Evangelio de hoy – Domingo, 5 de mayo de 2024 – Juan 15:9-17 – Biblia Católica

Primera Lectura (Hechos 10,25-26,34-35,44-48)

Lectura de los Hechos de los Apóstoles:

Cuando Pedro estaba a punto de entrar en la casa, Cornelio salió a su encuentro, cayó a sus pies y se postró. Pero Pedro lo levantó, diciendo: “Levántate. Yo también soy sólo un hombre”.

Entonces Pedro tomó la palabra y dijo: “En verdad, comprendo que Dios no hace distinciones entre los hombres. Al contrario, acepta a todo aquel que le teme y practica la justicia, sea cual sea la nación a la que pertenezca”.

Pedro todavía estaba hablando cuando el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían la palabra. Los fieles de origen judío, que habían venido con Pedro, quedaron asombrados de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los paganos. Porque los oían hablar y alabar la grandeza de Dios en lenguas extrañas. Entonces Pedro dijo: “¿Podemos acaso negar el agua del bautismo a estas personas que han recibido, como nosotros, el Espíritu Santo?” Y ordenó que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo. Luego le pidieron a Pedro que se quedara con ellos unos días.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Segunda Lectura (1Jo 4,7-10)

Lectura de la Primera Carta de San Juan:

Queridos amigos: Amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios y todo el que ama nació de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Así se manifestó el amor de Dios entre nosotros: Dios envió a su Hijo único al mundo, para que tengamos vida por él. En esto consiste el amor: no fuimos nosotros quienes amamos a Dios, sino que fue él quien nos amó y envió a su Hijo como víctima de reparación por nuestros pecados.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Anuncio del Evangelio (Juan 15,9-17)

— PROCLAMACIÓN del Evangelio de Jesucristo según San Juan.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Como mi Padre me ha amado, así también yo os he amado. Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre”. y permaneced en lo que os he dicho, para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea completo. Este es mi mandamiento: amaos los unos a los otros, como yo os he amado, que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor. Yo os llamo amigos que oí de mi Padre. pero fui yo quien os escogió y os designó para que vayáis y deis fruto y que vuestro fruto permanezca; todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, él os lo dará. Esto os mando: que os améis unos a otros. ”

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Mis hermanos y hermanas en Cristo, ¡que la paz del Señor esté con todos ustedes!

Hoy quisiera comenzar nuestra reflexión con una pregunta sencilla pero profunda: ¿cuál es la esencia del amor? En nuestra vida diaria nos enfrentamos constantemente a diferentes conceptos y expresiones de amor. El mundo nos dice que el amor es egoísta, que sólo busca su propio placer e interés. Pero las Escrituras nos revelan una verdad más profunda y transformadora.

En los pasajes bíblicos de hoy se nos invita a profundizar en esta comprensión divina del amor. En la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles somos testigos de la historia de Cornelio y Pedro. Cornelio era un hombre piadoso, que temía a Dios y buscaba vivir según su voluntad. Pedro, a su vez, recibe una visión del cielo y se encuentra frente a alguien que, según las leyes judías, sería considerado inmundo.

Esta experiencia desafía la comprensión de Pedro sobre el amor y el alcance de la salvación. Se da cuenta de que Dios no hace acepción de personas, pero da la bienvenida a todos los que le temen y practican la justicia. Esta revelación transforma la vida de Pedro y lo lleva a predicar el Evangelio a los gentiles, compartiendo con ellos el mensaje de salvación.

Amados míos, esta historia nos enseña que el amor de Dios trasciende las fronteras y barreras humanas. No se limita a una raza, cultura o nación específica. El amor de Dios es universal y abarca a todos Sus hijos, sin importar su origen o condición. Es un amor que acoge, perdona y transforma vidas.

En la segunda lectura, el apóstol Juan nos revela la verdadera naturaleza del amor: “Amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios” (1 Juan 4,7). El amor no es sólo una emoción o un sentimiento pasajero. Es una fuerza poderosa que fluye desde el mismo corazón de Dios. Él nos amó primero, enviando a su Hijo Jesús al mundo como prueba concreta de ese amor.

Amigos míos, el amor de Dios no es egoísta ni interesado. Es sacrificado, generoso e incondicional. Juan continúa diciéndonos: “En esto se manifestó el amor de Dios para con nosotros: en que envió a su Hijo único al mundo, para que vivamos por él” (1 Juan 4:9). El amor de Dios se revela en la persona de Jesucristo, quien dio su vida por nosotros en la cruz.

A través de este sacrificio, Jesús nos mostró el camino del amor verdadero. Nos dio un mandamiento claro y poderoso: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Juan 15:12). Estas palabras no son simplemente un consejo opcional, sino un llamado urgente y transformador.

