hija de Israel? ¡Repetid el juicio otra vez, porque el testimonio que dieron contra ella es falso!”.

Todo el pueblo regresó apresuradamente, y otros ancianos dijeron al joven: “Siéntate entre nosotros y danos tu opinión, porque Dios te ha dado el honor de la vejez”. Entonces Daniel dijo: “Mantén a los dos separados, alejados el uno del otro, y yo los juzgaré”. Habiendo sido separados, Daniel llamó a uno de ellos y le dijo: “¡Viejo seco en el mal! Ahora aparecen los pecados que estabas acostumbrado a cometer. 53Tú dictaste juicios injustos, condenando al inocente y absolviendo al culpable, cuando el Señor manda: ‘¡No matarás al inocente y al justo!’ Bueno, si lo viste, dime a la sombra de qué árbol los viste. ¿Abrazando? Él respondió: “A la sombra de un lentisco”.

Daniel respondió: “Mentiste perfectamente, contra tu propia cabeza. ¡Por eso el ángel de Dios, habiendo recibido ya la sentencia divina, os partirá por la mitad! Ordenando a éste que se fuera, ordenó traer al otro: “Raza de Canaán, y no de Judá, la belleza te fascinó y la pasión pervirtió tu corazón. Así trataste a las hijas de Israel, y por miedo se sometieron a ti. Pero una hija de Judá no se sometió a esta iniquidad. Ahora bien, dime ¿bajo qué árbol los sorprendiste juntos? Él respondió: “Debajo de una encina”. Daniel respondió: “También mentiste perfectamente contra tu propia cabeza. ¡Por eso el ángel de Dios ya está esperando, espada en mano, para cortaros por la mitad y exterminaros!

Todo el público comenzó a gritar con fuerza, bendiciendo a Dios, que salva a los que en él esperan. Y se volvieron contra los dos ancianos, porque Daniel los había convencido, con sus propias palabras, de que eran testigos falsos. Y obrando conforme a la ley de Moisés, les hicieron lo que habían conspirado malvadamente contra su prójimo. Y así los mataron, mientras, ese día, se salvó una vida inocente.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Juan 8,1-11)

— PROCLAMACIÓN del Evangelio de Jesucristo según San Juan.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer regresó nuevamente al Templo. Todo el pueblo se reunió a su alrededor. Sentándose, comenzó a enseñarles. Sin embargo, los maestros de la ley y los fariseos trajeron a una mujer sorprendida en adulterio. Llevándola entre ellos, dijeron a Jesús: “Maestro, esta mujer fue sorprendida en acto de adulterio. Moisés en la Ley ordenó apedrear a esas mujeres. ¿Qué dices?”

Pidieron esto para probar a Jesús y tener una razón para acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir con el dedo en el suelo. Cuando insistieron en interrogarlo, Jesús se levantó y dijo: “El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojarle la piedra”. Y, inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en el suelo.

Y cuando oyeron lo que Jesús decía, fueron saliendo uno por uno, comenzando por los mayores; y Jesús se quedó solo, con la mujer que estaba allí en medio, de pie. Entonces Jesús se levantó y dijo: Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te condenó? Ella respondió: “Nadie, Señor”. Entonces Jesús le dijo: “Yo tampoco te condeno. Puedes irte y de ahora en adelante no pecar más”.

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Hoy quiero iniciar nuestra homilía con una pregunta que muchos de nosotros nos hemos hecho en algún momento de nuestras vidas: ¿Quién nunca se ha sentido atrapado por los errores del pasado? ¿Quién nunca ha deseado una segunda oportunidad para empezar de nuevo, para dejar atrás las decisiones equivocadas y seguir un camino de rectitud y paz?

Es increíble cómo las Sagradas Escrituras tienen el poder de conectarnos con las experiencias más profundas y universales de la humanidad. Hoy, en los pasajes bíblicos que leemos, encontramos historias que hablan directamente a nuestro corazón y nos enseñan sobre la misericordia y el amor de Dios.

En la primera lectura, del libro de Daniel (Dn 13,41c-62), se nos presenta a una mujer llamada Susana. Dos hombres influyentes la acusan injustamente de adulterio. Ante la amenaza de muerte, clama a Dios por justicia, poniendo su confianza en el Señor. Y Dios no la decepciona. Envía al profeta Daniel, quien con sabiduría divina descubre la verdad y libera a Susana de una condena injusta.

Esta historia nos muestra la importancia de confiar en Dios, incluso cuando nos encontramos en situaciones difíciles y aparentemente sin salida. Susana es un ejemplo de fe y valentía, pues no se rindió ante la desesperación, sino que mantuvo su confianza en el poder de Dios para hacer justicia.

Esta confianza en Dios también es evidente en el Evangelio de hoy (Juan 8,1-11), que nos presenta la famosa historia de la mujer sorprendida en adulterio. Esta mujer es llevada a Jesús por los escribas y fariseos, que quieren ponerlo a prueba. Quieren saber qué hará Jesús a la luz de la ley de Moisés, que prescribe la lapidación como castigo por adulterio.

