Evangelio de hoy – Martes 7 de mayo de 2024 – Juan 16:7-13 – Biblia Católica

Primera Lectura (Hechos 16,22-34)

Lectura de los Hechos de los Apóstoles.

En aquellos días, la multitud de los filipenses se levantó contra Pablo y Silas; y los magistrados, después de rasgarles las vestiduras, ordenaron que los azotaran a ambos con varas. Después de golpearlos intensamente, los metieron en prisión y ordenaron al carcelero que los mantuviera a salvo. Al recibir esta orden, el carcelero los llevó a la parte trasera de la prisión y les ató los pies al cepo. A medianoche, Pablo y Silas estaban orando y cantando himnos a Dios. Los demás prisioneros los escucharon. De repente hubo un terremoto tan violento que sacudió los cimientos de la prisión. Todas las puertas se abrieron y las cadenas de todos se soltaron. El carcelero se despertó y vio abrirse las puertas de la prisión. Pensando que los prisioneros habían escapado, sacó su espada y estuvo a punto de suicidarse. Pero Pablo gritó a gran voz: “¡No te hagas daño! Estamos todos aquí”. Entonces el carcelero pidió antorchas, corrió adentro y, temblando, se postró a los pies de Pablo y Silas. Al salir, les preguntó: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” Pablo y Silas respondieron: “Cree en el Señor Jesús, y tú y toda tu familia serán salvos”. Entonces Pablo y Silas anunciaron la Palabra del Señor al carcelero y a todos los de su familia. A esa misma hora de la noche, el carcelero los llevó consigo para lavar las heridas provocadas por los azotes. E, inmediatamente, fue bautizado junto con toda su familia. Luego hizo subir a Paulo y a Silas a su casa, les preparó la comida y se alegró con toda su familia de haber creído en Dios.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Juan 16, 7-13)

— Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Juan.

— Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Ahora voy hacia el que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: ‘¿Adónde vas?’ Pero por haberos dicho esto, la tristeza llenó vuestros corazones. Sin embargo, os digo la verdad: os conviene que yo me vaya, el Defensor no vendrá a vosotros; demostrará al mundo en qué consiste el pecado, la justicia y el juicio: el pecado, porque no creyeron en mí, veréis y el juicio, porque el líder de este mundo ya está condenado;

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,

Hoy quiero compartir con ustedes un mensaje que se conecta directamente con nuestras experiencias diarias. Un mensaje que nos desafía a reflexionar sobre el poder transformador de la Palabra de Dios en nuestras vidas.

Imagínese caminando por una calle muy transitada, en medio de una multitud de gente corriendo. El ruido ensordecedor, los rostros apresurados y los corazones ansiosos parecen hacer eco en cada esquina. Quizás algunos de ustedes se sientan así hoy: abrumados por las exigencias de la vida, luchando con desafíos personales o simplemente buscando un sentido de propósito y significado.

Es en este momento de búsqueda interior en el que nos encontramos con la primera lectura de hoy, de los Hechos de los Apóstoles. Nos enfrentamos a un escenario de caos y sufrimiento, donde Paulo y Silas son arrestados y azotados injustamente. Soportan el dolor físico y la oscuridad de la prisión, pero en lugar de ceder a la desesperación, encuentran la fuerza para orar y alabar a Dios.

Queridos hermanos y hermanas, este pasaje nos recuerda que incluso en las situaciones más difíciles podemos encontrar esperanza y consuelo en Dios. Al igual que Pablo y Silas, estamos llamados a confiar en Dios en medio de las pruebas y a confiar en que Él puede transformar incluso las peores circunstancias en oportunidades de crecimiento y testimonio.

Mientras Pablo y Silas oran y alaban a Dios, un terremoto sacude los cimientos de la prisión, abriendo todas las puertas y soltando las cadenas de los presos. Esta es una imagen poderosa que nos recuerda que cuando acudimos a Dios en oración, Él puede realizar maravillas y liberarnos de las cadenas que nos mantienen cautivos.

Sin embargo, la historia no termina ahí. El carcelero, despertado por el terremoto, cree que todos los prisioneros se han escapado y está a punto de quitarse la vida. Pero Pablo lo detiene y le dice: “No te hagas daño, porque todos estamos aquí”. Imagínese la sorpresa y el agradecimiento del carcelero cuando descubrió que los prisioneros no escaparon, sino que permanecieron en sus lugares.

Esta historia nos recuerda que a menudo nuestra fidelidad a Dios puede tener un impacto profundo en las vidas de quienes nos rodean. Así como Pablo y Silas permanecieron fieles a Dios incluso en medio de la adversidad, nosotros estamos llamados a ser testigos del amor de Dios en nuestras propias vidas. Nuestra fidelidad puede ser una fuente de esperanza e inspiración para quienes nos rodean.