Hermanos y hermanas, el amor que Jesús nos enseña va más allá del amor superficial y fugaz del mundo. Es un amor que se entrega por completo, sin reservas. Es un amor que se preocupa por el bienestar de los demás, que busca el crecimiento y la felicidad de los demás.

Jesús nos llama a amar no sólo a quienes nos aman, sino también a quienes son difíciles de amar, a quienes nos lastiman y nos lastiman. Nos desafía a amar a nuestros enemigos y a orar por quienes nos persiguen (Mt 5,44). Es un amor que va más allá de las fronteras de nuestro propio círculo social y se extiende a los excluidos, a los marginados, a los necesitados.

Para entender mejor el significado de este amor, déjame contarte una historia. Había una vez una joven llamada María, que tenía una vecina anciana llamada Ana, vivía sola y enfrentaba muchas dificultades en su vida. No tenía familiares cercanos y su salud se estaba deteriorando.

María, movida por el amor de Cristo, decidió cuidar de Ana. La visitaba periódicamente, la ayudaba en sus tareas diarias, le llevaba comida y medicinas. María no tenía obligación de hacer esto, pero su corazón rebosaba compasión y amor por los demás. Ella entendió que el amor no era sólo un sentimiento, sino una acción concreta.

Con el tiempo, María se dio cuenta de que el acto de amar y cuidar a Ana no solo trajo consuelo y alegría a la vida de la anciana, sino que también transformó su propia vida. Experimentó la alegría de dar sin esperar nada a cambio, de tender la mano a alguien que no podía corresponder. El amor de Cristo fluyó a través de ella, volviéndose tangible y transformador.

Amados míos, esta historia nos enseña que el amor no es pasivo, sino activo. Nos llama a salir de nuestra zona de confort, a acercarnos a quienes nos rodean y marcar una diferencia en sus vidas. El amor no es sólo una emoción que sentimos, sino una elección que hacemos todos los días.

Al mirar la vida de Jesús, vemos que Él no sólo habló del amor, sino que lo vivió plenamente. Sanó a los enfermos, alimentó a los hambrientos, consoló a los afligidos y perdonó a los pecadores. Lavó los pies de sus discípulos como un siervo, mostrándoles el ejemplo del verdadero amor humilde.

Por eso, hermanos y hermanas, estamos llamados a imitar el ejemplo de Jesús en nuestra propia vida. Estamos llamados a amar como Él amó, a perdonar como Él perdonó y a servir como Él sirvió. Puede parecer una tarea difícil y desafiante, pero no estamos solos en este viaje.

El Espíritu Santo mismo habita dentro de nosotros, capacitándonos para amar la forma en que Dios nos llama. Cuando permitimos que el Espíritu Santo guíe nuestras acciones y palabras, Él nos transforma, moldeándonos a la imagen de Cristo. Él nos da poder para amar más allá de nuestras propias limitaciones y expectativas.

Entonces, amigos míos, ¿cómo podemos aplicar estas verdades a nuestra vida diaria? ¿Cómo podemos vivir el mandamiento del amor en nuestra vida diaria?

Primero, debemos buscar una relación íntima y personal con Dios. A través de la oración, la lectura de las Escrituras y los sacramentos, Su gracia nos fortalece y nutre. Esta comunión con Dios nos capacita para amar a los demás de manera auténtica y transformadora.

En segundo lugar, debemos estar atentos a las necesidades de quienes nos rodean. El amor muchas veces se expresa en las pequeñas cosas: una sonrisa, una palabra amable, un gesto amable. Seamos abiertos y sensibles a las oportunidades de servir y amar a los demás.

En tercer lugar, necesitamos perdonar. El perdón es un poderoso acto de amor, tanto para nosotros mismos como para los demás. Cuando perdonamos, liberamos el peso del resentimiento y dejamos espacio para la sanación y la reconciliación.

Por último, no podemos olvidar que el amor también requiere paciencia y perseverancia. No siempre es fácil amar, especialmente cuando encontramos resistencia o cuando las circunstancias son difíciles. Pero con la gracia de Dios podemos perseverar en el amor, confiando en que Él está obrando en nosotros y a través de nosotros.

Mis hermanos y hermanas, hoy somos desafiados a una comprensión más profunda del amor. Un amor que trasciende fronteras, que es sacrificial y que nos llama a la acción. Que respondamos a este llamado, permitiendo que el amor de Dios fluya libremente en nuestras vidas.

Que amemos como amó Jesús, con corazones generosos y manos extendidas hacia los necesitados. Que seamos portadores de esperanza, sanación y reconciliación en un mundo que tanto necesita el amor de Dios.

Que el amor de Dios brille a través de nosotros, iluminando la oscuridad, transformando vidas y trayendo gloria a Su nombre.

Que así sea. Amén.