Pero Jesús no cae en la trampa. Él mira a la multitud reunida y dice: “Aquel de vosotros que esté sin pecado sea el primero en arrojarle la piedra”. Esta sencilla frase resuena hasta el día de hoy, llamándonos a reflexionar sobre nuestra propia condición de pecadores y recordándonos la misericordia que Dios tiene para con nosotros.

En ese momento, una a una, las piedras caen al suelo. Los acusadores se retiran, conscientes de su propia imperfección. Y Jesús, el único sin pecado, pregunta a la mujer: “¿Nadie te condenó?”. Y ella responde: “Nadie, Señor”. Entonces Jesús dice: “Yo tampoco te condeno. Vete, y de ahora en adelante no peques más”.

Estas palabras de Jesús son una invitación a la transformación, a cambiar tu vida. No ignora el pecado de la mujer, pero la anima a abandonar su pasado y seguir un camino de rectitud. Jesús no vino a condenar, sino a salvar. Ofrece a esa mujer y a cada uno de nosotros una segunda oportunidad, una oportunidad de empezar de nuevo.

Queridos hermanos y hermanas, las historias de Susana y la mujer sorprendida en adulterio nos enseñan que la misericordia de Dios está siempre disponible para nosotros. No importa cuán grandes sean nuestros errores, no importa cuán lejos nos hayamos alejado de Dios, Él siempre está con los brazos abiertos, listo para perdonarnos y ayudarnos a empezar de nuevo.

Al igual que Susana y la mujer sorprendida en adulterio, nosotros también estamos llamados a confiar en Dios y abandonar nuestro pasado pecaminoso. No importa cuáles hayan sido nuestras decisiones, no importa cuán lejos nos hayamos desviado del camino de Dios, siempre hay esperanza. Siempre existe la posibilidad de una nueva vida en Cristo.

Quiero animarte a reflexionar sobre estos pasajes bíblicos y aplicarlos a tu vida diaria. Piensa en qué áreas de tu vida necesitas una segunda oportunidad, en qué áreas necesitas el perdón divino. Tal vez sea una relación rota, un hábito poco saludable o una mentalidad negativa. Identifica estas áreas y entrégaselas a Dios, confiando en Su misericordia y amor.

Recuerda que la misericordia de Dios no es una invitación a seguir pecando, sino un llamado a la transformación interior. Así como Jesús le dijo a la mujer sorprendida en adulterio: “Ve, y de ahora en adelante no peques más”, así también nos dice que nos apartemos de nuestro pecado y nos esforcemos por vivir una vida de justicia y santidad.

A veces puede resultar difícil dejar de lado nuestros errores del pasado y seguir adelante. Podemos sentirnos atrapados en un ciclo de culpa y arrepentimiento. Pero recuerda que Dios es mayor que nuestros pecados. Él nos ama incondicionalmente y nos ofrece su gracia para capacitarnos para vivir una nueva vida en Cristo.

Imagínense cómo la mujer sorprendida en adulterio, frente a Jesús, observaba caer las piedras una a una. Visualice la libertad que experimentó cuando fue perdonada y se le dio una nueva oportunidad. Esta misma libertad está disponible para cada uno de nosotros.

Para lograr esta transformación, es importante que busquemos los medios de gracia que Dios nos ofrece. Participar de los sacramentos de la Confesión y la Eucaristía, donde encontramos el perdón y la fuerza para seguir adelante. Busquen oración y meditación diaria en la Palabra de Dios, permitiéndole hablar directamente a sus corazones y guiarlos en su camino.

Además, recuerde que no estamos solos en este viaje de transformación. Somos parte de una comunidad de creyentes, la Iglesia, que nos apoya y alienta. Busquen la compañía de hermanos y hermanas en Cristo, compartan sus experiencias y aprendan unos de otros. Juntos podemos crecer en la fe y el amor por Dios.

Queridos hermanos y hermanas, hoy recordamos la misericordia de Dios y la oportunidad que nos ofrece de empezar de nuevo. No importa cuáles hayan sido nuestros errores, no importa cuán lejos nos hayamos desviado, Dios siempre está listo para recibirnos nuevamente y ofrecernos nueva vida en Cristo.

Dejemos atrás el peso de nuestros pecados y abracemos la esperanza y la libertad que provienen del perdón divino. Dejémonos transformar por el amor de Dios y vivamos según las enseñanzas de las Escrituras. De esta manera, seremos testigos vivos de la gracia de Dios en nuestras vidas y podremos compartir su misericordia con el mundo.

Que el Espíritu Santo nos guíe y fortalezca en este camino de transformación. Que vivamos una vida de rectitud y santidad, reflejando el amor y la misericordia de Dios en todo lo que hacemos.

Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con nosotros ahora y siempre. Amén.