En el Evangelio de Juan, Jesús les cuenta a sus discípulos sobre la venida del Espíritu Santo, el Consolador. Él dice: “Sin embargo, os digo la verdad: es mejor para vosotros que yo vaya. Porque si no voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si voy, lo enviaré”. Estas palabras pueden parecer desconcertantes a primera vista. ¿Cómo puede ser mejor para nosotros si Jesús se va?

Queridos hermanos y hermanas, Jesús nos enseña que, al enviar el Espíritu Santo, establece una presencia continua y transformadora en nuestras vidas. El Espíritu Santo es nuestro guía, nuestro defensor y nuestro vínculo con lo Divino. Nos permite vivir según las enseñanzas de Jesús y nos revela la verdad más profunda del amor de Dios.

Imagínese en un barco a la deriva en un océano tormentoso. Las olas tumultuosas amenazan con tragarte y te sientes perdido e impotente. Pero entonces, un faro brilla en el horizonte y lo guía de regreso a un refugio seguro. Ese faro es el Espíritu Santo, que nos guía a través de las tormentas de la vida y nos fortalece cuando nos sentimos débiles.

Pero ¿cómo podemos abrir nuestro corazón a la acción transformadora del Espíritu Santo? ¿Cómo podemos experimentar la presencia de Dios en nuestra vida diaria?

Queridos hermanos y hermanas, permítanme compartir con ustedes una analogía. Imagina que eres un jardinero, responsable de cultivar un hermoso jardín. Preparas la tierra, siembras las semillas y riegas las plantas con cuidado. Sin embargo, aunque hagas todo el trabajo necesario, hay algo que se escapa de tu control: el crecimiento de las plantas.

De la misma manera, estamos llamados a preparar el suelo de nuestro corazón, buscando a Dios a través de la oración, la lectura de las Escrituras y los sacramentos. Debemos sembrar las semillas de la Palabra de Dios en nuestras vidas, absorbiéndolas y permitiéndoles encontrar raíces profundas dentro de nosotros. Sin embargo, es el Espíritu Santo quien trae crecimiento y transformación.

Así como las plantas necesitan agua y luz solar para crecer, también necesitamos nutrir nuestra relación con el Espíritu Santo. A través de la oración constante y la apertura a Su guía, podemos acercarnos más a Dios y permitirle obrar en nosotros de maneras sorprendentes.

Queridos hermanos y hermanas, al reflexionar sobre los pasajes de las Escrituras de hoy, tenemos el desafío de preguntarnos: ¿Cómo podemos aplicar estas verdades espirituales a nuestra vida diaria?

En primer lugar, debemos recordar que la oración es nuestra conexión directa con Dios. Es a través de la oración que abrimos un espacio para que el Espíritu Santo actúe dentro de nosotros y nos transforme. Dedica tiempo diariamente a orar, a hablar con Dios y a escuchar Su voz en lo más profundo de tu corazón.

En segundo lugar, seamos testigos fieles del amor de Dios en nuestras vidas. Así como Pablo y Silas permanecieron en prisión, seamos fieles en medio de la adversidad y mostremos al mundo la esperanza que encontramos en Cristo. Nuestras palabras y acciones pueden ser fuentes de inspiración y aliento para quienes nos rodean.

Además, abre nuestro corazón a la acción transformadora del Espíritu Santo. Permítale revelar la verdad más profunda del amor de Dios y guiarnos en cada área de nuestra vida. Cuando enfrentemos desafíos o decisiones difíciles, confiemos en la sabiduría y el discernimiento que nos ofrece el Espíritu Santo.

Finalmente, recuerde que estamos llamados a vivir en comunión unos con otros. Así como Pablo y Silas permanecieron en prisión para proteger al carcelero, seamos solidarios y compasivos con quienes nos rodean. Extendamos la mano a quienes necesitan ayuda, compartiendo generosamente el amor y la misericordia de Dios.

Queridos hermanos y hermanas, que este mensaje resuene en vuestros corazones y os inspire a buscar una relación más profunda con Dios. Que el Espíritu Santo ilumine el camino que tenemos ante nosotros y nos permita vivir según las enseñanzas de Jesús.

Que seamos testigos vivos del amor y la gracia de Dios en nuestra vida diaria. Que seamos faros de esperanza en medio de las tormentas de la vida, guiados por el Espíritu Santo. Y que, al enfrentar los desafíos y la adversidad, podamos encontrar fuerzas para alabar a Dios, confiando en que Él puede transformar hasta las peores situaciones para nuestro bien y Su gloria.

Que la gracia de Dios esté con todos vosotros. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.