Evangelio de hoy – Lunes 1 de abril de 2024 – Mateo 28,8-15 – Biblia Católica

Primera Lectura (Hechos 2,14.22-32)

Lectura de los Hechos de los Apóstoles.

El día de Pentecostés, Pedro se levantó junto con los once apóstoles, alzó la voz y habló a la multitud:

“Varones israelitas, escuchad estas palabras: Jesús de Nazaret fue un hombre aprobado por Dios entre vosotros, por los milagros, prodigios y señales que Dios hizo, por medio de él, entre vosotros. Todo esto lo sabes bien. Dios, en su plan y predicción, determinó que Jesús sería entregado en manos de los malvados, y tú lo mataste clavándolo en una cruz. Pero Dios resucitó a Jesús, liberándolo de la angustia de la muerte, porque no le era posible dominarlo.

Porque David dice de él: ‘Vi siempre al Señor delante de mí, porque él está a mi diestra para que no vacile. Mi corazón se regocijó y mi lengua se regocijó, y hasta mi carne descansará en esperanza. Porque no dejarás mi alma en la tierra de los muertos ni permitirás que tu Santo experimente corrupción. Me hiciste conocer los caminos de la vida y tu presencia me llenará de alegría”.

Hermanos, permítanme decirles con franqueza que el patriarca David murió y fue sepultado, y su tumba está con nosotros hasta el día de hoy. Pero, siendo profeta, sabía que Dios le había jurado solemnemente que uno de sus descendientes ocuparía el trono. Es, por tanto, la resurrección de Cristo la que predijo y anunció con las palabras: “No fue abandonado en la región de los muertos y su carne no conoció corrupción”. De hecho, Dios resucitó a este mismo Jesús y todos somos testigos de ello”.

– Palabra del Señor.

– Gracias a Dios.

Evangelio (Mt 28,8-15)

— Proclamación del Evangelio de Jesucristo según San Mateo.

— Gloria a ti, Señor.

En ese momento, las mujeres abandonaron rápidamente la tumba. Tuvieron miedo, pero corrieron con gran alegría a dar la noticia a los discípulos. De repente, Jesús les salió al encuentro y les dijo: “¡Alegraos!” Las mujeres se acercaron y se postraron ante Jesús, abrazando sus pies.

Entonces Jesús les dijo: “No temáis. Ve y dile a mis hermanos que vayan a Galilea. Allí me verán”. Cuando las mujeres se fueron, algunos guardias del sepulcro fueron a la ciudad y contaron a los sumos sacerdotes todo lo sucedido. Los sumos sacerdotes se reunieron con los ancianos y dieron una gran suma de dinero a los soldados, diciéndoles: “Díganles que sus discípulos vinieron durante la noche y robaron el cuerpo mientras ustedes dormían. Si el gobernador se entera de esto, lo convenceremos. No te preocupes.”

Los soldados tomaron el dinero y actuaron de acuerdo con las instrucciones recibidas. Y así el rumor se difundió entre los judíos, hasta el día de hoy.

— Palabra de Salvación.

— Gloria a ti, Señor.

Reflejando la Palabra de Dios

Mis hermanos y hermanas en Cristo, que la paz del Señor esté con todos vosotros. Hoy, reunidos como comunidad de fe, estamos llamados a profundizar en la Palabra de Dios, que se encuentra en los pasajes bíblicos que se nos presentan: la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles y el Evangelio de Mateo. Estas preciosas Escrituras nos invitan a reflexionar sobre la resurrección de Jesucristo y el impacto transformador que tiene en nuestras vidas.

Imagínese por un momento ese domingo por la mañana, justo después del sábado de silencio y tristeza que siguió a la crucifixión de Jesús. Las mujeres que siguieron a Jesús, llenas de amor y devoción, fueron al sepulcro con el corazón lleno de dolor. Pero lo que encontraron allí fue algo que cambiaría todo.

Un ángel del Señor se apareció ante ellos, con un rostro resplandeciente como el sol y vestiduras resplandecientes. ¿Te imaginas la conmoción, el asombro y la alegría que llenaron tus corazones cuando escuchaste las palabras del ángel? “¡No tengáis miedo! Sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí, porque ha resucitado, como dijo” (Mt 28,5-6).

Estas palabras resuenan a través de los siglos y nos llegan en este momento sagrado. Nos invitan a contemplar la verdad fundamental de nuestra fe: ¡Jesús ha resucitado! La muerte no tuvo la última palabra. La luz venció a la oscuridad. El amor de Dios triunfó sobre el pecado y la muerte.

Pero ¿qué significa esta resurrección para nosotros? ¿Cómo podemos permitir que esta verdad transforme nuestra vida diaria?

La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles nos ofrece una respuesta poderosa. Pedro, lleno del Espíritu Santo, se levanta ante la multitud y proclama con valentía la resurrección de Jesús. Nos recuerda las antiguas profecías que señalaban este glorioso evento.

Pedro nos recuerda que Jesús fue entregado en manos de los pecadores, crucificado y asesinado, pero Dios lo resucitó. Este no fue un evento accidental, sino el cumplimiento de la promesa divina. La resurrección de Jesús es la prueba definitiva de que Dios cumple sus promesas, que es fiel y misericordioso.

Este mensaje no es sólo una historia antigua, sino una realidad viva que toca nuestras vidas hoy. La resurrección de Jesús nos lleva a reflexionar sobre quién es Él y qué ha hecho por nosotros. Él es el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, el que venció la muerte para darnos la vida eterna.

Ante esta gloriosa verdad, estamos invitados a responder con fe y conversión. Estamos llamados a arrepentirnos de nuestros pecados, a abandonar las viejas costumbres y a abrazar la nueva vida que Cristo nos ofrece. La resurrección de Jesús es una invitación a dejar atrás una vida de mediocridad y vivir con pasión y propósito.

Pero esta respuesta de fe no se limita a palabras y sentimientos. Se manifiesta en acciones concretas, en una vida transformada por el amor de Dios. Como discípulos de Jesús resucitado, estamos llamados a ser testigos vivos de Su presencia en nuestras vidas.

Permítanme compartir una historia con ustedes. Había una vez una mujer llamada María, cuya vida había estado marcada por la tristeza y la desesperación. Luchó contra la depresión y sintió que su vida no tenía sentido. Pero entonces María encontró a Jesús resucitado.

Ella experimentó Su amor y misericordia de una manera tan profunda que su vida fue transformada. María descubrió un nuevo propósito al servir a los demás, especialmente a los más necesitados. Comenzó a dedicar su tiempo y recursos a ayudar a los pobres, los enfermos y los marginados. Su vida se convirtió en una expresión tangible del amor de Dios en acción.

Como María, estamos llamados a encontrar a Jesús resucitado en nuestras propias vidas y permitirle transformar nuestras perspectivas y acciones. Tal vez estés luchando contra la soledad, la tristeza o la falta de propósito. Quizás esté enfrentando desafíos en su matrimonio, su familia o su trabajo. Sepa que Jesús resucitado está presente en cada una de estas situaciones, listo para traer esperanza, sanación y renovación.

Pero, ¿cómo podemos encontrarnos con Jesús resucitado en nuestra vida cotidiana? Permítanme ofrecer algunas sugerencias prácticas:

Primero, abre tu corazón a Él. Dedica tiempo a la oración y la meditación, permitiendo que el Espíritu Santo hable a tu corazón. Habla con Jesús como un amigo cercano, compartiendo tus miedos, alegrías y esperanzas.

Segundo, sumérgete en las Escrituras. La Biblia es la Palabra viva de Dios, y en ella encontramos revelaciones sobre quién es Él y cómo actúa en nuestras vidas. Haga de la lectura diaria de la Biblia una prioridad y permita que las historias y enseñanzas bíblicas moldeen su mente y su corazón.

Tercero, participar en los sacramentos. A través de los sacramentos, especialmente la Eucaristía y la Confesión, somos fortalecidos y renovados en nuestra fe. Recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Eucaristía nos une íntimamente con Él y nos nutre espiritualmente. Y la Confesión nos ofrece perdón y reconciliación con Dios, liberándonos del peso del pecado.

Cuarto, servir a los demás. El amor de Jesús resucitado se manifiesta en el servicio a nuestros hermanos y hermanas. Busque oportunidades para ser un instrumento de paz, amor y compasión en el mundo. Visitar a los enfermos, alimentar a los hambrientos, acoger a los extranjeros. Con cada acto de bondad, estarás llevando un rayo de amor divino a quienes más lo necesitan.

Amados míos, la resurrección de Jesús es una verdad que va más allá de cualquier explicación humana. Es una realidad que nos invita a una vida de esperanza, alegría y propósito. Que esta verdad penetre en nuestros corazones y se manifieste en nuestra vida diaria.

Que seamos testigos valientes del amor de Dios, llevando la luz de Cristo a todos los rincones del mundo. Que proclamemos la resurrección de Jesús con nuestras palabras y acciones, inspirando a otros a encontrar la vida verdadera y plena que Él nos ofrece.

En este momento, los invito a cada uno de ustedes a un breve momento de silencio. Permitan que esta verdad resuene en sus corazones. Permita que el Espíritu Santo le hable sobre cómo aplicar las lecciones de estos pasajes de la Biblia en su vida personal.

Que el Señor, que resucitó de entre los muertos y vive para siempre, nos conceda a todos la gracia de vivir como verdaderos discípulos de Él. Que Él nos llene de coraje, amor y esperanza, para que podamos transformar el mundo que nos rodea.

Que la Virgen María, primera testigo de la resurrección, interceda por nosotros y nos guíe por el camino de la santidad.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Que Dios bendiga a todos.